Manual del perfecto pasajero

Manual del perfecto pasajero

Viajar en un tren puede ser una plácida y relajante experiencia, casi bucólica, o un auténtico tormento debido a aquellos que han nacido para amargarte un viaje y que, allá donde vas tú, viajan contigo como puestos allí por orden divina.

Reconozco una cosa: soy tiquismiquis. Reconozco otra: tengo mal genio. Esta combinación hace que yo sea el terror de cualquier pasajero de un tren, autobús, avión o sitio cerrado en general; pero nos centraremos en el tren porque ahí me vinieron mis últimas ganas de matar.

Estaba yo camino a Madrid cuando, en lugar de subir el volumen de mis auriculares para no oír ni un ruido como hubiera sido lo lógico, me puse a analizar todos y cada uno de los ruiditos que los amables pasajeros tienen a bien hacer. Resultado: salí del tren con unas ganas de cortar cabezas, manos y quemar envoltorios de caramelos que casi hacen que explote en el minúsculo lavabo del AVE. Y es que, por muy tiquismiquis que sea yo, hay una serie de cosas que creo que nos molestan a todos, ¿no? Como por ejemplo:

Los que se recrean en el ruido del envoltorio de un caramelo.

A ver, señoras y señores, no es necesario dar ochenta vueltas al papelito de plástico en cuestión mientras saborea (mascando a pleno pulmón) el caramelo de turno. NO. Puede sacar su bombón de forma silenciosa, rápida y sin hacer pensar a los demás pasajeros que una horda de cucarachas sonoras han invadido los asientos del tren. Y por favor, cuando lo introduzcan en su boca, eviten hacer creer que estamos cerca de un caballo mascador.

¿Necesitas ayuda?

Música con auriculares a toda leche.

No es necesaria, ¿sabéis? Si yo no puedo oír mi música porque oigo la vuestra, tenemos un problema. No me interesa saber que estáis escuchando a Juan Magal o los grandes éxitos de Chimo Bayo así que, por favor, bajad el volumen de vuestra música y no me molestéis más, gracias.

Conversaciones con tu compañero de al lado.

En mi último viaje en tren me enteré de los pormenores maritales de mi compañera de detrás porque se los contaba a viva voz y megáfono en garganta a su amiga, que iba a su lado. Queridos: no hace falta, de verdad. Igual un vagón de tren no es el mejor momento para confesarle a tu amiga que sufres almorranas… igual. Pero si aún así necesitas contar tu vida, obra y milagros, hazlo en un volumen prudencial. Habla bajito, vaya. Y si encima estás en un vagón de tren que se llama “vagón silencioso”, tú mismo.

Como te iba contando, me suele escocer cuando me siento...

Pasajeros que se sientan donde quieren.

Si un asiento va numerado, ¿para qué te sientas dónde te da la gana? Mi no entender. Eso origina más de quince minutos de movilizaciones innecesarias, gritos, enfados y que todo el vagón te mire con cara de odio porque yo quiero dormir, escuchar música, leer o mirar por la ventanilla, no lidiar con tu chorrada.

No te conozco de nada y te hablo.

A ver, no. Más allá de la cordialidad del “perdone, ¿está ocupado?” o del “perdone, necesito levantarme ¿le importaría, por favor?” (recordemos utilizar el perdone, por favor y gracias siempre) no es necesario entablar ninguna conversación si no te conozco de nada. Me importa un bledo de dónde seas, a dónde vayas y para qué. Tengo bastante con lo mío como para escuchar lo tuyo y ten por seguro que yo no voy a darte ninguna información así que no te molestes, de verdad; te lo agradezco, pero no.

Menos Ethan Hawke así. Ethan Hawke así puede hablarme de lo que quiera.

Te conozco, me caes mal y coincidimos.

Encontrarte en el tren o autobús a alguien a quien no tienes especial aprecio y temes que se siente a tu lado y te empiece a dar una conversación que no quieres ni por asomo. ¿Solución? Esconderte mucho en el asiento, ponerte los cascos aunque sea sin música para excusar que no oyes nada y hacerte el dormido. Siempre. Si a la llegada no puedes evitar el encontronazo, siempre puedes decir el “no me entero de nada, madre mía, caigo sopa y ya puede pasar una apisonadora que nada”. No sé si cuela o no, pero como te cae mal tampoco importa demasiado.

El acatarrado.

Si tienes la mala suerte de estar resfriado te perdono, pero intenta al menos comerte un caramelo para la carraspera (siguiendo las instrucciones citadas en el primer punto, por supuesto) y cuando estornudes hazlo de forma silenciosa, que no es necesario que en Sebastopol se enteren de que tienes virus correteando por tu nariz.

Te quito la congestión en un tris. ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh?

Roncar es delito.

Una vez, en un viaje a Sevilla, un señor tuvo a bien echarse una cabezada que se convirtió en siesta con ronquido incluido. Pero ronquido… ronquido. De los sonoros, vaya. Lo tenía enfrente y no sabía qué hacer, si despertarlo, si hacerle el típico ruidito con la boca como si llamara a una oveja o si tirarlo por la ventana porque era ensordecedor. Todo el vagón lo miraba y comentaba, haciendo que el silencio general brillara por su ausencia. Así que señores: si roncan, eviten dormir. Gracias.

Así que si quitamos a los comedores de caramelos, a los oyentes de música con volumen muy alto, a los que hablan con un megáfono, a los que se sientan donde les viene bien, a los que te entablan conversación porque sí, a los que te caen mal, a los que están enfermos y a los que roncan, la vida en un vagón de tren sería como viajar por un arcoíris multicolor lleno de osos amorosos. Aunque, ahora que lo pienso, igual los comedores, los musicales, los habladores, los resfriados y los ruidosos están más que hartos y quieren matar a la chica pesada y tiquismiquis que chasquea la lengua sin parar a modo de protesta por cada movimiento que hacen y que no les deja viajar en paz.


 

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Este artículo lo ha escrito...

Sara Ballarín

Sara Ballarín (Huesca, 1980). Estudió Filología Inglesa y actualmente trabaja en una empresa multinacional de telecomunicaciones. Adicta a la comida basura, a los zapatos (nunca el tacón es... Saber más...