Me he vuelto a perder la Operación Bikini
Me he vuelto a perder la Operación Bikini
Todos los años me pasa lo mismo. El verano me pilla totalmente desprevenida y, cuando me quiero dar cuenta, llega el momento de hacer la maleta para la playa y enfrentarme a la Gran Revelación (de carnes colganderas y piel a la vista).
Todo comienza al final de tus últimas vacaciones, cuando metes en una caja tus bikinis y tus vestidos de playa y te haces la firme promesa de que el año que viene será diferente. Sí: el año que viene te prepararás a fondo para la Operación Bikini y harás todas esas cosas que dicen las revistas (las otras revistas, por supuesto, que nosotros no decimos ni mú) que tienes que hacer. Cosas que en tu mente, a voz de pronto, suenan la mar de fáciles e, incluso, apetecibles. Como comer brécol crudo y lechuga sin aliño, frutas de colores (en las fotos de las revistas siempre salen muy apetitosas) y pechuga de pollo a la brasa (en las fotos de las revistas siempre tienen unas motitas de colores muy monas y hasta parece que no saben a cartón). Las otras revistas también te recomiendan hacer cosas como andar todos los días una hora a paso firme y apuntarte a una clase de Body Combat, trabajarte las abdominales y ejercitar tus brazos con botellas de dos litros de Coca Cola. Y también darte cremas a tutiplén para combatir la celulitis, mejorar la firmeza, recuperar el tono de tu piel y sacar la juventud (divino tesoro) que tienes escondida en lo más profundo de tu ser.
Sí, en nuestra cabeza hacer la Operación Bikini es fácil y divertido. Sí, este año lo vas a hacer. Por Tutatis.
Hasta que un día de repente vas caminando por la calle y te das cuenta de que en los escaparates ya están poniendo la ropa de verano.
Horror.
¿A qué día estamos ya?
¿Hoy era lunes o 23 de mayo?
Tu cerebro sólo tarda treinta segundos en procesar que todas esas cosas que tenías que haber hecho para lucir estupenda se te han ido olvidando a lo largo del largo y duro invierno, lo has ido retrasando todo. A la mierda la Operación Bikini. Porque, la verdad, ¿quién quiere comer brécol crudo y lechuga sin aliño (que están A-S-Q-U-E-R-O-S-O-S) cuando hay turrones y mazapán de Navidad, el asado de tu madre en Año Nuevo y en Semana Santa nos esperan las torrijas?
Las verduras y las frutas crudas son tan monas como una modelo de pasarela. Y tienen tantos matices de sabor como profundo es su cerebro.
Capítulo aparte merece el deporte: ¿quién tiene fuerza de voluntad para salir a la calle a pasear con dos botellas de Coca Cola en la mano en pleno febrero, cuando caen chuzos de punta y se te congelan hasta los pelillos del bigote que no te has depilado (para eso llevas bufanda)? ¿Y no practicas ya el suficiente Body Combat cuando coges el transporte público cada mañana para ir al trabajo? ¿Llevar a tus hijos de una actividad extra-escolar a otra no es un deporte (en mi cabeza debería ser considerado como una disciplina olímpica)?
¿Y qué decir de todas las cremas y los tratamientos que te ibas a hacer? En mi caso, los fui dejando pasar porque me parecía una tontería invertir tiempo y dinero en algo que nadie iba a ver, estando yo tan cubierta de jerseys, leggins, abrigos y capas varias.
El resultado es que el verano ya está aquí y tú, un año más, querida amiga, te has perdido la Operación Bikini. Pero no te vas a librar de La Gran Revelación.
Aunque no te lo creas, el primer problema de haber dejado pasar la Operación Bikini NO es afrontar qué vas a hacer con todos esos kilos que se supone que deberías haber perdido y no has hecho. No, no, no: el primer paso es asumir qué vas a hacer con todos los kilos que has añadido a los que ya tenías de más. En mi caso no sé qué ha pasado durante el invierno, pero cuando he sacado la ropa de la playa del maletero toda ha encogido misteriosamente, creo que tiene que ver algo con que mi trastero tiene mucha humedad... Lo único que me vale de mi vestuario de verano del año pasado son las gafas de sol. Y yo no soy mucho de ir a playas nudistas.
Pero aún hay más.
El segundo problema al que te tienes que enfrentar es el de mostrar tu piel desnuda a un montón de desconocidos y ¡no estás preparada! Ni psicológica, mi mental ni prácticamente, la verdad sea dicha. Es entonces cuando comienza ese proceso de auto-tortura personal (y de pedir un crédito al banco) que implica exfoliarse, masajearse, arrancarse hasta el último pelo del cuerpo y aplicarse de golpe todas las cremas que no te diste durante el resto del año. Pero nada funciona. Ni siquiera estoy segura de que funcionen correctamente si lo haces a tiempo a no ser que lo combines con mucho deporte y mucho brécol crudo (A-S-Q-U-E-R-O-S-O). La única solución cortoplacista que podría disimular algo lo que no has hecho durante el invierno es ir a un instituto de belleza a que te pongan autobronceador por todas partes, por eso de que estar morena adelgaza ópticamente y disimula mucho mejor las imperfecciones de la piel. También puedes optar por hacerlo en tu casa y conseguir, ya de paso, unas bonitas palmas de la mano de color naranja y teñir tus sábanas blancas. Pero ni un buen profesional del bronceado falso podrá disimular que te pusiste morada a cocidos y que te pasaste las tardes de sábado tirada en el sofá viendo la tele y poniéndote gorrina a pipas.
La técnica del autobronceado por airbrushing o ponerte a hacer posturitas en porretas delante de una desconocida cuando te sientes insegura con tu cuerpo.
En definitiva, que no hay nada que hacer, salvo dejarse llevar o elegir un destino mucho más frío como el Polo Norte o la aldea de Papa Noel. A no ser…
A no ser que hagas como yo y que inviertas toda la pasta que no te has gastado en cremas y tratamientos en un montón de pareos, vestidos de playas y kaftanes en Accesorize o alguna tienda de tu elección. Total, tampoco te vas a mover de la toalla mucho, mejor lucir con estilo, ¿verdad?
Este artículo lo ha escrito...
Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...