Los juegos de mesa que acabaron con la Navidad

Los juegos de mesa que acabaron con la Navidad

La Navidad es época de turrón, Anís del mono, polvorones, gastos innecesarios, cenas pantagruélicas y de que tu cuñado te desafíe al Monopoly después de la cena y os pilléis un rebote monumental.

 

Por fin ha llegado ese momento mágico del año en el que las reuniones familiares se suceden sin parar, aderezadas por una mesa llena de comida hasta los topes y el mejor vino que puedas pagar. Y claro, con las neuronas haciendo chiribitas, el colesterol colapsando tus arterias y el raciocinio de vacaciones, lo más probable es que a alguien se le ocurra la feliz idea de hacer algo diferente, por pasar el rato, por reírnos todos juntos, porque, oyes, es Navidad.

¡ERROR!

Porque sólo en Navidad hacemos cosas que no haríamos ni locos durante el resto del año como, por ejemplo:

-bebernos esos cócteles infames que ha aprendido a hacer nuestro sobrino en la facultad;

-comer polvorones u otros sucédaneos que parecen hechos con arena del desierto del Gobi;

-pensar que la botella de Anís del Mono es un instrumento y

-jugar a juegos de mesa.

Con unas copas de más, la idea de echarse un parchís o unas damas suena entrañable (probablemente la palabra más usada durante el mes de diciembre, seguida de las palabras “es sólo una vez al año” y “mañana -en Año Nuevo- lo dejo” ). En tu cabeza estás en el decorado de una serie de televisión (entrañable) y formas parte de una de esas familias que se sientan a disfrutar de una cena (perfecta) entre risas y cariñosas miradas. Una familia que luego se sienta (junto al fuego de la chimenea) a jugar a las películas entre risas y bromas amigables.

Pero el Mundo Real es otro.

La Navidad Real no se parece una peli, se parece al último capítulo de una telenovela realmente farragosa.

En el mundo real tus hijos no quieren jugar a las películas habiendo consolas y Mario Bros. Y no han visto ninguna película que no sea el último hit de Disney.

En el mundo real tus hijos adolescentes, ante la mera sugerencia, te miran como si te odiaran y acabaras de pedirles que se desnudaran en público y les enseñaran a todos cuánto han crecido. De verdad.

En el mundo real tú acabas de meterte para el cuerpo media botella de vino, siete langostinos, un plato de ensaladilla y medio cordero y no sólo estás sufriendo una terrible indigestión sino que, además, el vestido de fiesta que llevas puesto te está cortando la circulación a la altura de la cintura.

En el mundo real siempre hay un cuñado hiper-competitivo que escucha las palabras Trivial Pursuit y juega como si estuviera compitiendo para llevarse el premio en Saber y Ganar.

Jugar a lanzarse una granada de mano me parece mucho menos peligroso que jugar a un juego de mesa tras la comida de Navidad. Y mucho más entretenido.

Lamentablemente, no todo el mundo piensa como yo y me he visto en numerosas ocasiones forzada a pasarme la tarde entera de morros frente a un tablero de juegos. He aquí una selección de los peores:

 

EL MONOPOLY

Yo a este juego le llamaría EL TABLERO DE SATÁN, porque consigue sacar nuestro demonio interior. Vamos, como el anonimato en internet y los coches en el centro de la ciudad. Con el Monopoly, incluso ese miembro de tu familia tan encantador (y, oh sí, entrañable), se convertirá en una sanguijuela ávida de sangre si consigue hacerse con las casillas de Paseo del Prado o la Castellana y no parará hasta arruinarte y humillarte, como parte de su plan para conquistar el mundo. Ya estarás doblando la esquina a la altura de las casillas verdes cuando, inconscientemente, estará levantando la mano y reclamando su pasta gansa.

 

EL TRIVIAL PURSUIT

No conozco ningún juego que genere más discusiones y más conexiones a Google que el Trivial, aunque sea la versión Junior de películas Disney. Si cuentas con el típico listillo entre tus familiares, no dudará en recurrir a cada pregunta a la Wikipedia para demostrarte que él tiene razón y que las tarjetas del juego están mal porque se caducaron con el último cambio del gobierno polaco o con los últimos resultados de investigación genética. Dale la razón y tómate un gin tonic.


LAS CARTAS

A priori el espíritu de trilero debería ser incompatible con el espíritu navideño, pero para mi abuelo la auténtica Navidad consistía en desplumarnos a todos jugando al ciquillo mientras se reía de nuestra mala suerte. En nuestra tierna cara de estudiantes de primaria. Pero él no era el peor. A algunos tanto dorado y tanto oropel les hace pensar que en vez de estar en casa de su suegra están en el Gran Casino de Montecarlo y terminan jugándose hasta los tuppers con sobras de pavo. 

Es gordo, bajito, calvo y está sentado en la mesa con brasero de tu tía abuela Antonia, pero en sus fantasías tu cuñado se ve así.

Conclusión: si no quieres empezar el Año Nuevo en la comisaría o frente al juez del juzgado de guardia, la próxima vez que algún miembro de tu familia proponga jugar a algún juego de mesa después de la comida, hazte el dormido, ronca como si te hubieras pillado una buena mona y ruega para que se olviden pronto de que existen unas cosas llamadas juegos de mesa.

 

Enviar por WhatsApp

Este artículo lo ha escrito...

Rebeca Rus

Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...