Placeres culpables… guarrindongadas

Placeres culpables… guarrindongadas

Llevamos muchos años haciéndolo, casi siempre a escondidas. Empezamos mojando las patatas fritas en el refresco de naranja a la tierna edad de diez años y desde entonces se han abierto frente a nosotros infinidad de sabores prohibidos, guarrindongadas deliciosas que jamás confesaremos engullir con deleite parapetados tras la puerta de la nevera. Pero se acabaron los secretos. Porque no hay nada mejor que confesar… hablemos de nuestras más oscuras depravaciones gastronómicas.

 

Hablemos claro: los Doritos huelen intensamente, dejan los dedos naranja y un aliento inquietante, pero son una puñetera droga. Yo creo que les echan heroína en pequeñas dosis (o no tan pequeñas) para que nos quedemos pegados a la bolsa hasta verle el final (y chuperretear las migas restantes). Vale, no son una guarrindongada como el pan, crema de chocolate y chorizo, pero por algo se empieza. Y todos lo hacemos, no lo escondamos.

Una vez, uno de mis tíos se hizo un bocadillo de arroz caldoso con mejillones y patatas fritas. Alrededor tenía a cinco o seis sobrinos en edades comprendidas entre los siete y los veinte… aún no sé si lo hizo por el gusto de impresionarnos o si en realidad se lo gozó. Pero lo tengo clavado en la memoria. Y no lo juzgo, que conste, porque todo el mundo sabe que mi desayuno preferido es la tortilla de patata fría con leche y cola cao. Y sí, a veces la mojo.

Mi marido suele horrorizarse cuando me ve hacer algunos experimentos, pero hasta él confesó después de doce años de relación que le encantan las galletas mojadas y recubiertas de cola cao. Nadie se libra.

Preparemos nuestras papilas gustativas para una orgía sin igual, donde dé exactamente igual qué y cuándo y por supuesto, por qué.

He visto hacer verdaderas aberraciones, como bocadillo de longanizas crudas con mostaza o leche en polvo a cucharadas (cuidado con esto, que una vez casi no lo cuento) y he llegado a la conclusión de que mucho Bulli y mucha cocina creativa, pero lo que más nos gusta es llegar de una noche de marcha, con un pedo como un piano y arramblar con todo lo que encontremos, sin ton ni son y por supuesto sin necesidad de que combine entre sí. Pan duro con leche condensada y canela… un clásico. Higos secos con jamón serrano. Sardinillas con chocolate. No hay límite.

Hasta aquí llega la perversión del ser humano. Crema de chocolate con queso azul.

Gracias debemos darle todos a Robin Food por haber democratizado las guarradas que todos nos zampamos en casa, a boca llena y con remordimientos de conciencia, pero más a gusto que un arbusto. Que sí, que luego te lavas los dientes con ganas de apretarte el cilicio al muslo, pero confiesa, te lo has gozado más que Christian Grey con un paquete de pinzas de tender la ropa.

 

Y así hasta el infinito, pero luego vas al nuevo restaurante de moda y pones morrete fino para decir que el aliño de la ensalada no es coherente con el resto de los ingredientes. Claro, igual te has metido entre pecho y espalda litro y medio de líquido de aceitunas y no tienes el cuerpo para mucha juerga. Lo del líquido de las aceitunas es otra de mis guarrindongadas preferidas y… aviso (quien avisa no es traidor) que eso te puede dejar por dentro como los chorros del oro. Ni dieta de la alcachofa ni na de na. Bébete un vaso de agüilla de esa en ayunas y verás que limpieza interna.

Pero esto va mucho más allá. No se trata de un momento de exaltación de la amistad entre las latas que guardas en el fondo de la alacena y lo que queda en la nevera. Lo realmente preocupante es que la industria alimenticia mundial se ha sumado al carro y ha inventado cosas tan marranas como las pipas Tijuana (mierda de la buena) los ganchitos de mantequilla de cacahuete (tuve el “placer” de probarlos en Ginebra y… menuda guarrada más salada, mare!!) o chocolatinas de patata asada (mis papilas gustativas gritan presas del júbilo y la curiosidad).

A partir de hoy mismo mi prioridad en la vida será inventar la chocolatina definitiva: de morcilla de arroz.

Yo no sé si esto significa que, definitivamente, la humanidad ha perdido su rumbo o si, por fin, hemos visto la luz. Pero si algo tengo claro es que pocas cosas nos quedan ya si no sucumbimos al hedonismo gastronómico. Cultivemos bellos placeres demoníacos y… pongámosle miel a todo. Nos pondremos bien rollizos, pero cuando la parca nos lleve… ¡qué dulce vida esta!

Y recordad… si no se le puede echar queso fundido por encima… no vale la pena.

 

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Este artículo lo ha escrito...

Elísabet Benavent

Elisabet B. (Gandía, 1984). Trabaja en una oficina muy azul en la que se habla de comunicación corporativa; cuando sale corre a alimentar a sus dos gatos gigantes. Le encantan los zapatos, las... Saber más...