La barrera de los treinta

La barrera de los treinta
Me las prometía muy felices yo. “¿A mí? Noooo, no me afecta para nada haber cumplido treinta. ¡Dicen que es la mejor década para una mujer! ¡¡Adiós a la veintena, así, sin traumas!!”. Y un cojón de mono. Que me lo digan ahora.
El mazazo ha venido con efecto retardado, pero… jodo, casi preferiría haber pasado el día de mi cumpleaños berreando y gruñendo a todo el que me felicitara. Ha sido como una bomba de protones al puro estilo premenstrual. ¿Y cómo ha sido? ¿Me senté cual Pensador de Rodin a meditar? No. Claro que no. Yo os lo cuento…
Caminaba tan contenta a tomarme un café con dos de mis amigas. Valencia, unos días de descanso, sol… bien. Como empiezan todas las pelis de miedo, claro. Y el caso es que andaba yo tan contenta cuando de repente se giró un poco de viento, todo olía a pino y a otoño y… de pronto asaltó mi cabeza el recuerdo de subirme a la moto de mi amiga María para volver a casa después de una tarde de cafés y brownies. Y de eso hace la friolera de doce años.
Empecé a darle vueltas, a pensar en lo rápido que han pasado los últimos diez años de mi vida y a lo poco consciente que he sido de todo. No niego que la treintena sea la mejor época para una mujer, pero no me he dado cuenta de que en los últimos diez años he ido sentando las bases de la persona que voy a ser el resto de mi vida y lo peor… creo que he estado más tiempo cerveza en mano que pensando realmente en la importancia de cada decisión. No es que sea alcohólica. Vamos… que me gusta socializar más que a un tonto un lápiz y entre tanto socializar se me ha pasado la universidad, el primer trabajo, mi boda y los primeros cinco años de matrimonio. Coño… sí que iba cargado ese gintonic.
No es que haya ido mal, que conste que no me quejo, pero creo que el factor suerte ha sido demasiado predominante. Y me da miedo pensar en haber dejado tantas cosas al azar. O no. No lo sé. Es que estoy dándole vueltas sin parar desde que me di cuenta de que estaba tomando café con mi amiga Raquel, que tiene un niño de casi dos años y el que viene en camino. Y no hace tanto que montábamos fiestas en su casa cuando su madre no estaba y terminábamos comiendo pan de molde caducado. Quizá ese haya sido el problema, ahora que lo pienso…
La frontera de los 30 da más miedito que la frontera del Lejano Oeste o la frontera de la que hablaban en Star Trek.
El caso es que, intentando racionalizar toda esta depre, he hecho un listado de los pros y los contras de cumplir los treinta años, lo cual es absurdo porque no es que pueda hacer yo mucho contra ello. No puedo decidir no cumplir más años, por más que me gustara o Marujita Díaz haya sentado precedente.
“Yo cumplo cinco ahora en noviembre. C-I-N-C-O.”
Pero lo he hecho, porque soy muy de listas de pros y contras yo. Rollo… “Asunto: comprarme una capa. Contras: parezco el yeti. Pros: están de moda. Resultado: alguien me hace una foto por la calle e Iker Jimenez acaba sacándome en su programa creyendo que ha encontrado a Big Foot.”
Pero yo la hago de todas formas, que así no tengo que pensar en la montaña de ropa para planchar que me guiña el ojo desde el rincón.
He desarrollado resistencia al alcohol:
Qué putada. Con lo baratita que salía yo antes. Un chupito de cazalla y ya tenía la noche hecha. Ahora me tomo cinco copas de vino blanco, tres gintonics y dos Jagermeister y sigo sin entender muchos chistes.
Además, se me ha hecho morrito fino con esto del bebercio. Sí, sí, que ahora hasta miro la etiqueta de lo que me bebo. Odio saber que me gustan más los Ribera del Duero que los Riojas. ¿Dónde ha quedado el calimocho con azúcar y las cagaleras del día después?
Pro: mis resacas son horribles pero mucho más glamourosas, dónde vas a parar.
Ay, qué resaca más mala, pero ¡cuánto glamour!”
Empiezan a intuirse mis primeras patas de gallo:
Si fuera un comentario de Facebook “a todos los dependientes de cosmética del Corte Inglés de Castellana les gusta esto”. Porque… vaya tela. Un día de estos me harán creer que un burro vuela. Pero yo me lo he comprado todo. Hidratante, contorno de ojos, sérum, hidratante corporal antiflacidez (como si fuera novedad lo de la flacidez), hidratante para el pecho… y ahora tengo la cara como si me hubiera maquillado con tocino y las tetas como sardinas en aceite. Mr. Coqueto ha intentado abrazarme y he terminado pegada al techo.
Pro: ahora puedo comprar todas esas cremas que me gustan, en esos tarritos tan monos porque, total… ¡las necesito!
Pierdo los kilos con sordina:
Dieta… para variar. Creo que en Atapuerca hay una pintura de algún ancestro mío diciendo que no al postre. Eso viene de lejos. Pero antes me quitaba el pan, el dulce y el bebercio y en una semana volvía a ser humana. Ahora, sufro cual marine americano para perder 300 gr que, muy probablemente, corresponderán a mis tetas. Y claro, en casa se desencadena el Apocalipsis y encima tendré yo la culpa…
Pro: Aquí está ya to’l pescao vendido.
Ya no puedo ponerme lo que me dé la gana:
Mi camiseta con dos donuts en la delantera ya no le parece tan divertida a mi madre, mira por dónde. Ni mi sudadera de un gato molón con monóculo, bebiendo cócteles y fumando en pipa. ¡¡Rebelión!! Aunque no sé a quién quiero engañar. El día menos pensado, por eso de llevar la contraria, me tiño el pelo de rosa. Así hará conjunto con los donuts glaseados de mis pechos.
Pro: “¿Qué por qué quiero esa blusa de Carolina Herrera, churri? Pues porque una ya tiene treinta y tiene que empezar a pensar en comprar ropa buena, de la que dure toda la vida”. Y así.
Se me presupone una seriedad que no tengo:
Antes podía esconder algunas de mis “peculiaridades” bajo el típico “cosas de la edad”, como cantaba Modestia Aparte. Ahora yo no puedo disimular por más tiempo que lo que me pasa es que estoy loca del coñer. Ya no puedo ir de fiesta a un garito y volver a casa con parte de la vajilla del local. No está bien visto pelearme con el “puertas” de ninguna discoteca. Me miran peor cuando ando descalza por Cibeles a las cuatro de la mañana con los tacones en la mano. Ya no me pega beberme una yonki-lata de cerveza sentada en un banco de la plaza de San Ildefonso. Y no hablemos de meterme en un fotomatón con una amiga y hacer el gilipollas. ¿O sí?
Pro: Hago caso omiso a las normas sociales, porque ha dejado de importarme lo que piense la gente.
Al final, después de leer y releer esta lista, me he dado cuenta de una cosa: los treinta son los nuevos veinte. Hasta que no pongan en circulación un cuerpo de policía que luche contra el ridículo, voy a seguir haciéndolo a mi libre albedrío. Si lo pienso, esto es como tener veinte largos, solo que un poco más cansada y con algo más de dinero en el bolsillo. Así que, la única medida cautelar que tomaré ante la treintena será seguir cambiando de tema cuando me pregunten por la maternidad. Igual hasta me canto una de Rafael.
“¿Qué dices de tener niños, que no te oigo?”
Este artículo lo ha escrito...
Elisabet B. (Gandía, 1984). Trabaja en una oficina muy azul en la que se habla de comunicación corporativa; cuando sale corre a alimentar a sus dos gatos gigantes. Le encantan los zapatos, las... Saber más...