Odyssey in the rain

Odyssey in the rain

Odyssey in the rain

El cambio climático está haciendo estragos en nuestro país. Desde épocas de mucho calor cuando vamos todavía con el abrigo por la calle, hasta pueblo convertidos en Londres durante una semana. ¿Qué pasa cuando nuestra ciudad se convierte en un escenario lluvioso de una comedia romántica durante 7 días? ¿Estamos preparados los españoles para épocas de lluvia intensa? En Glupglup tenemos la respuesta.

Hace unos días ocurrió un extraño fenómeno en mi ciudad al que no estamos para nada acostumbrados; ¡siete días seguidos sin ver el sol o directamente lloviendo!

A los que no habitéis por el sureste de nuestro gran país de contrastes puede pareceros una tontería (por favor queridas lectoras gallegas parad vuestras carcajadas) pero lo cierto es que durante estos “poco soleados” días me han pasado varias cosas sobre las que he tenido oportunidad de reflexionar. Sucesos que a toda hija de vecina le pueden pasar cuando un poco de agua se cruza en su camino, o al menos eso me gusta a creer para no sentirme un bicho raro.

Yo sé que la lluvia es vida. Limpia la atmósfera,  riega los campos, y en definitiva hace que la primavera sea la primavera. Pero cosa muy distinta es cuando los elementos se alinean en contra de una pobre chica de ciudad a la que se le olvida mirar la web del tiempo, y cuya única intención es ir de gala a una cena importante.

Antes que nada, juro que miré por la ventana y no recuerdo haber visto nada más que un rojizo atardecer bañando los edificios. 48 minutos después (record personal por cierto) me encontraba en la calle salvando los 20 minutos andando que separan mi casa del restaurante sin percatarme del viento y las nubes. Sí, llevaba un vestido, mi bolso y una rebeca. Sí, llevaba tacones. Sí, todo estaba dispuesto para la tragedia.

En un principio pensé que lo lograría, que primero serían unos minutos de pequeño chispeo que me permitirían llegar con cierta dignidad y puntualidad a mi destino. Pero 30 segundos después todo se había convertido en un caos de gente corriendo por todas partes buscando refugio. Pensé en tomar un taxi pero al girar la vista hacia la avenida solo pude ver un enorme atasco y atronadoras bocinas sonando al unísono. Me pregunté de dónde salían todos esos coches en cuanto empieza a llover. Solo pude llegar a la conclusión de que en la ciudad siempre hay cientos de coches agazapados tras cualquier cosa, que por alguna razón salen de caza en cuanto les cae la primera gota de agua encima.

Pero mis problemas eran ya demasiado graves como para investigar el fenómeno. Empezaba a mojarme de arriba abajo y los charcos ya campaban a sus anchas por toda la acera. Por si fuera poco pisé la típica losa suelta que al hundirse te llena el pie de agua. La cosa empezaba a ponerse fea de verdad. En ese momento recordé cuando de niña vi  la película  “Bailando bajo la lluvia” y me daba por imitar la famosa escena cada vez que podía, saltando con mis botas de agua. Dado que habían pasado 20 años de aquello y mi situación era ligeramente distinta, descarté poner en práctica mi arrebato artístico. Quizá mi decisión hubiera sido otra de haber contado con el paraguas de rigor, pero eso ya jamás lo sabremos.

Por lo menos este ya sabe a lo que iba

De pronto divisé una salvación momentánea al otro lado de una pequeña calle que desembocaba en la avenida. Solo tenía que cruzar y refugiarme en el portal de una conocida tienda de ropa. Lo que ocurrió cuando me disponía a cruzar solo puedo calificarlo como un “momento Bridget jones” combinado con “Fast and Furious”, o algo así:

Yo nunca he tenido coche pero sospecho que entre todos los conductores del mundo existe una “bonita” competición que comienza en cuanto los primeros charcos de lluvia se forman, e inocentes transeúntes circulan alrededor…las trágicas consecuencias las conoce todo viandante que se precie, e incluyen ropa mojada, insultos varios e inevitable resfriado. Yo me los imagino dentro de sus coches riéndose diabólicamente y compartiendo sus hazañas en un grupo de whatsap llamado “vivan las tormentas de primavera” (o algo así, según la parte del mundo donde vivan). Estoy convencida de que en cuanto firmas la compra en el concesionario ellos te agregan automáticamente a ese grupo. Vale, no tengo pruebas concluyentes de esto último y lo cierto es que cuando pregunto a alguna amiga poseedora de vehículo me mira con cara extraña mientras me lo niega por enésima vez y disimula cambiando de tema o haciendo una clara alusión a mi locura.

Uno de mis espías logró esta prueba de que todo lo que digo es cierto. No he vuelto a saber de él.

Conspiraciones aparte un hecho objetivo es que, con la lluvia, las aceras se convierte en autenticas pistas de patinaje, no en vano algunas parecen especialmente diseñadas para que beses el suelo (¿dije conspiraciones aparte?).

Pues sí, tras la impresión del baño fue muy divertido resbalar, y acabar cayéndome en el mojado suelo. Medias desgarradas, sangre en las rodillas, vestido sucio. Justo en ese momento al girar la cabeza veo un autobús pasando con la siguiente imagen de publicidad estampada:

En cuanto llega un fin de semana lluvioso, ¿qué mujer moderna no se lanza a los bosques de esta guisa con su gatito?

En aquel momento pensé que todo era una gran broma porque solo me faltaba el gato y que las montañas fuera edificios. Desde luego yo no tenía esa cara de estar tan a gusto, y, mientras me levantaba haciendo acopio de lo poco que me quedaba de cordura, caminé decidida hacia la dichosa tienda de ropa reflexionando sobre lo irreal que es a veces la publicidad.

Al entrar cogí rápidamente unas medias, un paraguas y un vestido bastante parecido al mío (porque soy así de cabezona) y me dispuse a ponerme en cola para pagar. Las miradas que me dedicaba la gente hubieran sido de menos asombro si en aquel momento me hubiese puesto una de las medias en la cabeza, y acto seguido sacado una pistola del bolso exigiendo a la cajera la recaudación del día. Tras meditarlo un segundo descarté ese plan alternativo, más que nada porque no disponía del arma de fuego, y no estaba segura de que fuera a lograr el mismo resultado con el spray de pimienta que siempre llevo en el bolso.

Tras pagar, me cambié en los probadores ignorando a las patidifusas dependientas, abrí mi paragüas y me dispuse a continuar como si no hubiera pasado nada.

Sin embargo, pocos metros después de salir me encontré a la típica señora mayor bajita que atenta contra tus ojos con las varillas de su paragüas. Esto es algo que siempre ocurre en días de lluvia,  y oftalmólogos de todo el mundo lo saben bien.  Aunque yo, en ese momento barajé la posibilidad de que durante los últimos 20 años siempre hubiera sido la misma viejecita la que atenta repetidamente contra mi salud visual.  Ya comenzaba a inquietarme esa posibilidad cuando de repente topé con la puerta del restaurante y, en consecuencia, con el fin de mi odisea bajo la lluvia.

En resumen, los días lluviosos nos pueden ocasionar a todos pequeñas molestias, y a mí me ocurrieron casi todas en un ratito, pero no me quejo porque lo cierto es que, aunque no pensaba comentar a nadie este vergonzoso episodio, me considero una mujer que se guia por señales, y  aprovechando que se me permite escribir en nuestra maravillosa “glup glup” (nótese la ironía) pues me dije “de perdidos al río” (ja, hoy estoy sembrada).

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Este artículo lo ha escrito...

Laura Cañavate

Laura Cañavate (Murcia, 1983). Licenciada en Filología Hispánica por la universidad de Murcia, amante de los libros desde que era niña, de géneros tan dispares como el de terror, ciencia ficción o... Saber más...