¡Qué no te delate el autobronceador!

¡Qué no te delate el autobronceador!
Si eres de la que se pasa todo el verano luchando por lucir un bonito bronceado, pero tu piel pasa continuamente del blanco, al rosa y del rosa al amarillo ‘hepatítico’, tendrás un máster en autobronceadores. ¿Qué no? Pues en este artículo descubrirás qué trampas esconden estos productos cosméticos.
Me gustaría estar en la piel de Beyoncé Knowles y no, porque quiera saber qué se siente al estar casada con Jay-Z, uno de los hombres más ricos del planeta. De hecho, creo que moriría de un infarto si despertara una mañana con un hombre tan feo a dos centímetros de mi cara. Tampoco es que desee el cuerpo curvilíneo de la cantante, capaz de moverse a mil revoluciones por minuto. Fíjate que me entran escalofríos sólo de imaginar el número de sentadillas que debe hacer diariamente para que semejante trasero ‘no se le vaya de madre’.
Cuando digo que quiero estar en la piel de Beyoncé es que quiero estar en su piel, literalmente. Deseo, anhelo, suspiro por poder ponerme un vestido nude y no mimetizarme con el tejido. Me gustaría mirarme las piernas y no ver como el entramado de mis venas cada vez se asemejan más al mapa del metro de Madrid. Yo mataría por tener una piel que ha sido besada centímetro a centímetro por el sol, como los protagonistas de las novelas románticas (que, por cierto, rara vez son blancos lechosos).
Así que, al igual que toda mujer paliducha, mi relación con la primavera está basada en un amor-odio incesante. Por un lado, estamos todas como locas deseando que llegue el buen tiempo, para ponernos una minifalda y tirar a la basura las dichosas medias. Pero cuando vas a salir a la calle y miras hacia abajo ¡horror! Descubres que tienes la nueva línea de metro ligero en la pantorrilla derecha, un cardenal en la rodilla izquierda y matojo de pelitos metidos entre la piel justo al lado de la espinilla. ¡Arggg!
Unas sesiones de rayos uvas podrían ser la solución. Todas lo sabemos, pero si nos dan a elegir entre el moreno recauchutado de las chicas de Gandía Shore y multiplicar las arrugas y las pecas, cualquiera en su sano juicio busca otra opción… Y justo, ahí, es donde entra en acción: El AUTOBRONCEADOR.
Aunque estos productos se han ido perfeccionando con los años (entre mis favoritos, el de Shiseido, Lacôme y Clarins) a veces, nos juegan malas pasadas. ¿Malas? Mejor dicho: terribles, desastrosas y en definitiva, humillantes.
El error de base es no leerse las instrucciones. Claramente indican que debes aplicarlo de forma uniforme desde los pies hasta el cuello, con movimientos circulares… Pero en el día a día, cuando decides en el último momento ponerte vestidito y tienes diez minutos para coger el autobús que te lleva al trabajo, lo normal es auto convencerse de que recuerdas las indicaciones del botecito. Te lo aplicas de aquella manera y en un tiempo record: 2 minutos. 120 segundos que te pasarán factura en 2 horas, cuando pasees tus piernas luzcan un bonito estampado animal print. Para colmo los varones de la oficina (ellas no, porque han pasado por lo mismo) pueden pensar que no te pasas la esponja en siglos al ver esa especie de roña en tobillos, muñecas y rodillas. ¿Y qué me dices de la cara? No me lo digas y mira a la pobre Lindsay Lohan, que parece un oso panda.
Probablemente si vives en pareja y le dices a tu churri que te lo extienda, él lo hará con mucho más mimo y detenimiento pero la consecuencias lógicas es que vuelvas a la cama, dejes las sábanas hechas una pena de autobronceador y llegues tarde a la oficina. Eso sí, tú no llevarás las palmas de las manos naranjas todo el día.
¿Y cuando decides repetir el experimento dos días después para que ese color dorado se convierta en un verdadero moreno caribeño? Autobronceador sobre autobronceador. En ese momento, a mí personalmente, me hubiera gustado que alguien me hubiera dado un sartenazo en la cabeza. Durante una semana todo mi cuerpo parecía un mapamundi: tenía el continente africano impreso en un antebrazo, Asia en un muslo y las dos Américas en la espalda. Gracias a dios, los continentes fueron desapareciendo como si el mundo se inmolara así mismo y solo quedaron estrellas en el firmamento. La pena es que no eran estrellas… eran infinitos puntos negros o, más bien: agujeros negros. Me hubiera gustado que la vendedora del autobronceador, tan mona ella, me hubiera informado que entre aplicación y aplicación es bueno hacerse una exfoliación pero ¡cosas del destino! Me tocó una zoooo… queta.
En fin, es una lástima ser española a secas y no tener además, raíces africanas, francesas y de Irlanda como Beyoncé. Quizá este verano debería asumir que nunca seré como ella y empiece a bañarme en leche de burra para lucir una piel verdaderamente blanca, de porcelana... Igualita a la de Dita Von Teese.
En el Mercadona de mi barrio no venden leche de burra. ¿Tendrá el mismo efecto si utilizo la Pascual?
Este artículo lo ha escrito...
Anita C. (Madrid, 1974). Redactora freelance de moda y belleza y madre de un niño y una niña. No le da vergüenza admitir, que no lleva nada bien lo de cumplir años, ni pasar todas sus tardes... Saber más...