Todo lo que siempre quisiste saber sobre catas de vino… O no.
Todo lo que siempre quisiste saber sobre catas de vino… O no.
Si no has ido a una cata de vino, no eres nadie. Ya lo dijo Neruda : “el vino abre las puertas con asombro”. Pero hay que tener los pies de plomo. Y seguir las instrucciones al pie de la letra. O terminarás como nuestra corresponsal.
Hay que ver la gilipollez intrínseca que invade a los hombres cuando se habla de vinos. Que sí, que sí, que la gilipollez intrínseca también roza, de vez en cuando, a las integrantes del llamado “sexo débil”, pero en este tema, como en lo de no poner intermitentes para girar, tenéis que reconocer que la mayoría son XY.
Me gusta el vino. Soy capaz de distinguir un vino bueno de un pirriaca. Y ya. ¿De verdad existe alguien que distinga el retrogusto de frutas del bosque, con ligeros aromas a hojarasca, tabacos y cuero? Juro que es lo que ponía la última botella que compré. ¿A qué huele la hojarasca? ¿A humedad? ¿A rancio? Y no hablemos ya de los cueros…
Como tres tíos se pongan a hablar de vinos, puedes hacer una tesis doctoral sobre el tema. Y es que, en este país, los hombres – todos los hombres – son expertos en política, en medicina, en fútbol y en vinos. Y como no pongas una cata en tu vida, es que no eres nadie.
Lo de las catas es la hostia. La hostia en vinagre. Y nunca mejor dicho. Te sientas en una mesa en la que sirven copas de vino. Cada cual coge una, pero no puedes beberla hasta que el enólogo te cuenta cómo ha de hacerse. Lo primero, se levanta la copa. Se hace girar el vino en ella. Una lo gira y el vino sale disparado empapando a la de al lado, que, siempre, siempre, lleva vestido blanco. La de al lado se acuerda de toda tu familia mientras el enólogo distingue vetas de morado, marrón, azul y ocre, en la copa. Y una piensa: “pues sí, un tinto”, mientras todos los hombres de la sala asienten, convencidísimos, como si en vez de una copa de vino estuvieran viendo un desfile de Agatha Ruíz de la Prada. Serían capaces de reconocer el color nude en una copa de vino y negarlo tres veces, como Judas, en un par de zapatos.
- ¿Nude? Pero, ¿qué es eso? Mira que os inventáis colores las mujeres…
Pero seguimos. Olemos el vino. El enólogo dice que hay tres tipos de aromas. Los primarios, o varietales, que ya existían en la uva.
- ¿Veis? Huele a flores y a especias. A vainilla, a canela, a cardamomo.
Yo me quedo mirándole, preguntándome a qué cuernos olerá el cardamomo. Pero él sigue. Luego, vienen los aromas secundarios. Los que no estaban en la uva y son el resultado de la fermentación alcohólica. A levadura. A pan. A mantequilla.
“A ver, guapito” – mi cerebro no se calla. Es como Pepito Grillo – “Si el vino huele a pan y a mantequilla no es por el resultado de la fermentación alcohólica. Es el resultado de no lavar las copas, macho”. Pero me callo. Que todos los XY de la sala asienten y estoy en franca minoría. La del vestido blanco no cuenta.
Pero la cosa no queda ahí, no. Aún hay aromas terciarios. Por si no era suficiente con lo del pan y la mantequilla. Aromas que se desarrollan en la fase de crianza. Como el del café. Para mí, que el enólogo no desayunó esta mañana.
Por fin, nos deja catar el vino. Pero no darle un buen trago. Uno de esos pequeños placeres que te brinda la vida. El primer trago de vino. No. El vino hay que moverlo en la boca como el agua cuando te enjuagas los dientes y, luego, escupirlo. ¡Escupirlo!
Yo no lo escupo. Me lo trago. Faltaría más. Que para eso estoy pagando la cata.
Cuando llevamos seis copas de vino, entiendo por qué hay que escupirlo. También me cae mejor el enólogo. Y quiero con locura a la del vestido blanco.
- Es un vino elegante, sutil – dice un repeinado con polo de Ralph Lauren del final, que lleva toda la cata poniendo el contrapunto al enólogo y que me mira un poco raro cuando le sonrío con todos los dientes que me acabo de enjuagar con el vino.
A la décima copa, adoro a Ralph Lauren y a la madre que los parió a todos. Venir a una cata ha sido lo mejof que he hechor en mi vidasssssss.
Este artículo lo ha escrito...
Ana González Duque (Santa Cruz de Tenerife, 1972). Médico anestesista. Bloguera. Friki declarada. Sobrevive a un marido traumatólogo, dos niños y un gato negro. Autora de "El blog de la Doctora... Saber más...