Moda a los 40: cómo vestir entre el bien y el mal

Moda a los 40: cómo vestir entre el bien y el mal
Por Anita C.

Moda a los 40: cómo vestir entre el bien y el mal

Aquello que años atrás te parecía algo emocionante, divertido y una satisfacción, ahora se ha convertido en aburrido, tedioso o una especie de maldición. Y no estoy hablando de sexo. Me refiero al apasionante mundo de salir de compras. Analicemos por qué a medida que cumplimos años perdemos la ilusión por la moda. (Problemas del primer mundo, oh yeah!).

Es cosa mía, ¿o la moda está pensada para mujeres menores de 39 años y mayores de 50? Ya sé que a los 40 debería preocuparme por cosas más importantes que vestir mona o no, pero, ¡leñe!, no puedo acudir todos los días en cueros a la oficina (excepto que quiera un aumento o un despido inmediato), y mientras tenga que ir vestida, preferiría no parecer una madurita disfrazada de adolescente ni a mi señora madre. Y a lo mejor estoy exagerando o pertenezco a un reducto de mujeres maduras que no tienen nada que ver con el concepto de cuarentañera de hace veinte años, mujeres que dejaban de cuidarse por el mero hecho de cuidar a otros y medían con los dedos la altura de su minifalda. Lo siento, pero yo soy una madre imperfecta, de esas que endosa a sus hijos a su padre y se pasa una hora frente al espejo preparándose para salir con sus amigas a tomar una copa y relajarse; la misma que al día siguiente, con la cabeza embotada, se hace castillos de arena en el parque con sus hijos durante dos horas; y también la que se calza unos tacones de doce centímetros y guarda en su bolso unas Converse roñosas. Y esa mujer que no es blanco ni negro. Simplemente existe. Somos muchas las mamás todoterreno, ni jovencitas ni abuelas, ni las madres del ayer. Somos UNA GENERACIÓN DISTINTA.

Por eso, el objetivo de este artículo no es otro que los fabricantes textiles, diseñadores y revistas femeninas sean conscientes de lo complicado que es vestir a cierta edad.

Dioses de la moda: pensad en nosotras, las mujeres de 40 todoterreno. ¡No nos olvidéis, que somos el motor de esta sociedad, caray!

No queremos ser fashion victims ni víctimas de la moda.

Moda que no se acomoda

El indescifrable enigma del tallaje. Da igual que estés gorda o delgada, es imposible saber qué talla utilizas. Solo una tarde de compras por un centro comercial puede cambiar la percepción de una misma quince veces y cada diez minutos. Entras en H&M y sorprendentemente cabes en la 34; en el Primark en la 6 (además de flaca, eres inglesa); en Mango tu talla es la 38, en el Bershka la 56… Una vuelve a casa abotargada de sufrir tantas emociones fuertes: “¡Yupi! Soy un espárrago triguero”. Cinco minutos después: “¡Oh, no! Parezco una foca”. A los treinta segundos: “¡Pero, por Dios, que alguien me dé un bocata de jamón, que estoy en los huesos!” Así no se puede vivir.

A la izquierda, yo en el vestuario de un Pull&Bear. A la derecha, flipándolo conmigo misma en el probador del H&M.

El amplio mundo de los pantalones vaqueros: Ni elegir el vestido de novia fue tan difícil como comprarse unos tristes jeans. La primera dificultad es encontrar un par que no esté hecho jirones. Ni descolorido. Y a ser posible que tenga cosidos los bajos. Una vez que has dado con un modelo que no ha sido atropellado cien veces por un tractor, viene la segunda parte: traducción. Slim fit high waist, superslim fit medium waist, botton push up boat cut… y un largo etcétera de cortes que, por más que miras los dibujitos de las etiquetas, en muchos casos parecen iguales.

Tercera fase: probártelos. Algunos son tan estrechos que es inevitable parecer un morcón ibérico. De hecho, es aconsejable llevar siempre en el bolso un machete a lo Indiana Jones para no quedar atrapados en ellos. Quizá sea una estrategia de venta para comprártelos y llevártelos puestos. No lo sé, pero se pasa canutas cuando quieres arrancarlos de la piel. Claro que eso te pasa por no leer revistas de moda, porque la última tendencia es el pantalón campana setentero. Con él no hay riesgo de sufrir una tromboflebitis en el gemelo. Menos mal. Pero es casi imposible encontrar unos cuya cinturilla no te llegue a las axilas y el largo no caiga en cascada hasta al sótano de la tienda (si hicieras un agujero en el suelo del probador). Así que no hay más opción que arriesgarse con el famoso mom-jeans: los vaqueros de tiro alto ajustados a la cintura, caña no muy ajustada y con el bajo doblado. Para que lo entiendas mejor: los pantalones que llevaban en los 90 las protagonistas de Sensación de Vivir. Según los entendidos en moda, los mom-jeans son muy cool, pero yo que los he vivido en mis propias carnes hace veinte años, recuerdo que sientan como una patada en el cool (vaya, que son poco favorecedores en esa parte anatómica concretamente).

Pantalones estilo 'me ha mordido un perro'.

La complicada falda pantalón es tentadora, porque imaginar que puedes hacer una spagat a lo Lago de los Cisnes sin enseñar las vergüenzas resulta muy prometedor; o bajarte de una limusina sin miedo a que los paparazis descubran que toda tu lencería está en la lavadora. La falda pantalón es cómoda. ¿Pero cuánto tienes que medir y pesar para que te favorezca? Ahí reside el problema.

Vitoria Beckham, la única madre a la que le entra la ropa de la Monster High de su hija Harper.

“Disculpe, buscaba una camiseta”. Cuando pronuncies estas palabras, no olvides añadir: “Si no es mucho pedir, que esté cosida y lleve suficiente tela, más que nada para que me cubra los pechos y la lorza, gracias”. Adjuntar a la dependienta un boceto sencillo de una camiseta tradicional tampoco estaría de más, porque me da a mí que ha cambiado el concepto de camiseta de un año a esta parte. Además os va a ahorrar tiempo a las dos. Por cierto, ¡suerte con ello!

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Este artículo lo ha escrito...

Anita C.

Anita C. (Madrid, 1974). Redactora freelance de moda y belleza y madre de un niño y una niña. No le da vergüenza admitir, que no lleva nada bien lo de cumplir años, ni pasar todas sus tardes... Saber más...