El método científico y las empleadas de hogar

El método científico y las empleadas de hogar
Una de las cosas más ingratas de este mundo es el trabajo doméstico. Este artículo es un homenaje, hecho desde el cariño, a todas esas señoras que nos ayudan en casa a sobrellevar esta carga como mejor pueden.
Salvo cocinar que me encanta (sobre todo, porque después puedo comerme lo que cocine), lavar, fregar, barrer, limpiar el polvo y planchar son castigos divinos que ríete tú del Sísifo ese. Porque da igual lo bien que lo hagas. En cuanto lleguen los niños en plan Atila y los hunos volverá a estar igual. Por eso, en cuanto pude contraté a alguien que nos quitara el peso de encima, para poder dedicar el tiempo a cosas más productivas como escribir artículos hablando de ello para Glup Glup. Como me he mudado unas cuantas veces, esas personas han ido cambiando a lo largo de los años, con lo que podría –si quisiera– publicar un estudio acerca de las peculiaridades de este sector de los trabajadores. Y me lo estoy planteando, no creáis.
La primera empleada de hogar que tuvimos se llamaba María. Nosotros éramos dos residentes con diez guardias al mes, que no pasábamos por casa más que a dormir y, de vez en cuando, a comer, con lo que María lo tenía fácil. Pero María tenía un pequeño hándicap: era un metro cúbico. Medía lo mismo de alto que de ancho que de largo.
Como era tan bajita, la parte alta de las estanterías no existía para ella, así que cuando aquello ya parecía la peli de Rango, con las pelusas y el polvo moviéndose por el viento en cuanto abrías la puerta, dedicábamos el fin de semana a limpiar para hacer habitable de nuevo el minipiso.
Pau Gasol tampoco nos hubiera podido echar una mano en estas circunstancias.
La que más tiempo estuvo en casa fue Glorita. Glorita era mi salvación diaria, pero le huía como de la peste. No solo porque hablaba un montón (con el rollo que tenía, Scottex se hubiera hecho de oro), sino porque tenía la mala costumbre de comentarme sus problemas médicos mientras yo desayunaba. Y sí, una tiene un estómago de hierro después de ver lo que ha visto, pero que te pongan delante un pie sudado para enseñarte un papiloma es más de lo que mi estómago tolera mientras como.
–Mire, mire, qué bien van –me decía, orgullosa como la madre que enseña fotos de sus hijos pequeños, mientras meneaba los dedos del pie.
El trabajo de la casa es tan desagradecido y sucio como el de la mina y el sueldo mucho peor. Gracias a todas esas señoras de la limpieza que soportan lo que ninguno de nosotros estamos dispuestos a soportar.
Con Candelaria, mi salvación actual, he constatado una hipótesis que ya empecé a barruntar con María y que experimenté durante muchos años con Glorita.
Sí, podéis reíros. Hay alguien que alecciona a las empleadas de hogar para engrandecer el plano diagonal y de paso, sacar de quicio a las pobres mortales como yo.
No, no estoy loca. Es una hipótesis fundamentada en el método científico.
Primero: observación. Todas –sin excepción– ponen los marcos de las fotos en diagonal, los frascos de perfume en diagonal y los cojines del sofá en diagonal. Y no las saques de ahí.
Así que después de la fase de observación y de elaboración de la hipótesis: “Alguien les mete entre ceja y ceja que esto es lo correcto” llegó la fase de experimentación. Esa fase que es como una guerra silenciosa que ríete tú de la Guerra Fría. Ella limpia el salón y pone los cojines del sofá en rombo. Tú llegas detrás y los pones en horizontal porque has visto una foto en el Elle en la que quedaban monísimos.
–Estoooo, perdona, Candelaria, deja los cojines así cuando los pongas, ¿vale?
Y le enseñas la foto del Elle. Ella te mira como si fueras el de El Resplandor. Y asiente con la cabeza. Pero, vamos, bajo ningún concepto va a hacerlo, que lo sepas.
Bajo ningún concepto va a poner los cojines como tú quieras y sí como a ella le salga de los cataplines.
Pero a los cinco minutos, vuelve a pasar por el sofá y los coloca de nuevo en rombo. En otras palabras, se pasa la foto del Elle por los cataplines.
Limpia el baño y, le digas tú lo que le digas, pone los frascos en diagonal. Tú llegas detrás y los pones en horizontal, pero cuando vas a lavarte los dientes, están de nuevo en diagonal.
Los libros de la mesilla, los cojines de la cama, las libretas, los bolígrafos, incluso el otro día me encontré a mis gatos durmiendo en diagonal. Mi vida completa es un plano diagonal. Me falta algo para comprobar mi hipótesis. Queridas lectoras de Barcelona, ¿en la calle Diagonal cómo ponen las empleadas de hogar los cojines?
Este artículo lo ha escrito...
Ana González Duque (Santa Cruz de Tenerife, 1972). Médico anestesista. Bloguera. Friki declarada. Sobrevive a un marido traumatólogo, dos niños y un gato negro. Autora de "El blog de la Doctora... Saber más...