Aquellos maravillosos 80

Aquellos maravillosos 80

Aquellos maravillosos 80

La década de los 80 sigue siendo, a día de hoy, un referente cultural que nos invade con modas que vuelven o estilos musicales colmados de remakes ochenteros, pero ¿cómo fue nacer en esta década y criarse entre hombreras y canciones de Bananarama? Hagamos un repaso de lo que fue vivir tan influyente década.

 

No soy de las que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, la verdad. Cada época tiene su cosa buena y su cosa mala y creo que mirar atrás y anclarse en los viejos tiempos no trae nada bueno a nadie. Mejor seguir hacia delante y disfrutar de cada etapa de la vida, aunque eso no quita para que no guste hacer de cuando en cuando un Regreso al pasado, porque al fin y al cabo de lo que fuimos, seremos y lo aprendido ahí quedará. Por eso, hoy toca remember de la que fue mi época infantil: la que tuvo lugar con pleno apogeo de las hombreras; cuando los pantalones de pata de elefante daban paso a los pitillos nevados y las melenas al viento se planchaban con placas rizadoras dando al cabello un aspecto de helecho extraño con flequillo ultra cardado. Una cosa rara, ya sabéis. Vamos, lo que vienen siendo los años 80.

Y es que, la moda en los 80 fue lo más estrambótico que podamos imaginar. Claro que entonces era lo más llevar ropa cuatro tallas más grande, hombreras y todo como muy llamativo. Colores chillones, maquillajes exagerados, peinados imposibles... No creo que en la historia de la humanidad se haya vendido tanta laca como en los 80. Ni tantas cazadoras de cuero talla XXL, ni tantos chándal de táctel, ni tantas zapatillas J'hayber que nunca se rompían, para tu desgracia. La moda callejera y las tribus urbanas se reducían prácticamente a tres: los pijos, los punkies y los de en medio. No había que estudiar para distinguir a un hipster de un indie, a un rockero de un popero, a un emo de un gótico o a un nerd de un moderno. Qué estrés ahora, eh. Pero antes no. Antes eras o una cosa u otra y no había más. Fácil, sencillo y sin tantos añadidos, que al final todos somos personas.

Aquí yo, antes muerta que sencilla.

 

De todas formas, si eras niño en los 80 la moda te importaba un pimiento porque lo único que te interesaba en la vida era salir del colegio e ir corriendo a casa tú solo (porque antes, al menos en ciudades pequeñas, al colegio ibas solo, sin compañía de ningún adulto: tú solito tenías que lidiar con esa oscura y sórdida jungla que era la calle), y sentarte en el sillón a merendar un bocadillo de Nocilla o chorizo mientras veías Barrio Sésamo, donde aprendías a contar con Drácula, las diferencias adverbiales con Coco, que las galletas se pueden devorar, que Don Pimpón sufre alopecia o que Epi y Blas eran, cuanto menos, inquietantes. Y, después de la merienda, tocaba hacer deberes y... jugar. En la calle. En la jungla de asfalto. Sin adultos por medio. Como mucho alguna madre que se asomaba a la ventana a echar un ojo, pero por lo demás, campabas a tus anchas por las calles de tu barrio siendo todavía un niño de E.G.B. Y así aprendimos a sacarnos las castañas del fuego y a lidiar con la realidad y la gente extraña que hay en ella. Por no hablar de aquella amiga inseparable que iba contigo hasta el fin del mundo: la bicicleta. A lo Verano Azul. Y sin rodilleras, coderas, casco, protección, crema anti chichones y demás. Ahí, a las bravas. Vivíamos al límite jugando a la comba, a la goma, al pilla-pilla, al escondite, balón prisionero, la rayuela, las chapas o las canicas. Pero ¿qué problema había? Algún diente mellado, algún brazo roto del que presumías durante un mes y... poco más.

En los 80 podías hacer cosas tan molonas como cantar con Espinete o perseguir mapas de tesoros piratas con tus amigos del barrio.


Eso sí, no todo era estar en la calle Living la vida loca. También tocaba casa, deberes y todo el tema de lo que viene siendo la responsabilidad. Pero, todo hay que decirlo, en aquellos años los deberes se los hacía cada uno y no involucrabas a tus padres para hacer un sinfín de trabajos que acaban haciendo los progenitores. No. Tú lidiabas con tus tareas y como mucho un “Ven que te pregunto la lección”, a lo que tú argumentabas que necesitabas más tiempo, ya si eso. Lo bueno: que cuando acababas pronto y no sabías a qué jugar tú solo en casa, se podía encender la televisión sin problemas porque... solo echaban dibujos. Desde el telediario de la tarde hasta el de la noche, en la televisión pública (entonces no había otra) se emitían toda la ristra de dibujos animados. Y lo mismo los fines de semana. La tele era de los niños hasta que salía Casimiro y nos mandaba a la cama, dando paso a los rombos para los adultos. Pero, hasta entonces, colmaban la parrilla televisiva grandes clásicos como La bola de cristal, David el Gnomo, Los tres mosqueperros, Dragones y mazmorras, Los caballeros del zodiaco, La aldea del Arce, Ana de las Tejas Verdes, Pumuky, Los Diminutos, Candy Candy, Campeones, El inspector Gadget, Scooby Doo, Willy Fog... y un largo, largo etcétera que nos deleitaba con sus canciones, sus personajes y sus valores. Y sus eslogan, como el mítico “Solo no puedes, con amigos SÍ”, “Di NO a las drogas”, “Póntelo, pónselo”, que nos quedaron grabados a fuego, aunque hoy den risita floja.

Aquí los incomprendidos Electroduendes con la Bruja Avería; que era mala, pero qué mala era...

Y si te aburrías de televisión, siempre podías jugar al Come Cocos en el Spectrum, ese armatoste que hacía un ruido demoníaco y que fue la antesala a los PC que vinieron después; leer la Súper POP o la Vale, que telita; o ponerte tu Walkman con cintas de cassette grabadas directamente de la radio, porque entonces la piratería solo era el argumento para películas de barcos caribeños.

La música en los 80 nos abrió a nuevos estilos como el glam rock, el heavy metal, el techno y, sobre todo, el pop. Las novedosas Madonna o Kylie Minogue se coronaron enseguida como jóvenes promesas del Olimpo popero que sí, llegaron a ser estrellas con nombre y apellidos. Otros se quedaron en el camino, como Glenn Medeiros, Chesney Hawkes o Rick Astley, que tuvieron gran repercusión en la época pero, años después, nunca más se supo. Eran los años en los que Joaquín Luqui y Fernandisco nos deleitaban con las canciones de Bananarama, New Kids on the Block, The Bangles, The Communards, Europe, Bon Jovi o los patrios Celtas Cortos, Alaska y Dinarama, Hombres G, Nacha Pop o Mecano. Música que se definió con un estilo propio y que dio lugar a los géneros y subgéneros que escuchamos hoy en día bajo aquel “Besitos para ellas, abrazos para ellos”.

No sabemos si te vamos a sorprender en tu cumpleaños o a darte un sustaco con nuestras pintas rarunas, pero aquí estamos.

Pero no; crecer en los años 80 no fue ni mejor ni peor que hacerlo en otra década. Tuvo sus ventajas y sus inconvenientes, como siempre pasa. Como dije al principio, anclarse en tiempos pasados solo trae problemas y para los pies a la evolución natural del individuo y de la sociedad. Hoy los niños tienen cosas que nos hubieran ahorrado muchos problemas a los niños de ayer. Y los de ayer tuvimos cosas que los niños de hoy han perdido. Uno por otro, cada época tiene su cara y su cruz porque, al final, una década no es más que el ensayo-error de la siguiente, que espero sean siempre versiones mejoradas de la anterior, pero sin perder lo importante por el camino.

 
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Este artículo lo ha escrito...

Sara Ballarín

Sara Ballarín (Huesca, 1980). Estudió Filología Inglesa y actualmente trabaja en una empresa multinacional de telecomunicaciones. Adicta a la comida basura, a los zapatos (nunca el tacón es... Saber más...