Pesadilla antes de... El amigo invisible
Pesadilla antes de... El amigo invisible
Querido inventor del tema del amigo invisible: espero que en tu otra vida cientos de miles de gatitos chinos moviendo el brazo te persigan disfrazado con una peluca brillante y utensilios que no te servirán para nada el resto de tu vida. Con amor, yo.
A ver, no es que sea una rancia (bueno igual un poco sí teniendo en cuenta que la Navidad y yo, pse, como bien dije el año pasado) pero no me digáis que no teméis cada año, por estas fechas, a la temida frase que inunda los trabajos, familias, chats de whatsapp y demás medios de comunicación: “Ey, chicos, ¿hacemos amigo invisible este año?” Yo sé que, como yo, tú te haces el sordo, como si no fuera contigo el tema, y rezas todo lo que se te ocurra para que nadie, NADIE, ningún insensato responda “¡Sí, qué guay!”. Pero tus rezos no servirán de nada. Siempre hay alguien a quien le parece la mejor idea del año. Y a partir de ahí es efecto dominó. La pesadilla antes de Navidad ha llegado.
¡¡¡¡Otro año más noooooooooooooooooo!!!!
Pero ¡vamos a ver! ¿cuántos amigos invisibles se pueden hacer en un plazo de... tres días? Que si el del trabajo, que si el de la familia, que si el de la familia política, que si el de los amigos, que si el de los amigos de tu pareja... Ya por poco falta que la presidenta de tu comunidad organice un amigo invisible también. Y al final te topas con unos cuatro o cinco amigos invisibles que ya no sabes ni quién te ha tocado ni qué regalar ni, lo peor, cuándo vas a poder salir a comprarlo. Es en ese momento cuando te arrepientes descomunalmente por haber cedido y dicho un “ah... vale, sí, claro participo” por no querer quedar de rancia y ser señalada con el dedo por el Espíritu de las Navidades futuras que te dice que si no juegas, pasarás las fiestas sola, con una botella de champán caducado de algún aguinaldo viejo y una flor de plástico que se mueve si le da luz. Patético. Mejor sucumbir a la llamada del maldito amigo invisible.
Aquí unos amigos, que si te apuntas al amigo invisible interestelar.
Así que ahí estás tú: asentando las bases para el juego. Porque claro, hay que saber de qué estamos hablando. Y lo primero que se hace es sentar un presupuesto. Ahí rezas: “que sean cinco euros, que sean cinco euros” porque eso, a parte de económico, significa que con una visita al chino de rigor o similar te quitas el marrón de encima. Pero no. Siempre hay algún exaltado que dice algo como “¿lo hacemos en serio, no? ¡Pongamos treinta!” y tú te cagas en todo lo que se menea, hablando mal. Pero te sirve de poco, porque por algún razón cósmica que no acabas de entender, la gente se muestra entusiasmada y aceptan gastarse un pastizal en algo para alguien a quien probablemente no dicen más que un “hola, qué hay” y poco más. Estás perdida, chata, ya lo siento.
¿En serio, no? Pues en serio, cómprame esto, cielo.
El sorteo es lo más temido. Estás en un sin vivir mientras sacas el papelito o la app de turno hace su función y finalmente saca el temido nombre. Ahí pueden pasar tres cosas, ante las cuales tú siempre con una sonrisa de oreja a oreja, como si te hubieras tocado a ti misma (que también molaría): uno, que te toque alguien a quien apenas conoces. Eso no va del todo mal. Al fin y al cabo, te ahorras la presión de acertar porque tampoco vas a entablar relación a estas alturas y no tendrás que dar ninguna explicación de tu elección. Es el regalo “ni fu ni fa” que compras en la primera tiendecilla que pillas y que apenas mira nada más allá del precio.
La segunda posibilidad es que te toque alguien conocido. Ahí sí que estás jodido. Porque tienes que acertar y te lo tienes que currar (pero ojo con currártelo mucho porque sentarás precedente y el resto de años todos querrán que llegues a tu propio nivel). Estarás todo el día con el runrun de qué puñetas comprarle a alguien con quien te rebanas los sesos para saber qué comprarle en su cumpleaños. ¡Joder tanto regalo! ¡Yo que sé! ¿No se puede regalar un vale, que está mal visto pero es muy socorrido? Pues no, te lo tienes que currar y si puede ser con un envoltorio cuqui y personalizado, mejor. Te veo hasta las tres de la mañana con las manos llenas de pegamento pero... ha sido tu elección. Haber dicho que no participabas, querido.
Por último, la tercera posibilidad es que te toque alguien que te cae mal. Bien, eso sería lo mejor. Así te puedes vengar de mil formas posibles de todas las putaditas que él o ella te haya podido hacer. Vamos, que le van a caer gatos blancos que mueven la mano y dan canguelo a la par que unas bragas / calzoncillos del chino con brillantes y colores chillones para que quien los vea salga corriendo. Dicho lo cual... me está empezando a gustar esto del amigo invisible.
¡Qué bien! ¡Me ha tocado el loquer! Le voy a regalar una viaje a Texas y que se apañe, tú.
Bien, ya has comprado tu amigo invisible. ¡Enhorabuena! Siento decirte que... ¡te quedan cuatro más! Por si no hiciéramos pocas compras navideñas, por si no tuviéramos poco tiempo libre, sal de nuevo a la fría calle arriesgando que todas las bronquitis del mundo acudan a tu encuentro para comprar los regalos chorras que te faltan. Y todo para que, cada año, haya las mismas quejas de siempre tras abrir los regalos: que si yo me lo he currado más de lo que me ha tocado a mí, que si no entiendo la indirecta de regalarme un bozal, que si yo pensaba que era de broma y los treinta euros los he gastado en pelucas y espumillón inútil, que si vaya fiasco, que si otro año no repetimos... Tranquilos, no preocuparse, algo pasa ya en Agosto que hace que el Fantasma de la Navidad presente posea a ese alma cándida e inocente que a finales de Noviembre dirá totalmente sucumbido a un trance maligno: “Ey, chicos, ¿hacemos amigo invisible este año? Vete preparando, tu respuesta será “¡Sí, qué guay!”.
Este artículo lo ha escrito...
Sara Ballarín (Huesca, 1980). Estudió Filología Inglesa y actualmente trabaja en una empresa multinacional de telecomunicaciones. Adicta a la comida basura, a los zapatos (nunca el tacón es... Saber más...