Post postNavidad

Post postNavidad

Lo peor de que acaben las Navidades es recoger la decoración navideña, no me lo negaréis. Y más aun, si te das cuenta de que ha llegado el Blue Monday y todavía tienes el árbol en medio del salón.

Yo no sé vosotros, majos, pero yo todavía tengo el árbol de Navidad en el salón. Paso por delante para ir a trabajar y finjo no verlo mientras recojo las llaves y el bolso, a pesar de que se ocupa la mitad de la habitación, el jodido. Porque lo mejor de que se acaben las Navidades, aparte de que recuperas tu vida y tu cara de mal café perenne, es que tu salón se hace más grande, sin árbol, sin belén y sin adornitos varios que hacen los niños en el colegio y con el que las maestras se vengan anualmente de los padres. Bueno, eso si no eres como yo y recoges el árbol el día 7. No soy la única que no lo hace, no os creáis, que en mi calle siguen puestas las luces de Navidad, sin encenderse eso sí, pero puestas. Ya me imagino al alcalde y a los concejales:

–Ya es hora de quitar las luces de Navidad, ¿no te parece, Manolo?

–¿Y si las dejamos apagadas? A lo mejor pasan desapercibidas y nos ahorramos el descolgarlas y volverlas a colgar enseguida, que cada año llega antes la Navidad. 

Sevilla, mes de Agosto

Pues yo, con mi árbol, hago lo mismo. Lo tengo en medio del salón, pero no lo enciendo. Sé que lo tengo que quitar, lo sé, pero es que el día 7 estaba muy liada recogiendo los papeles de regalos y los juguetes para poder sentarme en algún lado y atiborrándome a roscón, que a partir del día 8, como el 90% de los españoles, me ponía a plan. Y claro, había que aprovechar. Y hasta las cejas de nata y frutas confitadas no hay quien se ponga a descolgar figuritas y a pincharse con las ramas. Quita, quita.

Cualquier calle de España el 7 de Enero

Podría haberlo recogido el fin de semana pasado. Pues sí, podría haberlo hecho, pero después de un mes con comidas y cenas apoteósicas, lo que me apetecía era arrastrar la pernera del pijama del sofá a la cama y no bajar al trastero, traer las cajas, descolgar bolas, darte cuenta de que no te caben en las cajas que has traído, volver a bajar al trastero, subir más cajas, descolgar las luces, que se te enrolle la tira de luces y se te caiga el árbol de los cojones encima, desengancharlo de ese soporte al que tanto te costó atornillarlo allá a inicios de Diciembre (y acordarte de la madre que parió a tu marido –osease, tu suegra– por decirte que él lo atornillaba más fuerte).

De los creadores del cable de los auriculares llega... el cable de las luces de Navidad.

Sacar el árbol a la basura, darte cuenta de que la basura de orgánico está hasta los topes de restos navideños, plantearte si dejarlo en la de papel (¿No venía el papel de los árboles?), volver a casa, coger una escoba para barrer el recorrido tipo Pulgarcito que has hecho de hojitas de abeto desde la puerta de tu casa hasta el contenedor de basura, jurar que el año que viene te compras uno de plástico, hacer un Tetris en el trastero para encajar las cajas que has sacado para lo que tienes que dar dos viajes y finalmente, sentarte suspirando en el sofá para darte cuenta de que te has dejado fuera el Belén sin recoger.

 

Enviar por WhatsApp

Este artículo lo ha escrito...

Ana González Duque

Ana González Duque (Santa Cruz de Tenerife, 1972). Médico anestesista. Bloguera. Friki declarada. Sobrevive a un marido traumatólogo, dos niños y un gato negro. Autora de "El blog de la Doctora... Saber más...