Aventuras y desventuras de una madre en el coche

Aventuras y desventuras de una madre en el coche
Conducir tu propio coche es una de las cosas más liberadoras que puede hacer un ser humano... hasta que te conviertes en madre.
Tú y tu coche. Esa historia de amor sin parangón.
Ni la pluma de Jane Austen sería capaz de describir la adoración que sentías por ese cacharro abollado.
Simbolizaba tu libertad, tu madurez y era ese compañero fiel que escuchaba en silencio cómo te desgañitabas tratando de imitar la voz de Aretha Franklin o de Etta James. Daba igual que fuera un Renault 18 heredado de tu abuelo o el horroroso Renault Twingo mostaza. Tú te sentías como Thelma o Louise, pañuelo al viento, conduciendo al borde del Gran Cañón en una carretera perdida de Arizona. Eras una JASP (Joven Aunque Sobradamente Preparada) como Winona Ryder en Reality Bites, fumando y cantando un tema de Squeeze o de The Troggs.
Él te llevaba a festivales en Benicassim, a escapadas con amigas en Moraira y tú, a cambio, lo mimabas lavándolo y aspirándolo cada dos semanas y comprándole graciosos ambientadores de madera perfumada que colgaban del retrovisor. Los únicos objetos que podías encontrar en el maletero eran el triángulo y el chaleco y en tu guantera la documentación, los CD y unas gafas de sol.
Eran buenos tiempos, ¿verdad?
Ahora avancemos veinte años y pensemos en qué ha degenerado esa historia de amor a raíz de tu maternidad.
Seguramente, las canciones de Etta James han dado paso a la colección de Cantajuegos, cuyos temas se repiten en bucle una y otra vez, una y otra vez, mientras tus hijos imitan a la tetera, al cuchillito, a la cuchara y al PUTO cucharón en los asientos traseros. Tú los observas a través del espejito retrovisor especial para controlar a los niños (un accesorio imprescindible que nunca creíste necesitar) y tratas de reprimir esas ganas de invadir Polonia que te provocan las canciones infantiles.
El coche ya no te lleva a sitios divertidos, sino al colegio, a las clases de rítmica o al dentista y esa paz que se respiraba en su interior ha desaparecido por completo. Ahora siempre llegas tarde. Metes primera, metes segunda, semáforo, frenazo, arrancas, chino conductor en prácticas a las 8, otro frenazo, paso de cebra, señora tranquila cruzando, ¡¡CLAXON!! Esa mujer segura de sí misma con el pañuelo al viento se ha transformado en un ser indigno de voz profunda que masculla entre dientes y ha enseñado a sus hijos sus primeros tacos. No han sido sus compañeros de clase, no. Has sido tú gritando al de delante ¡¡SÁCATE EL (piiiiiiii) DEDO DE LA NARIZ QUE EL SEMÁFORO ESTÁ EN VERDE, (piiiiiii)!!
Es posible que tu coche actual sea mejor, más caro y equipado con ISOFIX y todos los Sistemas de Retención Infantil regulados por la Directiva del Parlamento Europeo en vehículos de menos de 3,5 toneladas, sí, pero por dentro es un estercolero.
A pesar de que lo limpiaste a fondo, cuando aprieta el caloret, aún notas un leve tufillo agrio de la última excursión a Valdelinares para ver la nieve. Esa excursión en la que, después de cuatro vómitos (porque los niños NO AVISAN AUNQUE LO PIDAS), juraste que jamás volverías a ir por una carretera con curvas. A partir de ahora sólo carreteras RECTAS, aunque tengas que destrozar vallas y atravesar granjas y pastos para ganado sin tracción en las cuatro ruedas. Se acabó. ¡Por tus güevos que ese puerto de montaña lo subes en vertical si hace falta! Y si el niño está dormido, eres capaz de llegar a Andorra del tirón, sin parar ni a mear. Lo primero es lo primero. Hoy por hoy, tu necesidad de tranquilidad al volante ha relegado una posible explosión de tu vejiga urinaria a una fruslería sin importancia. Como si te tienes que sondar. Lo que haga falta por un poco de SI-LEN-CIO.
Y no es sólo por el olor, es por la cantidad de porquería que llevas dentro. Si te da el alto la Guardia Civil y te pide la documentación, es capaz de dejarte continuar al ver ese espectáculo dantesco en el que se ha convertido tu guantera. Buscando los papeles caen al suelo treinta paquetes de Kleenex, chuches caducadas, CDs descoloridos, blisters de Ibuprofeno para las jaquecas de oír a los Cantajuegos y una Barbie de una sola pierna cada vez que la abres y, cuando consigues volver a meterlo todo dentro, la tienes que cerrar dando un puñetazo de lado. Eso no lo quiere ver nadie, ni siquiera la Benemérita.
Y el maletero… Si tuvieras la mala suerte de pinchar una rueda, para poder sacar la de repuesto y el triángulo tendrían que venir los de carreteras a inhabilitar un carril con los conos. No es coña. El arcén de 1,5 m. no es suficiente para albergar los tres paraguas de Hello Kitty con las varillas fuera, las bolsas de cubitos para jugar en la playa que compras cada año sin saber por qué, 27 bolsas de rafia de Mercadona, una muda que cogiste en 2006 por si tu hija vomitaba y que ha pasado de moda, la sombrilla, una bici, dos colchonetas de la Expo 92, cuatro peluches perfectos para la intro de American Horror Story, 43 cuentos de princesas, 3 balones deshinchados y 7 botellas de agua de color verdoso con sus respectivos renacuajos.
Y por dentro, lo mismo. En las alfombrillas puedes encontrar cosas inquietantes como piruletas y caramelos peludos, galletas que fueron crujientes en sus buenos tiempos, un Niño Jesús que la pequeña ha robado del Belén de la abuela, un Playmobil (siempre calvo) y un cromo de un Pokemon tipo psíquico. Por no mencionar las migas que podrían alimentar a todos y cada uno de los patos del Retiro durante tres meses. Si además vives como yo en zona costera, con la arena que llevas en verano en el coche se puede construir una isla artificial en Dubai.
¡Ojo! No es que seas una guarra o sufras el Síndrome de Diógenes. No es eso. Intentaste mantener el orden al principio, pero tras comprobar que el coche pasaba de la limpieza absoluta al caos infernal en apenas dos días de meriendas, traslados de niños propios y/o ajenos a cumpleaños y días playeros, has decidido imponer tu lado pragmático, hacer de tripas corazón y llevarlo a limpiar cuatro veces al año. Eso sí, cuando lo llevas, te pones un burka con gafas de sol para que no te reconozcan, das un nombre falso y sales de allí corriendo, que tienes una reputación que mantener.
Pero lo peor, LO PEOR, llega el fin de semana cuando tu marido te dice: “El coche hace un ruido raro, ¿no lo oyes?”, aparta lo pañuelos usados del salpicadero y hay una alerta de color rojo intermitente:
¡¡¡COMPRUEBE LA INYECCIÓN, COMPRUEBE LA INYECCIÓN!!!
¡¡¡ESTE COCHE SE AUTODESTRUIRÁ EN 30 SEGUNDOS SI NO LO LLEVA AL TALLER MÁS CERCANO!!!
En ese momento empieza a echarte la bronca por ser tan dejada, pero tú estás en un plan muy cínico y te entra la risa. ¿Es que DE VERDAD cree que puedo oír algo en medio de ese caos? ¿EN SERIO?
Gracias a Dios la naturaleza es sabia y para sobrevivir has desarrollado un extraño don. Un don que te permite aislarte a tu voluntad en un mundo interior donde no hay gritos, ni Cantajuegos, ni preguntas sobre la cena. En ese mundo aún reina la calma y el único sonido que percibes es la voz de Etta James. Entonces, oyes a tus hijas de fondo, como a lo lejos, diciendo: “Déjala papá, ¿no ves que mamá es sorda?”.
Este artículo lo ha escrito...
Paloma Aínsa (Gandía, 1974) se licenció en Psicología en la Universidad de Valencia y trabajó durante 5 años en prevención de drogodependencias. El equipo al que perteneció fue premiado en varias... Saber más...