Ser mujer duele un puñado

Ser mujer duele un puñado
Y no nos referimos a la menstruación, los embarazos, los partos, la menopausia y todos esos problemillas interminables relacionados con la salud femenina sino a todo lo relativo al refrán “para presumir hay que sufrir”.
El otro día mi niña mayor descubrió que le estaban saliendo pelillos en la axila y rápidamente todas las mujeres que le rodeaban empezaron a compadecerse de ella: “pobrecilla, ahora sabrás lo que es sufrir”, “tendrás que empezar a depilarte”, “¡con lo que duele eso!”, “pues, fíjate si duele, que yo una vez me quemé a lo bonzo para ahorrarme el mal trago” . Tuve que llevármela rápidamente de allí antes de que la pobre comenzase a hacerme preguntas sobre el asunto y tuviera que confesarle La Terrible Verdad. Pero a vosotros no os puedo negar la evidencia: ser mujer duele un puñado. Todo el tiempo. Da igual en qué etapa de tu vida estés, qué estación del año sea y cuál sea tu presupuesto, si quieres estar bien o medianamente presentable, si quieres presumir o simplemente ir a la piscina sin montar un escándalo público, tendrás que sufrir.
Mantener los jardines de una mansión entera tú solita es mucho más fácil que mantenerte a ti misma en perfecto estado de revista.
Y hay muchas maneras de sufrir, tantas como tratamientos a los que someterte a lo largo de tu vida:
LA DEPILACIÓN A LA CERA.
Afortunadamente ya no estamos en los 80 y cuando vas a un centro estético a depilarte las piernas con cera (y otras partes mucho más sensibles de tu anatomía) no tienes que someterte a la posibilidad de sufrir quemaduras de segundo grado como antaño. Sólo te arriesgas a sufrir un montón de tirones híper-dolorosos para arrancar de cuajo hasta el último pelo de tu anatomía.Y a perder la dignidad delante de una señora que no conoces de nada y que te está viendo hasta la rabadilla mientras tú te retuerces de dolor (como en el paritorio, vamos). Y lo peor de todo: como ahora no quema tanto gracias a las nuevas ceras templadas (aunque en la entrepierna sigue quemando como si te estuvieran sirviendo allí directamente el té de las cinco) y, en consecuencia, el poro no se abre igual, la cera ya no dura un mes como antes, sino tan sólo quince días. Ah, y te costará un dineral. Cada quincena.
La única forma de sobrevivir sin sufrir mucho a una depilación a la cera es intentar hacer algo al mismo tiempo. Yo sugiero tomar ginebra a palo seco en vez de ponerte rulos.
LA DEPILACIÓN CON HILO.
Este sistema traído directamente desde la India puede parecer muy inofensivo y exótico. ¿Qué daño puede hacerte una señora con un hilo tenso entre los dedos? Pues tanto como uno de los personajes de Reservoir Dogs con un destornillador y unas cuantas malas intenciones. La depilación con hilo duele igual que la depilación con cera sólo que diferente. Y de manera más lenta. Pelo a pelo. La podría haber inventado Torquemada y haberse quedado tan ancho. A su favor sólo puedo decir que me costó mucho menos, pero, entre nosotros, creo que porque la tipa que me la hizo era una psicópata y en realidad su centro de estética no era un negocio sino una cámara de tortura que se ha montado en un local comercial a modo de pasatiempo.
El hilo también se puede utilizar para maniatarte a la silla e impedir que salgas corriendo aterrorizada.
LA DEPILACIÓN LÁSER.
¡Por fin! me dije. La depilación definitiva. La solución a mis desvelos. En teoría sólo tienes que pasarte la cuchilla y un especialista en láser te pasa el aparatito para quemar la raíz del vello y exterminarlo para siempre. ¡Qué fácil! ¡Qué alboroto! Pero… NOOOOO. No te engañes. Resulta que la depilación por láser también duele un montón. O un huevo. Y quema tanto como la depilación a la cera allá en los ochenta. Y duele más cuando tienes que pagar la cuenta. Además, algunas amigas me cuentan que, al cabo de un tiempo, ¡los pelos pueden volver a salir! ¡Venga ya!
Lo realmente malo de "cultivar" tu lado más femenino es que siempre hay mucho que abonar, trillar, cavar, etc., pero nunca hay temporada de barbecho.
LAS PUÑETERAS CEJAS ¡Y EL LABIO!
Llevar las cejas perfectamente depiladas son el nuevo “vestidito negro”. Imprescindibles en tu vida si quieres ser una persona de bien. Y no digamos una mujer. Pero, ay, es que los pelos de las cejas también tienen la manía de crecer constantemente, por lo que, sin contar el momento en el que abandones el salón de belleza, será raro el día en el que no tengas uno de más y otro fuera de su sitio y tengas que andar hurgándote con las pinzas. Además de ser una carga para el resto de tu vida, duele quitárselos, joder. No se puede comparar con una depilación a la cera, claro, pero tampoco son un paseo por el campo. Y ya que te has tomado la molestia de pedir cita en tu centro habitual para retocarte las cejas ¿cómo vas a dejar el bigotillo así, en libertad y sin nadie que le ponga en su sitio? No está la cosa como para desaprovechar nuestro tiempo que es oro. Así que decides arrasar también con esos molestos pelos de encima del labio superior, no vaya a ser que te termine pasando lo que a las portuguesas y te conviertas en un Mito. Pero entonces llega Ella (tu profesional de la belleza) y te dice que ya que estamos aplicando cera ¿por qué no echar un poquito en los agujeros de la nariz y quitarte esos pelos nasales tan feos, que te hacen parecer un señor? ¿O quieres comprarte uno de esos aparatitos corta-pelos de la nariz que salen en el Teletienda? Entonces, tú haces de tripas corazón y asientes, enconmendándote a algún Ente Imaginario. Mejor que te hubieran metido un palo entre los dientes como a Clint Eastwood en aquella peli. Y sin una petaca de güisqui para pasar el mal rato.
Esta insensata no tenía claro si hoy quería hacer puenting o visitar la clínica de belleza de su barrio.
LOS TRATAMIENTOS FACIALES.
Tú querías tener tu cutis limpio, joven, radiante y libre de impurezas. Tu profesional particular de la belleza quería trabajar en un pozo petrolífero haciendo perforaciones profundas pero su carrera se ha visto truncada y se desquita contigo. Y no contenta con eso, después de apretar hasta la extenuación los poros de la punta de tu nariz arrancándote aullidos de dolor y dejarte desollada la cara después de una exfoliación profunda, procederá a electrocutarte con una maquinita que suelta rayos. Eso sí, al finalizar la limpieza te hará un masajito y te dará una crema que huele muy bien mientras te dice “ahora puedes relajarte”. Eso sí que es cierto, en la Inquisición a estas alturas ya estabas desmayado y no podías disfrutar de la tranquilidad de estar tirado en el suelo de un sótano inmundo sin nadie que te atormentara. Sin embargo, tras tu tratamiento podrás disfrutar de diez minutos de aburrimiento atroz en una camilla sin poder hacer absolutamente nada más que escuchar como torturan a otras personas en cámaras cercanas a la tuya. Súper relajante. ¿Y si vas a por un tratamiento anti-loquesea, anti-arrugas, anti-cansancio, etc.? Prepárate para lo peor, es decir para pasar más calor que en el desierto del Gobi, más frío que en Alaska, más aburrimiento que en una consulta de un médico de familia de la Seguridad Social, más fricciones que un átomo en el súper acelerador de Ginebra…
Este es el único tratamiento facial del que nos hemos librado las mujeres ¡y ni siquiera todas!
LOS MASAJES ADELGAZANTES, EXFOLIACIONES Y OTRO TIPO DE TRATAMIENTOS CORPORALES.
Exactamente la misma sensación que en el punto anterior pero ampliando el área de dolor, calor, frío, sufrimiento máximo, fricción, incomodidad, etc. por todo tu cuerpo y estando en porretas delante de un desconocido. La verdad es que no sé por qué la gente se empeña en regalarme tratamientos corporales (mamá: tú no pares de hacerlo, que yo aquí me quejo por hacerme la graciosa) porque SIEMPRE implican dos cosas:
1.- Que yo sufro mogollón tirada en la camilla por el calor, el agobio, el frío, la vergüenza de que, una vez más, no voy depilada porque me daba pereza… O, peor, por el aburrimiento que me invade. Mi amiga Ana dice que es capaz de dormirse durante estos tratamientos y hasta de roncar. Yo, que debo tener la capacidad de concentración de Pocholo Martínez Bordiú, no aguanto más de dos minutos ahí tumbada sin hacer absolutamente nada. Me da tiempo a redecorar mi casa entera mentalmente y a hacer tres listas de cosas que tengo que hacer ASAP pero que no puedo hacer porque estoy aquí, PARADA, PERDIENDO EL TIEMPO...
2.- Que me están llamando gorda, vieja, fofa, flácida y muchas otras cosas más para las que ni siquiera encuentro adjetivos, pero que seguro que algún departamento de marketing de la industria estética se inventa en breve.
Este es el único tratamiento corporal que me dejo regalar. Estáis avisados.
LAS COSAS CON AGUJAS.
Se merecen un capítulo aparte como se lo merecería la Doncella de Hierro si estuviéramos hablando de inventos malévolos para torturar al personal. Parece ser que ahora todo lo que se te ocurra relacionado con la belleza se puede solucionar con una inyección bien aplicada. Toxina botulínica, ácido hilaurónico, gel de poliacrilamida, inductores de colágeno, vitaminas de todas las letras del abecedario… Y yo me pregunto: puestos a inventar cosas que sean buenas para nuestra piel, nuestra belleza y nuestra salud ¿por qué no inventan algo que se aplique con una pluma y no con una jeringuilla? Que no es que yo tenga especialmente fobia a las agujas (aunque es un problema de lo más común) pero es que la última vez que me hizo un tratamiento de mesoterapia en los muslos parecía que me habían pegado con una barra de hierro por todas las piernas. Un aspecto lamentable, oigan.
Está tan pancha porque ella (en concreto) es adicta al sadomaso. Tú prepárate para temblar de miedo cuando la aguja se te acerque.
LAS MANIPEDIS.
Dentro del mundo del sufrimiento y la violencia contra una misma, hay mucha gente que no pensaría jamás en las manicuras y las pedicuras. Pero para mí forman parte de este mismo mundo de horror y pesadilla donde un desconocido hurga en parte de mi anatomía con un instrumento parecido a un bisturí en una mano y una piedra en la otra. Vale, que es una piedra pómez, pero me da lo mismo. Y después de que te hurguen, te limen, te froten, te pasen una cosa parecida a una cuchilla por los pies y te hagan cosquillas (COSQUILLAS, ¿se os ocurre algo peor?), te tienes que tirar media hora quieta, sin moverte esperando a que la dichosa laca de uñas se endurezca. Un horror.
OTROS.
Ya lo decía Bridget Jones: ser mujer se parece bastante a cuidar un campo de patatas. Siempre hay que algo que arar, podar, sembrar, abonar, etc. A lo que yo añado, y es una labor tan interminable como las labores del hogar o los líos de Mujeres, Hombres y Viceversa. Vamos, un coñazo. Aunque estés depilada, limpia, hidratada y tersa como una lechuga recién recogida, siempre encontrarás una labor nueva a realizar. Puede que sea rizarte las pestañas o teñírtelas, quitarte las raíces o hacerte unas mechas californianas… Todo, absolutamente todo, supondrá una molestia en tu vida.
No llora porque la dejara su maldito jefe. Llora porque se depiló la semana pasada y ¡le han vuelto a salir pelos!
Y lo peor: tendrás que volver a hacerlo otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Y otra.
Capítulo aparte se merece el resto de las cosas que forman parte de nuestro día a día, como la ropa que nos ponemos, los pendientes y los bolsos en los que podríamos meter toda nuestra vajilla de porcelana. Pero de eso hablaré otro día, cuando consiga recuperarme del trauma de que tengo que volver a depilarme si quiero salir hoy a la calle sin que me detenga la policía del decoro.
Este artículo lo ha escrito...
Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...