Somos lo que comemos, pero no me convence

Somos lo que comemos, pero no me convence
Por Puri Ruiz

Somos lo que comemos, pero no me convence

Se acerca septiembre y, con él, los gastos escolares, el fresquete y… las dietas. Todos queremos afinar la silueta al mirar atrás y recordar cuántos barriles de cerveza nos hemos hincado sin compasión. Pero nadie sabe que, a pesar de los pasotes, incluso en verano seguimos sacrificándonos. ¿Quién nos premia por las continuas renuncias? Propongo un plan tan alocado como excitante.

De Susanna Griso he aprendido dos cosas esenciales: que el Actimel refuerza las defensas (tomad nota, Barça y Real Madrid) y que los chicos no comen ensalada y nosotras sí, pero con pasta. En la alimentación hay que estar muy atenta a todo lo que sale, porque es como con los nuevos deportes: tú estás un mes sin ir al gimnasio y cuando vuelves buscando desesperada la clase de pilates, los alumnos de troga (una fusión de TRX y yoga, te mueres) te miran y cotorrean a tu espalda entre risillas de superioridad. Con los nuevos productos alimentarios te despistas, miras un par de minutos para otro lado y tienes 57 sustitutos del l casei inmunitas y 89 nuevas fibras solubles con las que ir al baño se convertirá en una experiencia cercana al orgasmo. Y tú sin enterarte y dándole al pepino (con perdón).

A mí, de hecho, este verano me ha dado por despistarme un poco entre las siestas y las cervezas y, mientras mi autoestima se iba deslizando entre los botones de los pantalones que ya no cierran he descubierto, sin exagerar, unos 145.870 distintos tipos de dieta. Mi primera idea ayer, después del que sabía que sería el último helado en mucho tiempo, fue ponerlas todas en práctica. Una detrás de otra. Así que hoy he comenzado con la primera y, después de poco más de 8 horas de té, yogures sin sustancia y café con edulcorante ya me he convertido en un híbrido entre Ira y Tristeza, de Del revés*.

Ya no es el no comer; es que, a poco que te pases, todo el esfuerzo cae rodando ladera abajo y, a la que va cayendo, agarra un par de Donettes para coger fuerzas. No cunde y lo sabemos.

Porque, queridos amigos, lectores, followers o como queráis llamaros: el problema no es ponerse a dieta. El problema es lo poco que cunde. Imagínate tú que llevas dos semanas a pellitas de brócoli semicrudo y botellas de agua, pesándote cada media hora (como si el cóctel agua + brócoli fuera un desatascatuberías de efecto inmediato que te deja el sistema linfático a estrenar y con vistas al Retiro). Pues bien: llega tu amigo del insti, al que no ves desde hace un eón, y te invita a unas cañas. Y tú no puedes decir que no.

La has cagao.

Así es: esas cervecitas, humanos míos, invaden tu organismo con agonía y tiran por tierra tanto sacrificio. No sé si será el lúpulo, que hace orgías con la cebada, o qué, pero esos tragos envuelven el brócoli y es como si te lo hubieras comido en tempura y sin escurrir el aceite. Y con medio kilo de polvorones. Con pan.

La cerveza: el mejor amigo del hombre en verano y su peor enemigo en otoño. Deberían enchufarnos con el cacharro de los Men in Black cuando comenzáramos una dieta.

Sin embargo, pensemos: ¿qué no has tomado? AJÁ. Ahí está, para mí, la cuestión, la clave sobre la que miles de científicos y nutricionistas alrededor del mundo deberían ponerse a investigar. La idea es esta: te has tomado unas cervezas, sí, pero NO TE HAS TOMADO unos vinos, unas pastitas de té, un gofre o dos, chocolate hasta caer boca abajo, churros, filetes empanados con patatas, empanadas argentinas, queso de todas las nacionalidades posibles con bien de pan, jamoncito del bueno, lomo y un largo etcétera.

Monica Geller y Schmidt, de New Girl: dos gorditos felices que, al adelgazar, se convirtieron en macizorros, sí, pero también en neuróticos de la limpieza. Ojo.

¿No debería, digo yo, sumar puntos todo lo que no te comes? Porque a ver. Yo estoy sacrificándome para perder peso y asumo que la privación es la llave para alcanzar el estado físico que requiero, pero precisamente por eso, por el camino hay infinidad de alimentos sabrosos a los que renuncio a diario, esté o no a dieta. Pienso en la cantidad de cosas que me comería y no pruebo y ese simple pensamiento debería dejarme el índice de masa muscular de Indurain después de subir el Tourmalet. Entendedme: la teoría yo me la sé de lujo (encima tengo en casa a un experto en nutrición), pero con tanta nanotecnología, tanto brazo robótico y tanta leche no sé por qué no se ha inventado un sistema de adelgazamiento que te conecte a una maquinita que, por cada alimento que no estás engullendo, eliminara de tu cuerpo un par de gramos de grasa. Solo un par por alimento, ya veis que tampoco me pongo extrema.

Hay demasiada tecnología como para no haber inventado una máquina que nos haga adelgazar por lo que no comemos. “Me apetece un kilo de queso, pero no me lo he comido: PREMIO.”

Así se resolverían de un plumazo la obesidad y el sobrepeso a escala mundial. Eso sí, habría que establecer unos límites: prohibido usarla con un IMC por debajo de 20. Así, personas con trastornos alimentarios y angelitas de Victoria’s Secret quedarían fuera de peligro por inanición.

Chris Pratt habría sido especialmente feliz en su etapa prebuenorro si hubiera podido someterse a una terapia como la que planteamos. Que ponerse a tono para una peli debe de ser espantoso…

En fin, volvemos al azaroso septiembre y los gimnasios de nuestros barrios se llenarán de nuevo de clientes fantasma, desaparecerán los productos adelgazantes de las estanterías de los supermercados y arrasaremos con las marcas blancas de Decathlon. Todo sigue en orden. Mientras, la ciencia se empeña en que para adelgazar, continuemos esforzándonos. No existen las dietas milagro y sí el contar calorías como el que cuenta moneditas para llegar a fin de mes. Ya que ningún cerebro privilegiado escuchará mis súplicas, al menos tengo una sugerencia para los publicistas, que igual sí están más por la labor, o más bien para las marcas que los contratan (que son quienes, al fin y al cabo, mandan): no más anuncios de productos adelgazantes en los que solo aparecen mujeres. Nos dan ganas de mandaros a cagar. Así, sin paños calientes. Porque ellos también engordan. Y también comen ensaladas. Con pasta. Y sin ella, que lo he visto.

 

(*) Un inciso para los comentarios incendiarios que he leído sobre la maravillosa película de Pixar: Tristeza no está gorda y Alegría flaca porque una mano oscura y muy machista identificó gordura con ascopena y alegría con esbeltez: Tristeza es una lágrima antropomorfa; Alegría, una estrella; y ya de paso, añado que Ira es un ladrillo, Asco, un trozo de brócoli y Miedo (que, por cierto, está más flaco que ninguno), un nervio. Que hay cada uno que está de un exquisito y de un jartible…

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Este artículo lo ha escrito...

Puri Ruiz

Puri Ruiz (Madrid, 1968). Periodista nacida en la capital pero arrastrada hasta el sur gracias a una ola molona que me dejó una pareja alucinante y una hija maravillosa. Fuera de ellos, que son mi... Saber más...