Una receta = cuatro tuppers diferentes
Una receta = cuatro tuppers diferentes
Si no eres uno de esos afortunados a los que su madre le pasa una docena de tuppers semanalmente echarás muchísimo de menos la comida casera. Sobre todo entre semana, cuando en tu oficina empieza a oler a albóndigas en salsa y tú sólo tienes una triste ensalada de bolsa que echarte a la boca. Que no cunda el pánico: hoy en Glup Glup te enseñamos una sola receta y cuatro variaciones de la misma para que lleves un tupper diferente cada día de la semana.
Somos una generación perdida: nuestras madres y nuestras abuelas cocinaban de rechupete, pero nosotros nos hemos dedicado a perder el tiempo estudiando y echando horas extras en la oficina y nuestros conocimientos culinarios son tirando a mediocres con tendencia a penosos o descacharrantes. Apenas sabemos hacernos una tortilla francesa sin que el huevo se quede pegado en el fondo de la sartén y sobrevivimos a base de filetes a la plancha y de ensaladas Florette. Y es que en nuestras cabezas saturadas de horarios y fechas de entrega no hay sitio para la cocina. Nuestras madres, esas señoras maravillosas que nos quieren tanto, decidieron que bastante teníamos con estudiar una ingeniería o el temario de Derecho como para perder el tiempo aprendiendo recetas de cocina. Que seríamos ricos triunfadores que se pasarían el tiempo haciendo grandes proyectos y tendríamos cocinera propia.
Tu comida no puede ser más deprimente que el informe que aún no le has entregado a tu jefe.
La realidad no es sólo que no puedes casi ni pagar el alquiler con tu sueldo y mucho menos a una cocinera. La realidad es que todos los días tú tienes que comer algo y no hay ni tiempo ni ganas ni conocimientos. Apenas sabes improvisar tres o cuatro cosillas en la cocina, siendo la más complicada el sandwich de queso caliente y la sopa de brick (es muy complicado saber cuántos fídeos echarle si nadie te lo ha explicado antes). Pero, tranquilo, porque hoy en Glup Glup te enseñamos cómo convertir una sola receta en cuatro platos totalmente diferentes. Los mismos pasos técnicos, pero con ligeras variaciones en los ingredientes. Para que cada día puedas comer algo totalmente distinto, pero sin haber perdido el tiempo en aprender todo un repertorio.
Con la misma técnica podrás cocinar estos cuatro candidatos para tu tupper:
EL COQ AU VIN.
La de chistes que se pueden hacer con el nombre de este plato...
Más fácil de cocinar que de pronunciar, el Coq Au Vin es un plato tradicional de la cocina francesa que hará las delicias de los amantes de los platos contundentes y de provocar micro-infartos de envidia en la oficina. Sabe a campo y a bacon, pero puedes aligerar esta receta usando salsa de tomate en vez de producto porcino del graso si te preocupa ese nuevo agujero que tienes que hacer en el cinturón.
Los ingredientes a lo bestia: Muslos de pollo, vino tinto, caldo de pollo, champiñones, salsa de tomate, ajo y lo que los franceses llaman mirepoix, que es un sofrito de verduras variadas (zanahoria, puerro, apio o lo que te salga del nabo aderezado con un bouquet garní para darle sabor a hierbas aromáticas).
EL OSSOBUCO.
Con esta receta cualquier día puede convertirse en una fiesta. Incluso en la oficina.
Un plato tradicional italiano que suele hacerse con ternera, pero también con otras carnes más agradecidas como la pierna de cordero y que te convertirá ipso facto en el gran gourmet de tu empresa.
Los ingredientes a lo bruto: pierna de cordero, vino tinto, caldo, ajo, salsa de tomate, laurel y el ya nombrado mirepoix.
EL RAGÚ.
Compra polenta ya cocinada para aprovechar hasta la última gota de salsa.
Para los italianos “ragú” suele ser una salsa hecha a base de carne para acompañar platos de pasta o arroz, pero si los trozos de carne son tirando a grandes se puede convertir en un plato con entidad propia y la siesta en tu escritorio será de campeonato. Puedes cambiar la proteína por la que desees. Yo aconsejo especialmente el conejo si estás a dieta, pero quieres llevarte a la boca algo que tenga sabor.
Los ingredientes a lo brutote: Carne de cerdo (no hay nada como preguntarle al carnicero qué parte del cerdo os pega mejor para hacer un guiso: paleta, hombro, etc.), vino blanco, una lata de tomates triturados, romero, caldo y el consabido mirepoix.
LAS COSTILLAS ASIÁTICAS.
El punto asiático lo ponen los pequeños detalles como las semillas de sésamo, cebolletas picadas y servirlo todo junto en un cuenco.
Un giro en la trama de la elaboración de unas costillas tradicionales puede ser más impactante que el final de un capítulo de Sherlock. Consíguelo con la receta de siempre y un combo de arroz blanco, caldo, especias asiáticas y soja.
Los ingredientes a lo brutote: Costillas de cerdo, cebollas, zanahorias, ajo, salsa de soja, caldo de ternera, jengibre, miel y vino de arroz.
LA RECETA:
En todos los casos la elaboración sigue el mismo patrón. Una y otra vez. Como si fueras Bill Murray en El día de la marmota. Con un par de veces que sigas las instrucciones y te aprendas los pasos, descubrirás que apenas hay variaciones entre cocinar un Coq au Vin que unas Costillas Asiáticas. Sólo un sabor totalmente diferente y la sensación de que uno no tiene absolutamente nada que ver con el otro.
Cualquier trozo de carne que riegues con un vino decente y dejes cocer lentamente durante horas estará para chuparse los dedos. Si no lo quemas, claro.
Y cuando le pilles el tino descubrirás que puedes improvisar tus propias recetas, añadiendo pequeñas variaciones en los ingredientes o tipos de carne, de tal manera que tu repertorio será gigantesco. Y más la envidia que despiertes en el curro. Lo importante es que te sigas estas instrucciones paso a paso.
1.- Para empezar se dora siempre la carne en un espejo de aceite hasta que la superficie de la misma esté caramelizada. Cuánto más dorado esté, mejor sabrá al final. En este paso lo único importante es controlar que el concepto “dorado” no se transforme en “quemado”. Tendrás que estar atento para darle vueltas a la carne de vez en cuando. ¿Cuánta carne? Pues depende de lo carroñero que seas, de si es para ti solo o para varias personas o si pretendes aprovechar la energía y el esfuerzo y hacer tuppers para congelar. Yo suelo calcular unos 120-150 gramos de proteína por ración.
2.- Se saca la carne de la receta elegida y se reserva. Se desglasa la cacerola con el caldo de la receta elegida (puede ser caldo de brick o el típico cubito de Maggie que tu madre usaba sin cortarse un pelo). Se rasca bien el fondo con una cuchara de madera, donde se han quedado pegados esos trozos de grasa crujientes, para sacarle todo el sabor al guiso y mezclar bien la grasa con el líquido. ¿Cuánto caldo? El suficiente para que cubra la ración de carne que has dorado antes.
3.- Se devuelve al carne a la cacerola. Lo importante en este paso es que quede bien cubierta por ese caldo y todo lo que vas a echar a continuación. Para ello, también se añade los otros líquidos que aparecen en la lista de ingredientes de la receta de tu elección: vino tinto, vino blanco, soja, vinagre de arroz, los tomates triturados… ¿Cuántos líquidos más? Para una ración de medio kilo de proteína un vaso de vino tinto/blanco/cerveza/etc. es más que suficiente. Otros ingredientes como la soja o el vinagre de arroz tendrás que calcularlos poniendo a prueba tu sentido del gusto y para medio kilo de carne es suficiente una lata de cuarto de kilo de tomates triturados.
Opciones alcohólicas si no tienes vino: cerveza, ron, brandy, etc.
Opciones alcohólicas que mejor ni te plantees si no tienes vino: Anís de El Mono, Malibú, licor de manzana, etc.
4.- Aporta sabor con las verduras, las especias, las hierbas aromáticas y todas las cosas que quedan en la lista de ingredientes de la receta elegida. Yo prefiero rehogarlo en una sartén aparte y añadirlo ya hecho sofrito, pero puedes hacerlo como te dé la gana y el resultado estará bueno (pero no tan bueno como el mío). Tapa bien la cacerola y deja que se haga lentamente hasta que tengas que irte a la cama o la carne se deshaga al pincharla con un tenedor. También puedes hacerlo en el horno a 150ºC (mira que la cacerola que uses sea apta, no vaya a ser que te encuentres un amasijo incomestible).
Ingredientes básicos para un mirepoix cualquiera. También podríamos llamarlo sofrito como nuestras madres y quedarnos tan tranquilos.
5.- Deja enfríar y pasa todo a un tupper. Guarda en la nevera hasta que te lo comas. Sirve acompañado de arroz blanco, pasta hervida (aderazada con un chorrito de aceite para que no esté seca), polenta o un buen pan.
6.- Sin tener ni idea, conviértete en la persona más envidiada de la oficina.
Lo bueno de esta receta además de que es inmortal y de que una vez que controles los pasos está tirada, es que ya que gastas tiempo y energía puedes cocinar para varios días o para un batallón sin notar apenas la diferencia (salvo en la cantidad de ingredientes, claro).
Este artículo lo ha escrito...
Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...