Aventuras y desventuras de una madre en el Festival de Fin de Curso

Aventuras y desventuras de una madre en el Festival de Fin de Curso
Cuando piensas en una situación estresante puede que te vengan cosas a la cabeza como quedarte sin gasolina cerca del matadero de Leatherface, que te arranquen la muela del juicio sin anestesia o que te obliguen a tragarte otra peli de Carmen Machi. Pues a mí me viene el festival de fin de curso.
Ya sé que debe parecer extraño porque la mayoría de los seres humanos lo relaciona con ver a sus retoños lucirse sobre un escenario mientras les gotea la baba sobre el regazo, pero no lo puedo evitar.
Como llevo más de diez festivales sobre mi chepa os aseguro que hay ciertas situaciones y personajes estereotipados que me ponen los pelos como escarpias y que se repiten en un bucle espacio-temporal una y otra vez, una y otra vez…
La pesadilla para mí empieza unas semanas antes, cuando recibes La Circular con las instrucciones para la elaboración del disfraz. En ese momento ya sabes lo que te espera. La indecisión empieza a atacar a las madres primerizas y comienza un simposio de cientos de mensajes en el whatsapp analizando, o más bien, diseccionando el contenido de La Circular porque debe contener algún mensaje satánico oculto si la lees al revés como un vinilo de death metal.
Intentas trabajar, pero el móvil parece que está fibrilando (péguese aquí la onomatopeya que más se adecúe al tono de la notificación de su teléfono multiplicada por infinito y elevada a ene). Lo silencias, claro, pero la angustia te domina porque sabes que los 178 mensajes siguen ahí acechándote y que pronto vendrán más y más. Son mensajes perturbadores llenos de incertidumbre, quejas, miedo, información de puntos de venta y precios, interpretaciones libres, complicaciones innecesarias, etc… Un simple short naranja se puede convertir en tu peor enemigo, ¡creedme!
Cuando por fin llega el día empieza lo mejor.
Llegas al cole con tu hija de la mano, tranquila, porque has cumplido el protocolo a rajatabla y la niña lleva los shorts naranja y la camiseta blanca reglamentarios. Sí, los mismos que han provocado debates tan acalorados como los de la legalización de la marihuana. La mayoría de las madres ha hecho lo mismo que tú, peeeeero inevitablemente aparecen las Madres Librepensadoras que han maqueado a sus hijas como si fueran a un concurso tipo el de Little Miss Sunshine. Hablo de niñas con más maquillaje que tú cuando te vas de boda, niñas con floripondios en el pelo que ríase usted de Carmen Miranda, niñas con las prendas reglamentarias tuneadas con tules, bordaditos y dibujos de Hello Kitty. Claro, la tuya empieza a llorar porque al lado de esas vedettes parece un tramoyista sin duchar y se te pone una mala leche…
Capeas el temporal y, abriéndote paso entre la multitud, dejas a la niña con su tutor/a e intentas encontrar un sitio decente. Empiezas a agobiarte entre tanto niño gritando, cochecitos de bebé golpeando tus tobillos, personas desorientadas como tú y que vagan sin rumbo entre las sillas de plástico… Todo está ocupado, parece imposible, pero de repente a lo lejos vislumbras una fila de sillas vacía. Al principio crees que es un espejismo producto del calor infernal de junio, pero al tiempo que te acercas, te das cuenta de que es real. Tu corazón se acelera. ¡No puedes creer la suerte que has tenido! Está claro que los astros se han alineado a tu favor. Pero entonces, ilusa de ti, descubres que todas las sillas tienen encima un objeto: un bolso, una zapatilla, un pañuelo, un paquete de chicles… ¡Está toda la fila pillada!
Indignada, te das cuenta de que has caído en la trampa de Un Acaparador, la raza más cruel de los festivales de fin de curso. Un Acaparador es una de esas personas que se lleva al festival hasta al tío abuelo de Cuenca y que copa filas enteras en primera línea del auditorio sin el menor rastro de culpabilidad y/o remordimiento. Son tan crueles que ante tu pregunta: “¿Está todo ocupado?” son capaces hasta de sonreírte con sincera cordialidad a pesar de tu tono amenazante. ¡Les da todo igual! ¡Son unos nihilistas!
Como eres una persona civilizada reprimes el primer impulso de lanzar todos los objetos de las sillas a la cabeza del Acaparador al grito de: “¿ESTO ES TUYO? ¿EEEEH? ¿ESTO ES TUYO?”. No quieres montar un numerito delante del resto de espectadores, así que vuelves a inspirar y expirar intentando recuperar el dominio de ti misma hasta que encuentras un sitio en las últimas filas. Te sientas.
El director/a sale a dar el discurso de turno agradeciendo a todo el mundo su asistencia blablablá (pitido ensordecedor de micrófono acoplándose), todo el mundo se tapa los oídos y se oyen murmullos molestos. Esto es un clásico de los festivales. El director/a entonces, ruega silencio y empieza la función.
Aquí tienes que armarte de paciencia de nuevo porque lo más probable y obedeciendo a los corolarios de la Ley de Murphy en cuanto a festivales, para poder disfrutar del baile de tu hija tendrás que tragarte como 15 bailes de niños desconocidos al ritmo de temones como “La barbacoa”, “La bomba” y “Mayonesa, se me sube, se me sube a la cabesa” mientras oyes a las abuelas, a los cuñados y a los tíos abuelos de Cuenca exclamar en voz alta lo monos que están todos, lo bonito que es el disfraz y que si fulanito está llorando, pobrecico.
Y aquí aprovecho para hacer un inciso: Señores/as que decidís las canciones que nuestros hijos van a bailar en el festival. ¿Cuál es vuestro problema? ¿Tan mal está la industria musical que tenemos que recurrir a estas mierdas de verbena trasnochada? Pero si los pobres niños no deberían ni conocerlas, ¡por el amor de Dios! ¡Dejemos que se pierdan en el inconsciente colectivo como lágrimas en la lluvia, hombre ya! Yo intento olvidarlas, resetearlas de mi cerebro y ahora tengo que ver bailar a los pobres niños avergonzados “Los pajaritos” con la misma coreografía de hace 40 años. Muy bien, pero que muy bien, gracias, GRA-CIAS (aquí me pongo en pie y aplaudo lentamente con cara de pena). ¿No os dais cuenta de que hasta ellos, y a pesar de su corta edad, ya son conscientes de que están haciendo EL RIDÍCULO? Los ves moverse indecisos, lanzándose miradas interrogantes entre ellos, preguntándose ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ NOS OBLIGAN A HACER ESTO?
Es un espectáculo dantesco, de verdad.
Por fin, llega el turno de la tuya. La ves a lo lejos buscando su lugar en el escenario. Te revuelves en la silla, intentando encontrar un hueco entre tanta cabeza y lamentando tu miserable metro cincuenta y seis. La música empieza a sonar y ¡ZAS! De la nada aparece El Inmortalizador, otra de las razas crueles de los festivales. Se pone de pie anulando tu -ya de por sí- escasa visibilidad y empieza a grabar el numerito sin contemplar la remota posibilidad de que haya gente detrás.
“Pero, ¿por qué no se pone delante del escenario como el resto de padres educados? Ellos no molestan” –piensas. Están ahí agazapados delante del escenario como corresponsales de guerra, aparentemente inofensivos, aunque en tu fuero interno sospechas que lo que en realidad les atrae es tener una vista privilegiada del trasero de la profesora en prácticas que va marcando el baile dando instrucciones y saltitos. Llamadme mal pensada, vale, pero por lo menos ellos no molestan a nadie, oye.
Te diriges a El Inmortalizador con educación aunque tengas la mandíbula tan apretada que parece que se te van a hacer añicos los dientes:
-Perdona, me estás tapando.
Él se gira algo molesto al ver interrumpida su intención de registrar para la posteridad ese momento tan valioso en el que su primogénito mueve el culito y da palmas al ritmo de un acordeón y se limita a contestar:
-Es que si no, no veo.
¿Qué responder ante tan aplastante lógica aristotélica? ¡No se puede! No tienes más remedio que callar y confiar en que alguna de las madres cuelgue la función entera en el grupo de whatsapp y por lo menos puedas verlo en diferido.
Cuando por fin acaba todo, te diriges a por tu hija y sales de allí como alma que lleva el diablo. Sabes que tienes que hacerlo rápido porque si a alguno del AMPA se le ocurre invitarte a disfrutar de una cena de bocadillo y cerveza calentorra para ayudar a los de la ESO con su viaje de fin de curso, su vida correría un serio peligro.
Es mejor huir para evitar daños colaterales.
Este artículo lo ha escrito...
Paloma Aínsa (Gandía, 1974) se licenció en Psicología en la Universidad de Valencia y trabajó durante 5 años en prevención de drogodependencias. El equipo al que perteneció fue premiado en varias... Saber más...