¿He oído mudanza? ¡Corred, insensatos!

¿He oído mudanza? ¡Corred, insensatos!

¿He oído mudanza? ¡Corred, insensatos!

Dicen, bueno, me lo acabo de inventar yo, que un amigo se mide por las veces que te dice “sí” a planes porculeros y poco agradecidos. Y sí, amigos de Glup Glup, ayudar a hacer una mudanza es el plan jodienda por excelencia, porque sí, porque por muchas gracias que nos den en ese momento por habernos dejado riñones, rodillas y media vida en apenas unas horas, al día siguiente se les ha olvidado y si te he visto no me acuerdo. Y si les pides que te ayuden a la tuya, lo siento, me ha surgido una cita médica, tengo que llevar a los niños al cole o, ¡oh, sorpresa!, me toca ir a trabajar a la ofi en domingo porque vamos atrasados en la entrega de un proyecto. Ajá, ajá, arrieritos somos.

A la hora de emprender una mudanza hay que estar tranquilo porque siempre hay alguien a quien engañar. Y esos son los virgin-move, o como diríamos en castellano, los que no han hecho una mudanza en su vida. Creéis que no, pero haberlos, haylos. Serán fácilmente reconocibles por su aspecto aniñado, su vestimenta tipo Converse y vaqueros como única forma de vida y, lo más importante de todo, con un cartel en su frente que ponga algo así como “habitantes con pensión completa hasta el fin de los tiempos de un hostal llamado Casa de Papá y Mamá”. A ese tipo de espécimen hay que atacar, creedme.

“Joder, tío, lo siento, pero me pillas trabajando”.

Pero antes de pedir el gran favor de hacer una mudanza, primero hay que organizar toda una vida en cajas —supuestamente— bien clasificadas, porque lo de contratar a una empresa especializada en almacenamiento y portes como que no, es un gasto inútil y nosotras tenemos la suficiente capacidad de organizar toda una vida en categorías tipo ropa de invierno, ropa de verano, juguetes y “frágil”. ¿Qué guardamos y qué no? Treinta años de síndrome de Diógenes nos impiden deshacernos de artículos tan variopintos como la Enciclopedia Espasa de 20 tomos, los VHS de Disney de los niños o el ajuar de toallas y sábanas de tu suegra que nunca, repito, nunca, has usado. Pero ahí te encuentras, tirada en el suelo rodeada de una jungla de enseres. Sabes que muchos deben quedarse, que no pueden acompañarte en tu nueva etapa, pero… ¡Ay, son taaaaan bonitas las toallas bordadas con floripondios y topitos de colores! Ah, no, mira, esto no me importa dejarlo aquí…

Después de días (sí, días, porque aunque te habías propuesto acabar en unas horas, sabes que es material e inhumanamente posible), has terminado y tienes el salón inundado de cajas de un marrón antiestético que te impide ver la pantalla del televisor, porque, no nos engañemos, la televisión es el último objeto que guardamos. No sin mi tele. He ahí el momento en que empiezas con las llamadas de rigor y a conocer en realidad quiénes son tus verdaderos amigos.

Digamos que entre chantajes emocionales del tipo “me lo debes” y “te invito a unas cañas y/o una mariscada cuando acabemos”, consigues convencer a unas cinco personas. Ojo, que eso es todo un lujo. Tienes cinco amigos de verdad, ya quisieran  muchos. 

Y luego dicen que la publicidad no es engañosa… ¿Cajas de mudanza y sonrisas en la misma estampa? ¿Hola?

Emplazas a dichos insensatos en tu casa a las 7 a.m., porque las mudanzas a mediodía ni son mudanzas ni son ná, el madrugón hay que dárselo como manda la tradición. Y ahí les tienes, durante horas, sin un quejido, y tú, cual capitán, dando órdenes, porque tú ya le has echado tus horas organizando las dichosas cajitas; ahora tienen que ser ellos tus mozos. O tus esclavos. Pues eso, que tú ahí, con tu lengua de látigo: “¿Pero qué haces? ¡Cuidado! ¿No ves que pone frágil?” (No, no lo ven. Las horas que te has tirado tú clasificando, ellos se las pasan por donde amargan los pepinos). “No, esa caja no va aquí. Súbela a la buhardilla”. (Sí, a un tercer piso. Sin ascensor). O también: “Ahora cuando terminéis, por favor (porque los modales nunca hay que perderlos), me dais una manita de pintura al recibidor, que me lo habéis rozado”.

Y pasan las horas y ahí siguen, deslomados, con los pantalones al borde del cosido de unas rodilleras y con un dolor de riñones infrahumano. Pero ahí que siguen, tus fieles virgin-move, que ya después de esta han dejado de ser virgin y quizá, probablemente, también hayan dejado de ser tus amigos. Y si algún día ellos deciden desprenderse de su cartel de pensión completa en el hostal de mamá y papá y subirse al carro de la independencia, te llamarán para que tú les devuelvas el favor. Y tú, a esa llamada que sabrías que tarde o temprano llegaría, les responderás, cual amiga poco agradecida: “¿He oído mudanza? ¡Corred, insensatos!”.

 

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Este artículo lo ha escrito...

Alba Corpas

Alba Corpas (Madrid, 1987) es la pequeña de una familia gigante, así que cuando tenía ocho años se encontró en su garaje con todas las bicicletas juntas de sus primos mayores. Y sus patines, sus... Saber más...