Carpe diem (o lo que aprende una de una lata de caviar)

Carpe diem (o lo que aprende una de una lata de caviar)
“A ésta se le fue la pinza” –diréis, sorprendidos por el título. Pero leed, leed antes de juzgar un libro por la portada (o una lata por su contenido).
Hace cosa de un mes, nos regalaron una lata de caviar iraní. A lo mejor, hay, entre vosotros, alguien acostumbrado a desayunar con Möet Chandon y a bañarse en baños de espuma con sales aromáticas, que al leer esto dice: “Pues vaya cosa, mariposa”. Pero yo soy chica de café con leche y ducha rápida. Y una lata de caviar iraní me pareció el colmo de los lujos.
Pásame el Möet, cariño.
Mi santo y yo decidimos que había que guardar semejante manjar para una ocasión especial, comprar –para esa ocasión– una botella de cava y reservar una noche para disfrutarlo juntos con todos los honores. La pusimos en la parte alta de la nevera aguardando ese día.
Una semana después, mientras hacía la cena, veo que mi hijo de nueve años acerca una silla a la nevera abierta y me pregunta:
–¿No has comprado más latas de ese paté negro tan rico?
¿Paté negro? Lo miré intrigada y la cruda realidad se abrió paso como un rayo en mi entendimiento. ¡El caviar! No sabía cómo reaccionar. Por un lado, me enorgullecía de su buen gusto. No todos los niños que ven una lata de caviar iraní se la zampan. Recordad la imagen de Tom Hanks en Big.
Estos gusanitos saben rancios.
Por otro, hubiera podido matarlo ahí mismo. Lo cierto es que, hiciera lo que hiciera, me había quedado con las ganas de probar el caviar.
Al día siguiente del drama del caviar desaparecido, me tocó dormir a una mujer de mi edad con un tumor cerebral. Su marido había reservado una botella de Vega Sicilia para celebrar su recuperación. Pero hubo complicaciones en la cirugía. Y mi paciente nunca podrá probar esa botella. Volví a casa aquella tarde conteniendo las lágrimas. Y cuando iba a mitad de camino, recordé la lata de caviar.
–¿Y esto? –me preguntó mi marido, asombrado cuando me vio entrar por la puerta con dos latas de caviar y una botella de cava, que había parado a comprar por el camino.
–He decidido –le respondí– que no voy a esperar al momento especial para disfrutar las cosas. Que voy a convertir en especiales todos nuestros momentos. Y que voy a gozar de mi presente.
Y es que hay que ver lo que aprende una de una lata de caviar. No me extraña que cuesten tanto.
Este artículo lo ha escrito...
Ana González Duque (Santa Cruz de Tenerife, 1972). Médico anestesista. Bloguera. Friki declarada. Sobrevive a un marido traumatólogo, dos niños y un gato negro. Autora de "El blog de la Doctora... Saber más...