Ay Elsa, qué bien te lo montas

Ay Elsa, qué bien te lo montas

Elsa Pataki es un misterio difícil de explicar, digna de un estudio de esos que les encanta hacer a las universidades: ¿Cómo una chica normal, sin mucho mérito ni cualidades propias,  pasea palmito en los Oscar, en los Baftas o en los Gammys sin haber hecho nada profesionalmente destacable?, ¿Cómo protagoniza portadas en el mundo entero?, ¿cómo se codea con estrellas y posa como una más en la alfombra roja?, ¿Cómo?, pues con mucha cabeza y actitud.

Tengo un ídolo secreto, o no tanto porque siempre que puedo lo comento con las amigas, una admiración anónima y leal hacia una persona a la que conocí hace siglos, allá por 1997 cuando saltó a la tele para encarnar a la estudiante Raquel Alonso, en la mítica serie Al salir de clase, dirigida por un equipo profesional estupendo (alguno de los cuales tuve la suerte de conocer) y que fueron, sin proponérselo, descubridores de muchas de las nuevas estrellas que poblarían desde entonces el cine y la televisión en España.

En Al salir de clase brillaron actores con mucha proyección, entre ellos Pilar López de Ayala, Rodolfo Sancho, Olivia Molina, Alejo Sauras, Leticia Dolera, Hugo Silva o Sergio Peris Mencheta, y ella no brilló (aquí tampoco) pero nadie supo cómo, de repente pasó de ser una chica adolescente con acné, de nariz aguileña, mechas mal pintadas y algún kilito de más, a convertirse en una verdadera estrella de alfombras rojas variadas, a saber: todos los saraos, fiestas y eventos que se celebraran en Madrid donde aprendió una cosa muy rápidamente: ponerse de espalda delante de los fotógrafos funciona.

Y así nació ELSA PATAKI, la reina de los saraos, la chica de las pretensiones supersónicas, que ante la ausencia total de talento interpretativo (no lo vamos a negar) tuvo la inteligencia de tomar dos decisiones fundamentales: ligarse a Fonsi Nieto y ahorrar para pagarse un buen (maravilloso) cirujano plástico que la redecoró de tal forma que esta chiquilla del montón, el patito feo que pasaba inadvertida en los casting, se transformó poco a poco en un cisne etéreo y resultón con la cabeza mejor amueblada que he visto en años.

Porque claro, no creerían ustedes, queridos lectores, que admiro a Elsa Pataki (Elsa Lafuente Medianu en su casa y Elsa Hemsworth desde el 2010) por su talento, su dicción, su carisma o su capacidad de trabajo,... NO, definitivamente NO −y lo siento Elsa− pero la pura verdad es que admiro profundamente a esta mujer por su enorme, inconmensurable, fuerza de voluntad, su capacidad de luchar por sus sueños, para caminar despacio pero seguro, con las ideas claras, los objetivos bien localizados y llegar a la cumbre (su cumbre, no la mía) de pasearse por la alfombra roja de los Oscar como una verdadera estrella, sin mérito profesional alguno, pero del brazo de su espectacular y famoso marido, uno de esos ídolos juveniles con la pasta y talento suficientes para llegar a ser un gran actor.

Ay Elsa, qué bien te lo montas. Se lo monta estupendamente, no se puede negar, siempre lo ha hecho, y eso denota mucha inteligencia emocional, no lo vamos a negar. Al principio, cuando se matriculó en el San Pablo CEU para estudiar periodismo, ya sabía que lo importante era aprender idiomas y lo hizo, la nena habla cinco lenguas bastante bien, y después se buscó a Fonsi Nieto como novio para aparecer en portada del Hola enseñando su casoplón en la sierra, como una princesita de cuento, mirando al piloto con ojillos enamorados, mientras toda la profesión sabíamos que vivir con Fonsi (para quien el deporte, la juerga y los amigos estaban por encima de cualquier Pataki) no era una inversión muy duradera, PERO, dejó a Fonsi a tiempo y con el recorrido suficiente para seguir siendo portada de revistas y levantar el interés de los medios y de firmas que la empezaron a elegir para promocionar sus productos.

            

Cuanto Pataki deja a Fonsi en el 2004, ya tenía su marca registrada y ella lo sabía así que cuando decide irse a Francia buscando una oportunidad en el cine y la televisión gala, se liga a un famosillo local, el humorista y actor Michäel Youn, que era de todo menos presentable, pero lo suficientemente escandaloso y polémico para ponerla a ella en otras portadas (en media Europa) y sentarla en algún que otro programa de televisión donde la dejó en muy mal lugar, pero que ella supo rentabilizar estupendamente, como siempre.

                

Afortunadamente, supo pasar del Youn este a tiempo, regresó a España justificando este error sentimental con sus ojitos de cordero degollado y su voz casi inaudible, en diversos medios y pasó al Plan B, ligarse a alguien de peso y proyección mundial, y la oportunidad le llegó hasta Madrid y de la mano del recién oscarizado Adrian Brody. Este fue un momento crucial en la vida de Elsa (y fue el momento en que yo empecé a prestarle atención) y se puso manos a la obra, porque fue así, se lo curró mucho –esto es un secreto de profesión que revelo porque ya ha pasado mucho tiempo− y no dejó de hacerse la encontradiza con Brody en su hotel hasta que éste la invitó a cenar y a tomar unas copichuelas y los chicos de la prensa lo inmortalizamos tal como ella pretendía.

Brody venía a España para protagonizar la infumable Manolete con Penélope Cruz y regresó a Nueva York con una Elsa Pataki bajo el brazo. Ella no se lo pensó ni medio segundo y cruzó el charco junto a este actor que pintaba iba a ser el próximo Pacino de los 2000, y a la par que él frenaba en seco su carrera eligiendo muy mal sus proyectos profesionales, Elsa se crecía a su lado protagonizando toda clase de reportajes de moda y belleza –es de las famosas nacionales que con solo 1, 60 de estatura tiene más portadas de revistas que nadie−, promocionando toda clase de marcas y apareciendo a su lado en cualquier fiesta o sarao que se celebrase por los Estados Unidos, aunque aquello le debe haber costado una fortuna en ropa y maquillaje (y operaciones dentales y de estética destinadas a afinar el proyecto Elsa Pataki que empezaba a llegar a su estado de gracia total).

Elsa Pataki debería escribir un libro de autoayuda para todas las chicas del montón con aspiraciones de estrella mundial, seguro que haría una labor social de incalculable valor.

Con Adrian Brody, Elsa Pataki nos regaló sus momentazos más cutres, no encuentro otro término para calificarlo, porque además de escenificarnos viajes románticos y besos en público en cualquier acto social del planeta (en cuanto dejaba de enseñar el culo a los fotógrafos) nos regaló una de las estafas de la década, que fue ese posado mega maravilloso en un castillo medieval (en Nueva York) vestidos de sport los dos, mirándose a los ojos tan enamorados, y asegurando ella que ese casoplón de cuento era un regalo de cumpleaños de Adrian, que se lo había comprado en un arranque de amor total… ¡¿qué?!... menudo regalo, el chico era una joya, lástima que al poco de acabar su relación se supo que ni el castillo era castillo, que ni era de ellos, ni era regalo de nada, que había sido alquilado para el reportaje y que cualquier parecido con la realidad era pura coincidencia (creo que hasta los perros eran alquilados, que también suele pasar).

            

Tres años después de ligárselo en Madrid, de pasearlo por España, de fotografiarse con sus respectivos padres, de hacer diversidad de exclusivas y de hablar de boda, Elsa y Adrian rompen y ella vuelve a casa pero con un ojo en los Estados Unidos donde, ya lo sabemos, compatriotas como Penélope Cruz o Paz Vega, que son de su quinta, no le hacen el menor caso, ni la invitan a sus casas, ni le sonríen cuando se la encuentran por esos mundos de Dios. Pero Elsa no se rinde y tras su retorno a España, donde anuncia películas que nunca acaba de rodar (cómo la cacareada Capitán Trueno que finalmente no hizo)  vuelve a Los Angeles, se deja ver por todas partes, trabaja un poco, sigue con sus apariciones estelares en todas las fiestas a la que consigue ser invitada y de repente aparece de la mano de Olivier Martínez, con el que se pasea por París y Roma, hasta que la cosa no cuaja (y además Olivier era de perfil más bien bajo y la cosa iba por pillar un peso pesado) y ella se declara soltera y sin compromiso, hace algún sonado reportaje, gana demandas contra la prensa y da el gran pelotazo de su carrea: ligarse al australiano de moda, el pedazo de chico saludable y guapo, de nombre Chris Hemsworth, siete años más joven que ella, y con una carrera meteórica por delante, al que conoce en una fiesta y del que ya no se separa.

De repente este chico, que había llegado a Hollywood para hacer Thor en el cine, le abre las puertas del estrellato total y del mundo en general y Elsa, que ya ha conseguido la excelencia  física, gracias a sus cirujanos plásticos (muy bien elegidos y eso tiene mucho mérito) su estilista, la vida sana, el deporte y la disciplina, sube un escalón más hacia el Olimpo y ya aparece en las portadas de todas las revistas, porque las enamora a todas (del corazón, deportivas, femeninas y de moda) y en las alfombras rojas del universo entero como la novia oficial de Chris Hemsworth .

            

En el 2010 la pareja se casa en Australia y para desesperación de la prensa especializada, ella da una exclusiva en la playa, vestida de novia sí, pero sola, sin el novio, asegurando que se sentía la mujer más feliz del mundo y nadie lo duda porque, entre otras cosas, con treinta y cinco años y una vida profesional que no es más que entelequia, llegar a este momento happy family total, es un éxito, uno grande y que muy pocas (famosas o no, con talento o no, con trabajo o no, con belleza o no), han conseguido. El fin de esa carrera de fondo que ella inició allá por 1997, cuando no importaba ni cómo ni cuándo, ni de qué forma, pero llegaría a ser famosa, una estrella que llena portadas y entra en el Teatro Kodak de Los Angeles cada mes de marzo sin haber hecho, jamás, méritos profesionales para estar allí pero pudiendo presumir, eso sí, de tener una actitud a prueba de bombas.

Por esto admiro a Elsa, que es una heroína del siglo XXI, hecha a sí misma (nunca mejor dicho) con una amabilidad innata, educada, muy paciente, capaz de aguantar carros y carretas, como los comentarios mal intencionados de sus propios compis de profesión y también de la prensa española que cada vez que la tiene a tiro intenta desmontarle el chiringuito de chica natural y sin operaciones, recordado su pasado no tan lejano. Al respecto hay una anécdota que está documentada en Telecinco y es cuando Elsa (por aquel tiempo novia de Adrian Brody), preciosísima ella, entra en directo en el Programa de Ana Rosa para publicitar una marca y la presentadora, Ana Rosa Quintana, le pregunta sin venir a cuento: ¿Y no tienes miedo de que cuando tengas hijos salgan con la nariz que tenías antes de operarte?, a lo que Elsa, sin levantar ni media nota el tono de voz, responde: “Bueno, lo importante no es el aspecto físico”, para algarabía y risotada general en el plató.

Así de mal ha estado el patio siempre para ella pero Elsa, sonrisa en ristre, se lo toma con paciencia y se ha mantenido firme sin desviarse de su camino, con la actitud necesaria para llegar arriba sin mucho fundamento detrás... ¿o sí?... no sé si tiene mucho fundamento o no (varios papeles secundarios en pelis comerciales sí que tiene), pero algo hay seguro y es que ella es, ahora mismo, una madraza de familia famosa, con casa en Australia y Los Angeles, residente en un lujoso piso en Londres cuando la agenda de su guapo marido lo requiere, ha dejado de dar entrevistas insulsas y se pasea por estos mundos de Dios presumiendo de marido, niña y happy family al uso, en vacaciones de ensueño…

            

Ha conseguido sus objetivos, nadie se explica cómo, pero lo ha hecho, eso seguro, y yo creo que, apelando a ese olfato suyo para los negocios, a su segundo embarazo, su parón profesional, y sus treinta y siete años tan bien aprovechados, debería escribir un libro de autoayuda, si quiere yo se lo escribo, y lo titulamos “¿Cómo llegar donde quieras sin ser extraordinaria?”, seguro que nos forramos.

 

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Este artículo lo ha escrito...

Claudia Velasco

Claudia Velasco (Santiago de Chile, 1965). A los 19, se trasladó a Madrid dónde estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y donde reside desde 1985. En la actualidad trabaja en... Saber más...