Peligro… estoy a dieta

Peligro… estoy a dieta
No conozco ninguna mujer que no haya estado a dieta alguna vez en su vida. Y si la hay, non ti preocupare, la estadística se queda intacta porque con las ocasiones en las que lo he hecho yo ya salvamos la media mundial. Y dada mi experiencia… aquí va un manual de uso.
Soy mujer (esperad a ver que vigile que no me hayan salido cosas colgantes aún… bien, todo en orden) y he estado a dieta unas… no sé, ¿veinte veces? Quizá más. Unas han salido más o menos bien. Otras han salido mal. Pero lo que está claro es que en todas he experimentado las mismas fases. A mí la experiencia ya me susurra al oído que no me he vuelto loca, que es efecto de la dieta, pero voy a compartir mi sabiduría “dietil” con todos ustedes con el fin de que se sientan comprendidos cuando experimenten en sus propias carnes alguno de los efectos secundarios. Por favor, lean con detenimiento este post y pregunte a su farmacéutico de confianza si tiene de oferta los tampones, que me voy para allá a hacerme con un cargamento.
1ª FASE: os odio. Os odio a todos. Os mataré y luego os comeré.
Comprende las dos primeras semanas de la dieta. Tu humor ha sufrido un duro envite, supongo que como consecuencia de los mensajes de aburrimiento supino que tu paladar envía al cerebro.
En esta fase uno tiende a creer que hay una conspiración judeo-masónica desde la industria de alimentación para hacer coincidir el lanzamiento de cosas duliciosas con el comienzo de tu dieta. Créeme, estaban ahí antes de que el endocrino nos pesara, levantara la ceja izquierda y nos mirara sin poder creer que nuestras rodillas fueran a soportar una caña con tapita más. Y cuando hablo utilizo el plural mayestático por no decírmelo a mí misma y hundirme en la miseria.
En esta fase también tendemos a ver tremendamente irresistible cualquier alimento que esté fuera de nuestra dieta. Yo he llegado a gruñirle a los gatos por su pienso. A decir verdad, creo que hasta tiene buena pinta. Un día de estos probaré a ponerlo en un cuenquito cuando saque cervecitas en mi casa, a ver si cuela.
Resumiendo, aquí dejo unas cuantas cosas que es normal sentir durante esta fase:
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Odio
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Ganas de matar
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Tentación de morder a otras personas
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Deseo de llenar una piscina hinchable de Doritos y nadar en ella
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Beber mayonesa
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Gritar que tienes hambre cuanto te preguntan la hora
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Salivar mirando las carnes prietas de tus gatos
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Salivar mirando las carnes prietas de tu marido
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Llorar después de cenar
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Defenderte con un “pues a Kim Kardashian la vida le va muy bien”
Hasta aquí todo normal. Pero la normalidad se acaba cuando decides pasarte al bando de los antropófagos.
¿Por qué no dejáis de cumplir años y de celebrarlo, hijos de perra?
2ª FASE. “Os sigo odiando a todos. Os voy a matar y me comeré vuestras carnes morenas. Pero he perdido tres kilos.”
Vas sin mucha fe a tu segunda cita con el endocrino y mientras te pesa en una de esas básculas milenarias, tú cierras un ojito esperando por todos los dioses del olimpo que la pérdida de peso y de ganas de vivir valga la pena. El médico te mira y con una sonrisa dice: “enhorabuena, has perdido tres kilos”.
Bienvenido al apasionante y desgarrador mundo de las dietas. ¡Pasen y vean!
¿Por qué en ese momento no entra nadie en la consulta con una corona de laurel, un ramo de longanizas de pascua y un montón de mozalbetes aceitados se pelean entre sí para darte un masaje? Creo que eso iba a terminar definitivamente con mi sobrepeso. Bueno, a lo mejor lo de las longanizas no, pero un día es un día.
Así que, aunque todo te sigue pareciendo soberanamente delicioso y hasta sientes la tentación de lamer la barra del metro, sales orgulloso de allí y parece que te apetece un poco menos matar. Sueñas menos con pollos con guarnición de patatas que bailan sensualmente mientras susurran tu nombre. Todo va bien hasta que pasa por tu lado la típica niña de la mano de su madre con un bollo a medio comer en la mano y escuchas su voz estridente decir el clásico: “mami, no quiero más”. Entonces digievolucionas, te conviertes en Bulbasaur, corres a esconderte en una alcantarilla y te metes en la boca todos los chicles de fresa sin azúcar que encuentras en el bolso. El resultado es una cagalera de impresión y tensión mandibular, pero llegas a casa, te haces el repollo hervido y te lo comes pensando en aderezarlo con la niña de los cojones, que no se ha querido terminar el bollo.
Sobredosis de chicles. Cagalera de colores.
En esta fase es normal:
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Sentir que eres más ligero de lo que eres en realidad y aplastar a tu pareja contra el sofá después de hacer el salto de dirty dancing
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Enseñarle a todo el mundo que te sobran tela de los pantalones, aunque para ello tengas que meter los dedos entre el vaquero y tus carnes molonas y ejercer fuerza como para levantar un remolque
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Pasearte por casa con menos ropa de la habitual, da igual el frío que haga y que puedas tallar cristales con tus pezones
3ª FASE: “Ay… ¡Qué bien te veo! ¿Has perdido peso?”, a lo que respondes con una sonrisa condescendiente – “Un poco”.
Estás a tres o cuatro kilos del objetivo. Vas al supermercado y estás tan absolutamente motivad@, que solo quieres comida sana llenando tu carro. En tu familia te odian porque te ha dado por contar en voz alta las calorías que tienen sus platos. Eres expert@ en nutrición. Has renovado todo tu armario y te paseas por la vida con ropa que… a lo mejor (y digo a lo mejor) no te pondrías en tu sano juicio si no fuera por el subidón que tienes encima. Estoy segura de que el repollo hervido tiene algún tipo de efecto secundario a la larga que si se hubiera sabido durante la ruta del bacalao… las resacas se hubieran visto sustituidas por sesiones de pedorreo.
Estás feliz y te ves bien. Estás seguro de que alcanzarás tu objetivo, porque total, no queda nada… hasta que la madrasta de Blancanieves se viste de McAuto y te ofrece un McMenú con descuento… y total… es una noche…
Cosas que pueden pasar en esta fase:
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Unas pocas palomitas de maíz no me harán daño.
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Un mordisquito al bocadillo de mi marido no me matará.
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No entiendo por qué el que toma los pedidos en Telepizza me llama por mi nombre y me pregunta por mis padres.
Aléjate de mi hamburguesa y vuelve a tu ensalada despacio, corazón mío.
4ª FASE: “En realidad con mantenerme me conformo.”
Estás tan cerca del objetivo que casi lo tocas con los dedos, pero de vez en cuando consideras que te mereces un premio en forma de algo grasiento. Al principio el día siguiente compensas. Un día de inflexión y seis de dictadura verduril. Hasta que se te juntan dos juergas seguidas y… ¿por qué no puedo pasarme la dieta por el forro de los cojones dos días?
Total, que te pesas en casa tres días antes de la nueva cita con el endocrino y has ganado kilo y medio. Llamas veloz y anulas la cita: “me ha surgido un imprevisto”, dices. Sí, un imprevisto en forma de muffing de chocolate blanco que te susurra malignamente que está tierno por dentro y crujiente en la capita de arriba. Malditos bastardos. La culpa no es nuestra, joder. ¡Es de la bollería industrial! Invento satánico.
Te prometes que volverás al endocrino cuando te quites dos kilitos y volver, vuelves, pero dos años después cuando el botón de tu pantalón vaquero sale volando y perfora las ventanas, el éter y cae en el descampado de al lado de tu casa haciendo un socavón.
¿Y sabes qué toca ahora? Fase número uno, amor mío.
Este artículo lo ha escrito...
Elisabet B. (Gandía, 1984). Trabaja en una oficina muy azul en la que se habla de comunicación corporativa; cuando sale corre a alimentar a sus dos gatos gigantes. Le encantan los zapatos, las... Saber más...