Mi primera vez... en una peluquería china
Mi primera vez... en una peluquería china
No. Esto no es la apasionante historia de un viaje por el lejano oriente a miles de kilómetros de distancia. Esta es una sencilla historia que tiene lugar en Madrid, a tan sólo seis paradas de metro, sin trasbordos, para más señas.
Amanece una fría mañana de domingo en la que me dispongo a disfrutar de uno de los mayores lujos de la semana: despertarse sin despertador, prepararse un desayuno digno del mejor hotel de 5 estrellas y vaguear en pijama mientras zapeo entre dibujos animados, reposiciones varias, al tiempo que leo las noticias de medio planeta en el iPad. Multitarea, para variar.
Ahí, tirada en el sofá, entre café, iPad y mando a distancia, miro mis manos y pienso: “Dios.. ¡qué manos! A ver si un año de estos encuentro un hueco para hacerme una manicura y ya de paso adecentarme un poco.” Vamos, todo ese Protocolo Preysler que a la mayoría de las mortales que trabajamos y hacemos la compra, y cocinamos, y fregamos, y demás tareas que me sorprendería que la Preysler tuviera en su lista, nos cuesta la vida encajar en la agenda. ¡Qué pena! Hoy sería un día perfecto para eso... pero NO, hoy es domingo.
En ese preciso momento, suena el teléfono. Mi prima María (me ha pedido que le cambié su nombre para mantener el anonimato). Para poneros en antecedentes os diré que María es como una hermana para mí. En realidad es mi amiga y aún más que eso, es mi Wikipedia personal. Una de esas personas que siempre tiene una buena respuesta para todo. Lo mismo te da un consejo profundo para tu vida que te dice dónde encontrar la mejor tintorería en las mismísimas antípodas si hiciera falta. Así que por supuesto tiene solución para mis inquietudes estéticas del día.
“Vente a mi barrio, hay una peluquería china que está bastante bien. Para cosas básicas, te vale. Es muy barato, abre en domingo, no hay que pedir cita y abren hasta las 10 de la noche...”.
¡Ajá! No digas más. ¡Las palabras mágicas! Abierto en domingo, sin cita y barato. Ya si además es bueno, sería la bomba. Encantada con mi improvisado plan de belleza dominical, salto a la ducha, me visto y seis paradas de metro más tarde, llego a mi destino. Con cara de quien llega por primera vez a un lugar desconocido, entro en lo que, a priori, parece cualquier cosa menos una peluquería. Oscuro, ligeramente lúgubre y sin ningún cartel que me indique que de ahí voy a salir relajada y pareciéndome a la Preysler.
Cuidado porque puedes entrar siendo normal y salir de una peluquería china pareciédote a Dath Vader con pelo-casco.
Mi primera sorpresa: está lleno.
Una de dos, o todas las aquí presentes hablan chino aunque no lo parezca o efectivamente esto va a ser todo un descubrimiento. Antes incluso de que termine de hacer un repaso visual, a mi izquierda manicuras, derecha peinados y fondo lavado, me aborda el que parece ser el jefe y me dice, secador y peine en mano (a partir de este punto no me hago responsable de la transcripción del idioma chino o de lo que yo creí entender claro):
“Hola, ¿qué hacer?”.
¿Que qué hacer? Casi sin pensar me sorprendí diciendo: "Pues mira, manos y peinarme. ¡Ay! Y las cejas". Qué atrevida. Pero estaba tan ilusionada con el plan que fuí a por todas. Aunque como hace frío y no tengo muy claro todo esto, lo de los pies lo dejo para otro día.
Después de hablar un rato en chino con varios de los que estaban por ahí, me indica con la mano y asintiendo con la cabeza que me coloque en el único sitio libre de la zona de manicuras. Lleno y no tengo que esperar. Increíble. Al segundo, aparece el que va a ser mi salvador del día, una versión china de Camarón de la Isla, pero más alto, delgado y con gafas. No digo más. Con el firme propósito de no hacer ninguna valoración hasta que no salga del local, le sigo atentamente con la mirada mientras se sienta.
Uña típica china capaz de cortar gargantas.
Me coge las manos y me doy cuenta de que no sólo es su físico lo que se parece a Camarón. Sus manos y sus uñas son más propias de un gran guitarrista de flamenco que de un experto en limas. En ese momento reconozco que me puse un poco tensa. Pero ya no hay vuelta atrás, estoy en sus manos. Entonces me mira fijamente y me dice:
“Como uñas?”.
Me avergüenzo ligeramente y digo: "Sí, alguna vez. Cuando estoy un poco nerviosa. Además, como toco el violonchelo y no puedo llevar las uñas largas, soy un poco desastre." No se qué efecto psicológico tienen las peluquerías que les cuentas tu vida como si nada.
Me sigue mirando fijamente y me dice:
“Cómo uñas? Ledondas, cuadladas”.
¡Ah, era eso! Así que “Camalón” ¡no ha entendido nada de lo que le he contado! Pues ledondas entonces, tú haz lo que puedas, entre que no me entiendes y que tengo las manos echas un trapo...
"¿Color?". Me pregunta enseñándome la paleta cromática. Venga rojo, dándolo todo.
Como veo que no vamos a poder debatir las últimas novedades de Gran Hermano Vip decido cerrar los ojos, relajarme y disfrutar de un momento zen. Cuando de pronto, en pleno proceso de limado, Camalón me da un golpe con la lima en las manos que me saca de mi letargo y con cara de cabreo empieza a decirme mientras señala mis cutículas:
“No no, no, no, mal, mal, juanchiii jaooo, shin duu, chun chin jaaa, no no no no, yo china, muchos años, uñas, muchos años, uñas, no, no, no!”.
¿Qué? Ya te lo he dicho, soy un poco desastre.
Y otra vez.
“No no no, mal mal, jiuu laa mii, chun shin taaa .... yo china muchos años, uñas se, mal, mal, noo”. Aquí ya me asusté. A ver si además de manicuras, sabe de medicina china y esta gente te toca un dedo y te manda hacerte una revisión de estómago. Vete tú a saber.
Pero le doy la razón. Ya sé que tengo que hidratarme más las manos (es lo que me dicen siempre). No te preocupes, yo me encargo. Parece que se quedó tranquilo, quién sabe, igual estaba de charleta con sus compañeros o me estaba avisando de algo muy serio para mi salud. Nunca lo sabremos. Todavía con la tensión en el cuerpo volví al modo zen hasta que por fin terminó la tarea y ¡¡voilá!! ¡Vuelvo a tener manos y uñas! Camalón resultó ser también un artista de las uñas.
Primera prueba superada.
Entonces Camalón se levanta, me empuja hacia atrás en la silla y acercando a mis ojos una brillante cuchilla de barbero me dice:
“¿Cómo cejas?”.
Ay, Dios: ¿Camalón también me va a hacer las cejas? ¿Y con cuchilla? Todo mi estado zen por los suelos, se me tensa el cuello y vocalizando alto y claro digo:
"Muy poco, sólo repasar, poco, poco, casi nada, como están. Nada, cuatro pelos. Poco, poco, por favor...". ¡Dios! Sólo espero que entienda la palabra “poco”.
Imposible entrar en modo zen. Intento cerrar los ojos, pero cual niña del exorcista, miro en todas las direcciones para encontrar un reflejo de lo que Camalón se disponía a hacerme. Agarrada a la silla como si estuvieran a punto de torturarme, sigo susurrando: "Poco, poco, por favor, muy poco...".
Y empieza la faena. Aquello se me hizo eterno. ¿Por qué tarda tanto? Ya lo sé. Por haber tenido malos pensamientos, “Camalón” va a vengarse y va a dejarme como David Carradine cuando hizo de Kung Fu. Después de lo que es ya el minuto más largo de mi vida, me acerca el espejo y más tensa todavía, abro los ojos para ver el resultado. Para mi sorpresa sigo teniendo cejas. ¡Bien!
Es verdad que lo de poco no le ha quedado muy claro, pero podría haber sido mucho peor. Giro la cabeza de lado a lado, para terminar de hacer una valoración y aunque es verdad que se ha pasado un “pelín”, tampoco ha quedado tan mal. No lo habría dicho nunca, pero me veo hasta bien, fíjate tú. Camalón, ¡tú si que sabes!
"¿Tu querel ceja como la mia?".
Antes de que pudiera respirar profundamente para sentir el alivio de seguir teniendo cejas, viene a por mí la que pensé iba a encargarse de mi melena. Por lo que veo, aquí no hay tiempos de espera, productividad al máximo, muy chino todo, obviamente. Pero ahora sí que voy a relajarme con un buen lavado de cabeza.
Cual es mi sorpresa que en lugar de llevarme a la zona del fondo me sienta en el lado de los secadores y rápidamente me enfunda una toalla, pone un plástico encima y coloca dos botes encima de la mesa, agua y champú. Otra vez a estar tensa, pero ¿qué vas a hacer?
De pronto, sin mediar palabra, coge el bote de agua y empieza a lavarme la cabeza, ¡ahí mismo!. ¿Qué? ¿Una especie de lavado en seco? Esto si que no lo habría dicho nunca. Alterna agua, champú, rasca que te rasca, y me pone hasta arriba de espuma. Eso sí, impresionante, ni una gota al suelo. Al cabo de unos minutos, tira de mi brazo y me indica por fin el camino hacia el fondo, ¡la zona de lavado! O aclarado, mejor dicho. Goteando por todos los lados, llego hasta allí dispuesta a disfrutar de una vez por todas de un buen masaje capilar. Ahora sí, ¡unos minutos de relax!
Ya falta poco. Pero tranquila, es lo más fácil, sólo secar y peinar. O eso pensaba yo... Cuando vuelvo al mismo asiento del lavado en seco, veo que me está esperando un nuevo personaje. ¿Más emociones todavía? El peluquero, quien sorprendentemente me recuerda a Manolo el del Bombo, pero hablando en chino. Con un gigante cepillo redondo y el secador ya preparado. Y cómo no La Pregunta del Millón:
"¿Cómo pelo?".
A la vista de las ondas elaboradas de mis vecinas digo: "Sólo sécalo y natural, nada complicado".
“Si, si, si” - contesta.
Enciende el secador, y Manolo se empieza a animar con el cepillo, como si estuviera peinando a la mismísima Pantoja. Y de nuevo tensión. Le paro y le vuelvo a decir: "No no, nada de rizos ni puntas para afuera. Sólo sécalo".
Y Manolo: “Sí, sí, sí shan buu, juann, daa... ”.
Mucho sí sí, pero vuelta con las ondas y las puntas para afuera. Yo que ya de por sí tengo más pelo que la Pantoja, imaginaos. Total, cansada de intentar hacerme entender, pensé: "Da igual, que haga lo que quiera, al menos salgo con las manos estupendas, con cejas y con el pelo limpio. Cuando llegue a casa, me hago una coleta y punto".
Así que ahí estaba, Manolo, feliz dando forma y más volumen a mi melena, disfrutando como un niño con sus ondas. Esto si que ya no quise ni verlo. Lo primero que hice al terminar fue pasarme las manos por encima para intentar bajar el melenón. Misión Imposible. Pero bueno, dos de tres ¿no está nada mal ¿no?
Después de una larga sesión de belleza, me dirijo a la caja y el jefe viene sonriendo y me dice: “tú, vente” . Y atónita le digo: "No, no, yo ya he terminado, ahora a pagar" (¿o el chino está ligando conmigo? Será la melena...).
“Tú vente, vente”.
¿Qué?
“Mano sete, cejas cuato y pelo nueve. Tu vente”.
¡Ah! acabáramos. Ya me parecía a mí. Con esta melena estoy más para asustar que para ligar. ¿Solo veinte? Menudo chollo. Mi prima tenía razón. Tan contenta, salvo por mi melena, salí a la calle. Eso si, bajé la cabeza y llegué más rápido que nunca a casa, por si me topaba con alguien conocido por el camino.
Y así terminó mi aventura, una mezcla de emoción y nervios. Desde entonces todo ha ido a mejor Ahora soy clienta fiel. Eso sí, me he propuesto crear mi propia guía para estos nuevos salones de belleza. Al fin y al cabo, si los chinos son capaces de aprenderse el nombre de cada uno de los objetos que se venden en un Todo a Cien, yo también puedo hablar con las palabras básicas con mi nuevo amigo Camalón.
Toda una aventura. Rupert, ya no te necesito. A partir de ahora, para estar guapa ya no hay que sufrir, sólo hay que hablar chino.
Este artículo lo ha escrito...
Blanca López (Pamplona). Como buena Sagitario, desde muy pequeña ha estado paseando por el mundo. Le habría gustado cantar como Ella Fitzerald pero, a parte de bolos en la ducha y en el coche, lo... Saber más...