¡Socorro! Las hormonas me dominan

¡Socorro! Las hormonas me dominan

Soy una mujer responsable, profesional e independiente. Desde hace muchos años me abro las puertas sola, tomo mis propias decisiones y gano mi dinero. Pero, una vez al mes, me convierto en la protagonista de una novela decimonónica y doy más pena que otra cosa. ¿Las culpables? Esas cosas odiosas llamadas hormonas.

 

Para una feminista como yo, defensora de la libertad de las mujeres, luchadora, profesional en busca de la igualdad y el reconocimiento de nuestro género, es terrible ver lo que las hormonas le hacen a mi cerebro cada veinticinco días (más o menos). Yo, que creo firmemente que una mujer puede hacer todo lo que se proponga, incluso arreglar ella sola la cisterna del W.C.  o dirigir el país más poderoso del mundo, soy la primera que durante dos terribles días al mes parece la protagonista de una novela decimonónica: una pobre desvalida, llorona, incapaz de hacer nada por sí sola, insegura y cobarde.

La regla me convierte en una criatura patética, como si alguien me metiera en una máquina del tiempo una vez al mes.

Me avergüenza profundamente, pero no puedo hacer nada para luchar contra ello. Soy un cliché de la regla femenina de los pies a la cabeza.

Porque cada mes, puntual como la alarma de mi iPhone, paso de ser esa profesional independiente y segura de mí misma de la que os hablo a convertirme en un manojo de nervios, lloroso e inseguro. Un cóctel de hormonas descontroladas, grandes dosis de ibuprofeno, chuches a porrillo y ginebra a palo seco que dormita a ratos en el salón de casa, llora por todo y necesita que alguien haga las cosas por ella, empezando por arreglar la ya mencionada cisterna del W.C. y terminando por poner en orden el resto de mi vida.  

Esa criatura sin frenos, que se pone morada a comer pasteles mientras llora desconsoladamente porque se está poniendo morada a comer pasteles y mañana no entrará en sus pantalones, también soy yo.

Soy como el Doctor Jeckyll y Mister Hyde, pero en mi caso son las hormonas las culpables de esta terrible transformación y la criatura en la que me convierto no da miedo sino lástima.

En algunos países tener la regla es un atenuante en cualquier juicio, incluso los de asesinato.

Durante esos terribles días me odio a mí misma por la clase de chica en la que me he convertido. Bueno, lo reconozco, me odio por una cantidad de cosas impresionante empezando por mis muslos y terminando porque le estoy dando la razón a toda esa parte más arcaica de la sociedad que considera que las mujeres no pueden hacer todo lo que se propongan porque son criaturas débiles, controladas por sus hormonas. Maldita sea, no quiero darles la razón. Pero… durante estos dos días:

1.- Quiero esconderme debajo de las sábanas, abrazarme a mi almohada y dejar que el mundo siga sólo adelante, sin que yo tenga nada que ver con las cosas que pasen ahí fuera.

2.- Necesito que alguien tome también las riendas de lo que pasa en casa, en el trabajo, en todo... Porque yo no me pongo frenos de ningún tipo.

3.- Me refugio en las tarrinas de Haagen Dazs y las películas más chorras que puedas imaginar (¡ y hasta me parecen obras de arte!). En definitiva, pierdo el criterio y todo razonamiento lógico que pueda haber en algún recóndito hueco de mi cerebro.

4.- Todo, absolutamente todo, me hace llorar, incluso que se me haya secado el rimmel que compré el mes pasado.

5.- Me encuentro tan mal que necesito que me lleven en brazos como a las heroínas de Jane Austen.

6.- Sufro un ataque narcisista y durante horas me miro en el espejo, criticando todo lo que veo y dándole una importancia tremenda a que se me haya vuelto a reproducir aquel pelo, tieso como una púa de guitarra, que a veces me sale en un lunar de la cara (casualmente todas las veces que me viene la regla). En mi estado hormonal ese pelo es una tragedia tan, tan, tan chunga que ríete tú de las obras que escribía Eurípides.

7.- Cuando alguien me pregunta si “estoy en ese momento del mes”, en vez de mandarle a freír monas, asiento avergonzada y balbuceo cualquier pobre excusa mientras me retiro como un animalillo acobardado.

8.- Me convierto en el Ser Más Vago del Planeta Tierra y sus Aledaños.

9.- Me conmueven los gestos cursis que antes me daban repelús.

10.- Y lo peor de todo: sé por qué estoy mal, que existe una razón científica para ello, me doy argumentos mentales para que cambie el chip… ¡pero soy incapaz de hacerlo! ¡No puedo tomar las riendas de mi cabeza!

Durante todos estos años tener la regla me vino bien para prepararme para el dolor y la sinrazón del parto. 

Por todo esto y muchas razones más que ahora mismo no soy capaz ni de poner por escrito, os pido perdón y prometo que mañana, cuando todo esto haya pasado, será otro día y yo volveré a ser otra persona. Y si estáis leyendo esto y conocéis algún remedio para acabar con ello (un remedio que no incluya el cambio de sexo, no sé si estoy preparada para ser tan radical), no dudéis en ponerlo en los comentarios. Gracias. Perdón. No volverá a ocurrir. Bueno, sí, pero no puedo remediarlo. Jope.

 

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Este artículo lo ha escrito...

Rebeca Rus

Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...