Mi maldición gitana

Mi maldición gitana
Ojos a la virulé, expresión de “monguer” supina, fosas nasales extra-dilatadas, rasgos faciales en dirección a Cuenca, etc. Efectivamente, algunas personas no han venido a este mundo para ser fotografiadas. Otras, además, sufrimos una maldición gitana y no saldríamos bien en una foto ni aunque nos fotografiara Annie Leibovitz en persona.
Madrid, principios de abril, 1974. Una joven radiante -y a punto de salir de cuentas- caminaba por El Retiro con dificultad de la mano de su joven esposo y de sus pantalones de pata extra-ancha cuando una gitana arrugada como una pasa se interpuso en su camino:
-Una ramita de romero para la suerte, bonita.
-No, no.
-Que sí, mujer, que no te voy a hacer nada. Sólo te va a dar suerte. Y te echo la buenaventura. Que veo que estás esperando. Te vendrá bien mi bendición.
-De verdad, que no. Que ya tengo muchas bendiciones.
-¿Me vas a rechazar la suerte? Mira que te estás equivocando. Que terminarás con todo lo contrario. Coge la ramita.
El joven de patillas y pantalones de campaña se interpuso entre la gitana y su esposa:
-Ella dice que no. Por favor, déjenos pasear.
-Os arrepentiréis -amenazó la gitana y entonces lanzó su maldición en un idioma incomprensible para los jóvenes padres y sin quitarle ojo a la tripa de la mujer embarazada. En aquel momento ninguno fue consciente de lo que estaba pasando realmente. Ni de las terribles consecuencias que para el futuro, para mi futuro, iban a tener las palabras de aquella bruja arrugada como una pasa.
Yo nací dos semanas después, en una clínica cuyo nombre no recuerdo y a nadie le importa, pero tardaron unas horas en darse cuenta de que había algo que no terminaba de funcionar.
Primera prueba gráfica realizada el 18 de abril de 1974 de la maldición gitana que sufre Rebeca Rus.
Se dijeron que era normal, que yo no estaba dándolo todo, que estaba cansada, que había tenido un mal día, que todos los bebés eran feos al nacer y luego mejoraban. Que se les estiraba la piel y se les abrían los ojos. El caso es que al natural se decía que yo era una cosa muy bonita, pero no hay ninguna prueba gráfica que lo demuestre. Podría ser una leyenda.
Si habéis visto The Ring os haréis una idea de cómo salgo en todas las fotos que me hacen.
Pasaron los días y mis padres regresaron a casa con un bultito que les daba mucho trabajo y alegrías. Y más trabajo y berrinches. Porque era imposible demostrar gráficamente que aquel bebé era monísimo, por mucho que se lo explicasen a sus parientes del pueblo por teléfono. Cada vez que intentaban fotografiarme algo extraño pasaba y mis facciones se deformaban más que las del Jocker en un mal día.
Tras una sesión fotográfica de tres horas esta fue la única fotografía de Rebeca Rus que se puede enseñar, previa ingesta de güisqui.
La joven pareja lo intentó todo: gastó innumerables carretes de fotografía Kodak, se estudió la Enciclopedia Universal de Fotografía y estropearon dos cámaras de fotos. Pidieron ayuda a un par de profesionales. Uno de ellos decidió que la fotografía no era lo suyo y regresó a su pueblo a ayudar a su padre en la panadería que tenía la familia. El otro puso a mis padres en contacto con un exorcista, que decretó que aquello era un caso de estudio.
-Lo de esta niña no es falta de fotogenia, es un fenómeno paranormal que debe darse a conocer al Vaticano hoy mismo.
Todavía lo están analizando. Han subcontratado a Iker Jiménez. Si algún día me dicen algo, ya os contaré...
Aquí Rebeca Rus en su primera foto con miembros del sexo masculino (sus vecinos), anticipando cómo iba a ser su relación con los hombres en el futuro.
Los años pasaron y mis padres no se rendían. Para mi tercer cumpleaños mi madre me tiñó el pelo de rubio, pensando que quizá ese color supondría un cambio a mejor en mis fotos para ingresar en la guardería.
La madre de Rebeca Rus se equivocó. No todas las rubias triunfan.
Los años pasaron y tuve una hermana, que, al no sufrir una maldición gitana como yo, salía estupendamente en las fotografías. Pero mis padres no querían herir mis sentimientos, así que se las ingeniaban para que no se notase la diferencia.
Como no existía el Photoshop, los padres de Rebeca Rus se tuvieron que buscar las castañas para que no se notase la diferencia.
En el colegio yo era una niña más. A simple vista nadie notaba que sufría un terrible castigo divino. Sólo a final de curso, cuando había que hacer la obligada foto de la clase o en otras ocasiones especiales en las que había cámara de fotos implicadas, como cuando salíamos de excursión, se producían los fenómenos paranormales.
Rebeca Rus todavía no era plenamente consciente, pero siempre sufría espectaculares accidentes cuando alguien le enfocaba con un objetivo.
Yo era pequeña, pero no tonta y al cabo del tiempo comencé a darme cuenta de que algo extraño pasaba. Primero, cuando mis padres no se molestaban ni en mirar las fotos que nos hacían cada año hacia final de curso. Y más tarde, cuando se dejaron de disimular y empezaron a sacarme de las fotos de grupo porque, según ellos mismos habían informado al colegio, yo era alérgica a los flashes y sufría una increíble fotosensibilidad. Al final me enfrenté a ellos y tuvieron que hablarme de la terrible maldición de la que yo era víctima:
-Pero eso no me ayudará nada en mi carrera como modelo profesional de Tommy Hilfiger.
-Bueno, Rebeca, teniendo en cuenta que eres un retaco y que la piernas apenas te llegan al suelo, tampoco es que fueras a tener muchas posibilidades.
-Pero ¡alguna solución habrá!
-Créenos, hija, lo hemos intentado todo. Incluso te hemos fotografiado dormida, a ver si así dejabas de poner esas caras tan raras. Pero nada. No hay esperanza. Lo mejor es que evites que te hagan fotografías. Y que no comas nada después de medianoche… a una chica tan bajita se le notan más los kilos extra.
-Pero…
-De verdad. No lo intentes.
Mis padres se habían dado por vencidos, pero yo no.
El segundo intento de ser rubia de Rebeca Rus tampoco dio los resultados esperados.
Pasé parte de mi niñez y de mi pre-adolescencia poniendo caritas delante del espejo. Caritas que luego trataba de reproducir cuando me tiraban una foto, pero que no daban los resultados esperados.
Todos tuvimos una adolescencia difícil. Rebeca Rus, más.
Los años pasaron y yo empecé a acomplejarme. En serio. No hay nada que acompleje más a un adolescente (aparte del acné juvenil y de una permanente a lo “Jennifer Beals pasada por la freidora” que me hicieron en la peluquería del barrio) que estropear todas las fotos de grupo con tus amigos con tu cara de monguer, una papada que sale de la nada, una expresión de haber visto el Fin del Mundo o una interpretación muy fidedigna de las almas torturadas de las paredes de Belmez. O que tener que contarles que tus padres eran tan agarrados que no quisieron darle una moneda de cincuenta pesetas a una gitana y que por su culpa sufrías una terrible maldición. Dejé de fotografiarme y empecé a ofrecerme voluntaria para hacer yo siempre las fotos. Pero incluso ahí todo era un desastre. La maldición traspasaba el objetivo. Si yo apretaba el botón de la cámara, la cosa salía desenfocada, fuera de campo, rara.
La decisión estaba clara: debía alejarme de las cámaras y hacer como que esa faceta de la vida no tenía nada que ver conmigo.
Hasta que un buen día comencé a publicar novelas.
-Necesitamos una foto tuya -me dijo mi editora-. Una para poner en todas las cubiertas de los libros.
Ostras.
¿Y no podíamos poner la foto de otro? ¿En plan escritor misterioso? No, no podíamos. Aquello era un problemón de escala elefantiásica. Aunque contratara a un fotógrafo de la categoría de Annie Leibovitz, yo sabía que aparecería en la foto con cara de haber arramblado con una barra libre entera. O con cara de estar sufriendo fuertes dolores de estómago. O con cara de Nosferatu. O… ¡a saber qué deparaba la maldición para mí!
Estaba desesperada, así que me puse en contacto con mi antiguo director creativo (fuente de inspiración para el personaje del jefe en Sabrina:1-El Mundo:0, pero en plan buena persona y un excelente fotógrafo y realizador). Él me propuso que hiciéramos una sesión al aire libre porque la luz natural sentaba muy bien y yo me sentiría más relajada.
¿Relajada?
Acababa de dar a luz un segundo bebé y tenía una niña de dos años y medio. El momento perfecto para sentirte en la cima de tu esplendor sexual y de tu atractivo físico. Y si a eso le añades una terrible maldición gitana…
Pedí ayuda a mi madre, que muy comprensiva me recomendó una sesión de peluquería y maquillaje que lo ocultara todo.
La sesión de embellecimiento que propuso mi madre no se parecía a lo que yo esperaba.
Y el día señalado me planté en la Plaza de Oriente de Madrid, dispuesta a intentarlo todo hasta que saliera una fotografía en la que yo no pareciese la novia de Shrek. No sé cuántas fotografías tomó David, puede que quinientas o setecientas veintiocho, ni las horas que estuvimos intentándolo. Sólo sé que, tras probarlo todo, incluso que él me golpease con un ladrillo y me fotografiara desmayada en la vía pública, dimos con la solución. Una fotografía en la que se podía verme sin achinar los ojos. Una fotografía digna de una escritora seria, una escritora que no sufre ninguna maldición gitana ni nada raro.
Rebeca Rus en la cubierta de cualquiera de sus libros.
El caso es que a los de la editorial no les termino de convencer nuestra creativa solución y acabaron contratando a una doble para que acudiese por mí a los congresos, a las presentaciones y a las firmas. En el fondo, la verdadera Rebeca Rus es una persona desconocida, que se oculta en las sombras y que ha dejado de intentar salir bien en las fotos, porque si lo hiciera, le pasaría algo así:
Gumball y yo somos almas gemelas, hasta en esto.
Desde entonces, yo permanezco encerrada en mi casa, llevando una vida alejada de las cámaras y de los focos. Y esta es la razón, queridos lectores de Glup Glup, de que:
1) en esta página (y en muchos sitios como Cuore o mi web) nunca aparezca una foto mía y sí una maravillosa caricatura que me hizo mi amigo Cuco Marquina. Si queréis encargarle una podéis cotillear en su web y;
2) nunca me he casado (gastarme una pasta en una celebración que no puedo enseñar a nadie no merece la pena).
P.D.: En realidad, todas las fotos de este artículo han salido de la web Awkward Family Photos y damos las gracias a su equipo por hacernos pasar tan buenos momentos buscando documentación. Mis fotos reales eran tan horribles que, tras una reunión de la plantilla de Glup Glup, decidieron vetarlas en la web, no fuera que no quisieses entrar nunca más a leernos. Gracias por vuestra comprensión.
Este artículo lo ha escrito...
Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...