Prepararse para un Apocalisis helado sin morir en el intento
Prepararse para un Apocalisis helado sin morir en el intento
Winter is coming. Literalmente. Y si eres tan friolera como nuestra colaboradora ya estarás preparándote para lo peor del crudo invierno.
Soy muy, muy friolera. Y vivo en un país, más allá del Muro, en el que el invierno es gélido y dura más de seis meses. Dos hechos que no conjugan demasiado bien, por motivos obvios.
Cuando te casas, además de ese rollo de la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, deberían añadir "en el calorcito tropical y en el frío siberiano". Porque cuando una persona friolera se casa con una persona calurosa, pueden saltar chispas y no precisamente de las que dan calor.
De día el problema es la calefacción. Yo siempre tengo frío y voy subiendo el termostato a escondidas. Entonces mi marido se pone a hacer aspavientos, a quitarse capas y a quejarse del calor infernal que hace. Entonces baja el termostato y me acusa indignado de querer cocinarlo a fuego lento. Vuelvo a tener frío, subo de nuevo la calefacción, y así sucesivamente, de forma cíclica, la mitad del año.
Necesitaría un contrato de compañeros de piso como el de Sheldon para manipularlo a mi conveniencia como hace él.
Sofá, peli y jersey de cuerpo entero. Planazo.
De noche el problema es la manta. Yo me pondría tres, él ninguna. Cada noche perdemos un montón de tiempo discutiendo y negociando, y normalmente la solución es doblar la manta por la mitad hacia el lado del friolero. Así, el caluroso no tiene manta y el friolero tiene ración doble.
Esto tiene un pequeño inconveniente, y es que como los cuerpos abultan y hacen pendiente, la manta doblada del friolero (yo) va resbalando, y entonces el friolero se despierta de madrugada tiritando de frío. Vuelta a colocarlo todo bien, mascullando improperios, mientras el caluroso ronca a pierna suelta completamente destapado y feliz.
Mi casa en invierno es una nevera y yo me siento como un chuletón crudo.
En la calle el problema del frío adquiere otra dimensión. Ya no es sólo frío, también se trata de luchar contra los elementos. En los meses más fríos, bajar a tirar la basura o a comprar el pan implica avanzar lentamente, hundiendo los pies hasta el tobillo en un palmo de nieve y aguantando el azote del aguanieve en la cara. Porque la nieve queda muy bucólica en las postalitas, pero recordemos que se trata de gotas congeladas, y cuando te dan en la cara con fuerza es como si te pincharan con mil agujas de acupuntura.
Luke y Han van a comprar el pan en tauntaun en el acogedor planeta Hoth.
Para esto se necesita un equipo completo, como si fueras de expedición al Polo Norte. Ropa interior térmica. Botas de nieve. Calcetines dobles. Varios jerseys en modo cebolla. Abrigo grueso, talla de hombre porque con tanta capa tu volumen aumenta considerablemente y pareces el muñeco Michelin. Gorro, bufanda y guantes. Y cuando digo gorro, léase pasamontañas, por eso de las agujas en la cara. Los pantalones también deben ser de un tejido cálido, nada de vaqueros o en menos de un minuto no te sientes las piernas. Una buena solución es llevar leotardos debajo.
Modelito de ir por casa. ¡Me lo pido para Reyes!
Cuando llegamos a 20 bajo cero, normalmente en enero y febrero, yo he llegado a ir con equipo de esquí por la calle, gafas incluidas, porque si no vas notando cómo se te congela el humor vítreo dentro de los ojos. Al principio piensas que la gente te mirará extrañada, pero luego ves madres llevando a sus hijos al colegio en trineo y se te pasa esa sensación de ser un bicho raro.
Los niños son un tema aparte. ¡Con razón se define jersey como lo que lleva un niño cuando su madre tiene frío! Van los pobres con tantas capas que parecen pelotitas con brazos y piernas y apenas pueden moverse.
Mi mamá tiene frío. ¿Se nota?
Y tanto empaquetamiento se complica si tu destino es un entorno cerrado y con calefacción (tu casa, el súper, el trabajo), porque entonces al llegar toca desempaquetarse y vestirse de persona normal. Llegas al súper, por ejemplo, y entonces necesitas dos carros: uno para la compra, y el otro para abrigos, chaquetas, bufandas, guantes y gorros de toda la familia. Un caos.
Cuando llega el invierno, el grajo vuela tan bajo que hace un frío del carajo, empiezas por resignarte, abrigarte como puedes, pegarte a los radiadores como una chiflada y quejarte a todas horas. Pero conforme van pasando las semanas y los meses en esas condiciones, vas perdiendo tu identidad, empiezas a ser la loca friolera, y tu prioridad es entrar en calor a toda costa. Ya volverás a ser persona en primavera.
Lo dicho, winter is coming. Esperemos que no dure cinco años como en Invernalia.
Este artículo lo ha escrito...
Mamá en Bulgaria (Barcelona, 1983). Filóloga y traductora. Ávida lectora, adicta a las series frikis, a Star Wars y a la música de los 80. No se vende por dinero, mejor prueba con chocolate. Se... Saber más...