¿Por qué los buffets nos convierten en personas irracionales?

¿Por qué los buffets nos convierten en personas irracionales?

¿Por qué los buffets nos convierten en personas irracionales?

Comida chunga o en proceso de fosilización, pan "revenido", vino de garrafón y una maraña de comensales luchando por comerse todo como si no hubiera un mañana. Bienvenidos a la arena del Buffet: el lugar donde los seres humanos perdemos los papeles cada verano.

Definición de buffet: una modalidad de servir comida en la que cada comensal encuentra todo listo para ser consumido en una mesa o varias de grandes dimensiones de tal manera que puede servirse lo que desea y en la cantidad que desea.

Mi definición de buffet: una locura orgiástica de comida, la mayoría de las veces chunguísima y que haría correr despavorido a un inspector de sanidad, en la que enloqueces como si fueras un niño de cuatro años al que le han dado las llaves del Toys R Us, un lugar en el que puedes comer todo lo que te apetezca hasta reventar o hasta que la cinturilla de tus pantalones llame al 112 y te denuncie por intento de asesinato.

Recuerdo que una de las películas que más me traumatizó en mi adolescencia se titulaba Le Grand Bouffe de Marco Ferreri (La Gran Comilona se tituló en nuestro país), en la que un grupo de amigos se encierra durante un fin de semana en una casa para realizar un suicidio colectivo a base de ponerse hasta las trancas de comida y de atascar las cañerías de los baños. Independientemente de las interpretaciones que los críticos de cine han hecho sobre el hedonismo de la cinta y de que se trata de una metáfora sobre el consumismo excesivo y bla, bla, bla… que me aburro, Le Grand Bouffe es un claro ejemplo de lo que nos ocurre a los seres humanos cuando nos enfrentamos a la posibilidad de comer hasta reventar. Que puede más el concepto de “gratis total” que el cólico nefrítico que está por venir o la indigestión que nos llevará a la tumba o, como poco, a Urgencias. O que estamos programados genéticamente para acaparar como si fuéramos ardillas en la pre-temporada invernal. O para convertirnos en animales depredadores, en un lucha a muerte por hacernos con todas las patatas fritas que acaban de servir en aquella bandeja, aunque ya estén revenidas. Pero son patatas fritas. Y las queremos. Y tú no te las vas a quedar.

Abrir el Telediario con imágenes de seres humanos entrando en un buffet tendría mucho más impacto que las manidas imágenes sobre el primer día de rebajas.

Nadie es quien para criticar. Ni siquiera yo, que soy muy fina. Todos perdemos los papeles en un buffet. Todos terminamos bajando un peldaño en la escala evolutiva y haciendo cosas de las que luego nos arrepentimos en la soledad de nuestra habitación (especialmente cuando tenemos que hincharnos a Alka Seltzer y ya no nos entra ese bikini monísimo que nos compramos el mes pasado en Intimissimi). Pero nos damos a la orgía de comida sin frenos. Todos nos acordamos de las anécdotas de nuestro abuelo y que en el periodo post-guerra se hinchó a comer mondas de patata y nos decimos “no, a nosotros eso no nos va a pasar”. Aunque hayamos desayunado esa misma mañana. De buffet también. Y vayamos a cenar esa misma noche. Y al día siguiente. Sí, todos perdemos el raciocinio y hacemos cosas vergonzosas en los buffets. Sacamos nuestro peor lado: nuestro lado más animal. Y si no me creéis, seguid leyendo algunas de las cosas que hacemos en los buffets:

1.- Comes con los ojos: y si te dejan con los pies o con cualquier miembro que te permita ser más rápido que los demás. Pero especialmente con los ojos. Todo es tan apetecible porque el “coma todo lo que pueda” distorsiona nuestra visión hasta convertirnos en un sucedáneo de Stevie Wonder con unas copas de más.


¿Son patatas en equilibrio? ¿Una fuente de tropezones? ¿Un guiso montado en abalancha? Da igual. Lo probaremos de todas formas.

2.- Te conviertes en un Ferrán Adriá de garrafón: los buffets son lugares ideales para dejarte llevar por la creatividad máxima, o por la guarrería suprema, o por el daltonismo supino culinario, según se vea, y proceder a combinaciones imposibles que harían que un cocinero de fusión pida la baja por depresión y se enrole en la Marina Mercante. Combinaciones tan estrambóticas como gambas, macarrones y churros en un mismo plato en ese instante nos parecen una mezcla genial, una combinación que deberían servir en los restaurantes con tres Estrellas Michelin desde YA mismo. Ferrán: ¿a qué demonios estás esperando?

Enhorabuena: eres el orgulloso autor de este fantástico plato titulado Fanfarria de Ensalada de Cangrejo con tropezones de albóndigas y croquetas y salsa de chocolate con buñuelos.

3.- Te dejas llevar por el pánico: a que otros sean más rápidos que tú y se hagan con esa solitaria pieza que queda en la bandeja. De nada sirve que te digan que hay más en camino, que si te esperas ahora sacan más empanadillas congeladas.  Esa pobre solitaria empanadilla frita en aceite con D.O. (del Cretácico Superior), rodeada de otros carroñeros enseñando sus feroces dientes, tiene que ser tuya. Matarás por ella.

Los buffets serían más divertidos si además de platos gratis repartieran lanzas para hacer torneos.

4.- Has pagado 10€ y por tu madre que les vas a sacar todo el rendimiento: los seres humanos consideramos a los dueños de los buffets como unos empresarios sin escrúpulos que quieren engañarnos. Y sí es verdad, pero no porque se vayan a quedar cortos sirviendo comida sino porque lo que sirven en estos sitios la mayoría de las veces no debería entrar en la categoría de “comida”. Más bien entra dentro del capítulo de “mondas de patata” del que ya nos habló nuestro abuelo.

5.- Aquí no hay tiempos muertos que perder: en un restaurante siempre hay tiempos de espera, hasta que te traen la carta, te toman nota, te traen los primeros platos… En un buffet todo es inmediato y no tienes tiempo ni de colgar el bolso cuando ya te has servido medio plato de macarrones, dos mejillones cocidos y unas lonchas de jamón de York. ¡Yupi! Ir al baño es una terrible pérdida de tiempo en un sitio de estos. Alguien podría aprovechar ese momento para ¡COMERSE TU COMIDA!

6.- La comida es mala malísima, pero hay mucha: ¿es que puede haber un argumento mejor? Este es uno de los claros casos en los que la disyuntiva CALIDAD vs CANTIDAD tiene un claro ganador y ninguno vamos a discutirlo. Ya lo contaba Woody Allen en la primera escena de Annie Hall:

7.- Vivimos a tope el lema “la del pobre, antes reventar que sobre”: y nos convencemos de que es un homenaje a ese pobre abuelo que se tenía que comer las mondas de las patatas. Aunque no podamos más, aunque nos cueste respirar, tenemos que seguir comiendo hasta el final. 

8.- Te convences del Efecto “Uno más”: una gamba más no te va a hacer daño, un chuletón más tampoco. Ni tampoco dos huevos rellenos culminados con esa mayonesa con costra. Claro que no. Ni tampoco un agujero más en el cinturón que llevas. Tú sigue, que por uno más no pasa nada.

Un plato más de nabos y zanahorias recocidos puede ser la clave para tener incontinencia anal el resto de tu vida, pero ¿cómo no vas a comértelo? 

9.- Pierdes el raciocinio: da igual si tienes ya el ácido úrico en alerta cobra, si eres alérgico a la lactosa o si jamás te gustó la salsa Mil Islas. Si está en el buffet lo tienes que probar. Aunque te lleve a la tumba, aunque sepa a mil rayos, aunque no tenga muy buena pinta... Queridas madres del mundo: si queréis que vuestros hijos coman acelgas cocidas ponedlas en un buffet. 

La sandía con salsa rosa y tallarines chinos con melocotón en almibar y ensalada de arroz tiene una pinta asquerosa, pero ya que te lo has puesto en el plato...

10.- Sacas tu lado más salvaje a relucir, el de carroñero sin fronteras: comer y comer sin parar, en una extraña competición contra el resto del género humano. O contra ti mismo. Demostrándote que eres más lo que sea. Probablemente idiota. O un loco. Hasta que consigas tu propósito: que te echen del buffet porque contigo no rentabilizan la pasta que pagaste. Entonces lo sabrás. Que te echen de un Buffet "coma usted todo lo que pueda" es el límite de la integridad humana. 

A este tipo le echaron del buffet, pero él ya había conseguido su objetivo.

Seguro que se os ocurren cosas más terribles que se pueden hacer en un buffet. Como el colmo del "ratismo": la gente que se hace bocadillos y los envuelve en servilletas ¡para seguir comiendo después! ¡O los que se tiran varios días sin comer para arrasar como Atila y su ejército! Hasta es más seguro que te estás diciendo que tú no te comportas así, pero luego, frente al expositor de postres, te entre una crisis de ansiedad y te pegues con una jubilada por hacerte con el último trozo de una tarta de chocolate que ha visto tiempos mejores. Sí, tú también terminarás sacando lo peor de ti. 

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Este artículo lo ha escrito...

Rebeca Rus

Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...