¡Anda, la cabeza!
¡Anda, la cabeza!
Empieza un nuevo curso escolar y con él un montón de quebraderos de cabeza para los que somos padres: reuniones en el colegio, libros y material escolar que preparar, extraescolares que retomar y un sin fin de actividades más que dejarían en ridículo la agenda de un jefe del estado. ¿Sobreviviremos a esta quincena mortal? ¿O perderemos la cabeza definitivamente?
Da igual lo experimentada que sea a estas alturas de mi vida: todos los años me pilla el toro en septiembre y es rara la vez que no termino haciendo el majara de tal forma que podría pasar por un extra de Alguien voló sobre el nido del cuco. Durante dos semanas mi vida da un giro de ciento ochenta grados y de repente me encuentro con que mi normalmente extensa lista de cosas por hacer como madre trabajadora se duplica… o se triplica.
Si que un tipo haya inventado un forro ya hecho es un hit para ti es que algo anda realmente mal en tu vida.
Todo comienza puntualmente el día uno, cuando me acerco a la librería del barrio a recoger la montaña de libros que mis dos hijas necesitan para empezar el siguiente curso. Y todo ello sin pasarme primero con un pasamontañas por el banco, lo que tiene mucho mérito con la que está cayendo. La montaña de libros es tan grande (me pregunto si mis niñas van a cursar Primaria o a iniciar un doctorado en Estructura y Comportamiento de los Cromosomas Humanos durante la investigación espacial de los Ríos y Montañas de la Península Ibérica en el Habitat Natural de los Números Romanos y su Traducción al Idioma Inglés) que últimamente he optado por llevarme el carro de la compra para poder llevármelo sin lesionarme. Después de dejarlo todo en casa vuelvo a bajar con el carro para pasarme por la papelería a recoger media tonelada de material escolar.
Y una vez en el hogar me pongo a forrar todo lo que he comprado, a marcarlo con sus nombres y, lo peor, dividirlo por montañas atendiendo a las indicaciones que me han dado cada uno de los profesores: el martes 9 la niña llevará el libro de ejercicios X, el estuche Z y dos paquetes de folios, el miércoles 10 llevará los libros de Tal asignatura y Cual asignatura, un paquete de minas y un sobre con X euros, el jueves 11 tendrá que traer la carpeta de gomas, el compás y una copia compulsada de su calendario de vacunas, el viernes 12 tendrá que traer los cuadernos rojo, azul y verde, las ceras blandas, un desatascador y los últimos restos de cordura de sus padres… Y así multiplicado por dos.
He hecho presentaciones a Unilever para ganar campañas de publicidad millonarias que requerían menos planificación que la Vuelta al Cole de mis hijas.
No contentos con llevarme al borde de los acantilados de la locura, pero sin ningún falso pirata Roberts que me rescate, a continuación tengo que proceder a asistir a varias reuniones donde se me dan indicaciones de lo más variopintas, como si realmente estuviéramos hablando del cuidado y mantenimiento de un reactor nuclear y no de un niño. La lista de tareas a realizar es infinita y calculo que me llevará toda la tarde. De cada día. Del resto del año.
Además tengo que acudir a las reuniones de todas las actividades extra-escolares que hacen las peques, apuntar fechas, repasar el equipo que necesitan para cada una de las actividades y aprenderme las normas de cada centro.
Si vas a perder la cabeza con el asunto de las extra-escolares, hazlo en condiciones.
Llega el turno de los uniformes. Resulta que a los niños les da por crecer una barbaridad en verano y ya no les vale nada, lo que me lleva a volver a la tienda de uniformes (sin pasarme antes con la Kalashnikov por el banco) a tomar medidas, probar, encargar, reponer y hacerme con todo lo que necesito. Multiplicado por dos. De vuelta a casa, tendré que marcar todo, clasificarlo y, que no se me olvide, coserle una cinta elástica a la altura del cuello para que cuando mis hijas quieran colgarlo en las perchas el porcentaje de aciertos sea el 100% (la primera vez que me explicaron que la mayoría de los niños no sabían colgar bien un jersey en una percha aluciné bastante para, a continuación, tener a mis hijas dos días enteros practicando sobre el asunto y, creedme, los niños NO son tan tontos como creemos ni como queremos hacerlos y saben colgar prendas de ropa y atarse los cordones de los zapatos. Sólo hay que enseñarles).
Y cuando crees que ya casi has terminado, comienzan realmente las clases. El primer día salen a una hora. El segundo día a otra hora totalmente diferente. El tercer día ya salen a la hora definitiva… del mes de septiembre. Cada uno de esos días tendré que recoger a mis hijas en sitios diferentes. Todavía no me han informado de si puedo ir andando normal o tengo que ir haciendo el pino-puente.
Unamos todo esto a la actividad normal de un adulto de cuarenta años con sus obligaciones profesionales y domésticas (las personales las vamos a ignorar este mes) y que cada uno saque sus propias conclusiones.
Las alertas del móvil dejan de tener sentido cuando todo el tiempo están sonando alertas en tu móvil.
En mi caso el resultado es que a estas alturas del mes ya no sé ni quién soy y me he presentado dos veces a la oficina con la camiseta puesta del revés. También he empezado a hablar sola, lo que ha provocado un par de altercados en el ascensor de la empresa (Ramírez pensó que le estaba insultando a él pero realmente estaba repasando la lista de los libros que tengo que llevar mañana junto con la manera de rellenar los justificantes y los partes de las medicinas infantiles) y he etiquetado todas las pertenencias de mis compañeros. Puede que haya perdido la cabeza, pero, tranquilos, no es para siempre y terminaré recuperando la cordura. Hasta el siguiente mes de septiembre, claro.
Este artículo lo ha escrito...
Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...