Souvenirs… Artículos de coña
Souvenirs… Artículos de coña
Hay muchas cosas que nos hacen recordar un buen viaje: fotos, amistades, anécdotas... pero nada como un artículo especialmente diseñado para tal propósito: El souvenir. Os contamos todo lo que se esconde detrás de estos artículos de dudoso gusto y qué significan para un viajero "nivel experto".
El otro día, en la típica comida familiar veraniega, a eso de las diez de la noche, cuando la mesa de pronto volvió a llenarse de platos de tortilla de patata, morcilla, jamón, chorizo, pan y más pan, más vinito y más gin-tonics, mi genial tía Pili sacó un tema apasionante: los souvenirs y objetos que compramos cuando viajamos, principalmente, al extranjero.
Perdonadme, pero cada vez que alguien menciona la palabra souvenir, se activa en mi cabeza una de mis escenas preferidas de una de mis películas cómicas favoritas: Top Secret.
Y no lo puedo evitar, tengo que acabar la frase: “Souveniiirs…, artículos de coña”. (Por una vez, la versión original no tiene tanta gracia: “Souvenirs…, party tricks”).
Y es que, efectivamente, en los souvenirs, al igual que en la conversación de mi familia, hay mucha coña.
He de decir que tras muchos vuelos, aeropuertos y múltiples destinos, me considero una viajera “avanzada”. Hace años ya que dejé atrás los viajes organizados, las rutas turísticas típicas y, sobre todo, pretender encontrar patatas bravas y bocatas de calamares en algún lugar remoto de África. Pero aun así, tengo que contaros una cosa: confieso haber sucumbido a la atracción incontrolable que producen los souvenirs cuando piensas que tienes que llevar un “detallito” para… ¿medio planeta?
Y es que, eso de llevar regalos de tu destino vacacional viene a ser como las listas de bodas. No se sabe por qué, pero pones en la lista de destinatarios a primos, tíos, vecinos, colegas de trabajo o amigos a los que no ves en un tiempecillo y que vienen a tu mente justo en ese preciso momento. ¿Será para darles envidia? ¿O… será como en las bodas, que encima pretendemos que por llevarles un regalito y acordarnos de ellos, nos paguen parte de las vacaciones o nos vuelvan a incluir en la lista de herederos?
Sea por el motivo que sea, después de tantos viajes y, sobre todo, tras la divertida conversación familiar, he pensado que sería útil escribir sobre estos extraños objetos para que, cuando sientas esa imparable sensación de comprar uno, ya sea para ti o de regalo, pares un minuto, reflexiones, y mirándole frente a frente, decidas si finalmente picas o no.
En primer lugar, están mis favoritos y los que a día de hoy incluso me sigue gustando descubrir. Y precisamente son los souvenirs que, efectivamente, son artículos de coña. Aunque en realidad, no sé si la coña está en el propio souvenir, o en que soy yo la que lo compro… de coña. Hay verdaderas joyas tan kitsch y surrealistas que de por sí tienen mucha gracia. Tomar el té en una taza con Camilla, o que te salude la reina de Inglaterra cuando llegas a casa, tiene su punto.
Luego están los que tienen mucho delito. Son los souvenirs, estos sí que de coña, pero que se compran en serio. NO, NO, NOOO, NO LO HAGASSS… ¡Contrólate! ¿Por qué piensas que a tu vecino o a tu tío le va a hacer ilusión una reproducción a escala de la torre inclinada de Pisa, de Tutankamón o del Empire State? Si ha estado en el destino, ya tendrá sus propios recuerdos; y si no ha estado…, ¿le vas a recordar todos los días que no ha ido todavía… Y TÚ SÍ? Además de ser un objeto inútil, lo tendrá que poner en alguna estantería cuando vayas a su casa, se llenará de polvo y te odiará más por haber pensado que semejante objeto podría llegar incluso a ser de su agrado.
Ahora que lo pienso, no sé si os habéis fijado, pero vayas donde vayas, las esfinges de Egipto tienen la misma mirada que la Estatua de la Libertad y que, si me apuras, la de las muñecas rusas, esas que se meten una dentro de otra, y otra, y otra… Y es que, me da a mí que esto de los souvenirs sale todo del mismo sitio.
También están los souvenirs del tipo objeto de decoración o de vestir, propio de la artesanía o folclore local, y que nos hacen sentir orgullosos de tener en nuestras casas, sobre todo cuando vienen nuestros amigos. Y aquí, perdonadme, pero la reina es mi tía Pili, que se volvió de Túnez con una jaula decorativa de cuatro pisos, de metro y medio, en la que según ella, cabe algún loro que otro y que a día de hoy, treinta años después, todavía tiene expuesta en el salón de su casa. (Me vais a disculpar, pero no puedo reproducir exactamente la historia; aunque creedme si os digo que oír a mi tía Pili contar ese viaje y cómo volvió a España con semejante objeto no tiene precio).
Y por último, están los que te hacen sentir realmente como un auténtico idiota. Son los souvenirs sorpresa, sí, esos que cuando llegas a tu casa sin un duro, exhausto, vuelves a la rutina, y tras superar la depresión posvacacional, descubres que venden en la tienda de la esquina de enfrente y encima… ¡MÁS BARATO!
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Eso es lo que tiene la globalización; los souvenirs ahora se compran en el chino de al lado, y para qué queremos traer souvenirs, si ya bastante coñazo damos continuamente a nuestros amigos y familiares retransmitiendo en directo el viaje por Facebook y WhatsApp: “Holaaaa… Estamos en la torre Eiffel” (¿pero has subido andando?). “Ya hemos llegado a Benidorm, mucha gente en la playa” (claro, es agosto, qué esperabas). “Mira qué vistas tan bonitas” (perdona, solo veo el codo del de delante…).
Pero no importa, después de mi comida familiar, he llegado a la conclusión de que da igual que lo compres o no (bueno, no siempre, está claro). Lo que más valor tiene sigue siendo poder compartir todas estas historias y anécdotas que, pasados unos años, devuelven al souvenir su misión original, y es que recordemos ese viaje y lugares que una vez visitamos.
Este artículo lo ha escrito...
Blanca López (Pamplona). Como buena Sagitario, desde muy pequeña ha estado paseando por el mundo. Le habría gustado cantar como Ella Fitzerald pero, a parte de bolos en la ducha y en el coche, lo... Saber más...