Bodas: hubo un tiempo en el que sólo hacían falta diamantes
Bodas: hubo un tiempo en el que sólo hacían falta diamantes
Desayuno con diamantes hizo mucho daño en el colectivo imaginario femenino. Muchísimo. Todas las mujeres de una generación soñaron con un piedra preciosa del tamaño de un ojo de Tiffany's capaz de deslumbrar a cualquiera. Pero los tiempos pasan y nuevas modas eclipsan a antiguas. Es el momento de las pedidas originales.
Veréis, estaba yo el otro día yendo a trabajar en el metro de Madrid. Era hora punta y como tal cedí mi espacio vital para refregarme, sin posibilidad de no hacerlo en esa especie de lata de sardinas con olor a pachuli, contra los dos jovenzuelos que se besaban como si en el informativo matinal acabasen de anunciar el fin del mundo. Estaban tan pegados a mi oreja que escuchaba su intercambio de saliva y los lengüetazos. Casi me ruboricé, con eso lo digo todo. Ya pensaba que en una de estas se iban a confundir y lamerme el lóbulo cuando les escuché hablar entre dientes. Como en todo primer amor se prometían que lo suyo sería para siempre. Bla, bla, bla. Poco más y tiñen el vagón de rosa chicle. Sin embargo, entre toda esa tanda de cursilerías que me hacían debatirme entre un “qué monos” o un “qué empalagosos” se dijeron algo que llamó la atención. Más bien el chico con los pantalones destrozados y el pelo alborotado a ella: “Algún día te despertarás y verás que es trending topic que te cases conmigo”. Ella retiró las manos de su trasero para aplaudir de la emoción.
Me quedé paralizada. Cómo cambia el mundo. Hace unos años el sueño colectivo generalizado era que ese ser que tenías como pareja, con menos originalidad que los motes que te ponen en el pueblo en verano, se dignase a hincar rodilla en algún sitio aceptable, abstenerse del McDonals para este tipo de eventos, y te tendiese una cajita roja que contuviese un anillo. Si era grande y gordo, mucho mejor. Y si encima brillaba hasta dejarte ciega, a ti y a todas tus amigas que morirían de envidia, de cuento de hadas.
Pero los tiempos han pasado y con ello las demostraciones de amor público. Imagino que antes también había pedidas de matrimonio originales, pero como no las veías siempre te quedaba el consuelo de “está es una exagerada, seguro que fue para menos”. Sin embargo, ahora con las redes sociales en las que algunos anuncian hasta cuando van a cagar, por no hablar de que existen páginas para que votes su obra maestra, el romanticismo ha evolucionado convirtiéndose en la pesadilla de aquellos hombres cuyo máximo acto de afecto es regalarte un ramo de rosas el día de San Valentín porque previamente han visto hacer lo mismo a sus compañeros de oficina. Ya se sabe el efecto imitador de los machos alfa.
Cara de tus amigas si les cuentas que te ha pedido casarte sin más, porque te quiere.
Es una putada porque nosotras, enamoradas del amor, no dudamos en enseñarles esas cadenas virales empalagosas y con banda sonora mientras les damos un codazo para que se apliquen el cuento. Y ellos, que ya tenían su cupo de romanticismo apañado con comprar un anillo y pedirte matrimonio de un modo decente, sufren las consecuencias de la originalidad de los demás. ¡Con lo bien que estaban cuando el único ejemplo masculino con el que compararse eran Pajares y Esteso y sus métodos de seducción con las alemanes! Ante ellos, cualquiera era un galán.
A bailar hasta la abuela de ochenta años.
Normalmente en las pedidas los actores que intervenían eran la pareja y puede que algún camarero cómplice que trajese el anillo durante el postre. No intervenían más porque no nos engañemos, poner a mucha gente de acuerdo, concretar fechas, vigilar que ninguno se vaya de la lengua y un largo etcétera es una misión más imposible que la de Tom Cruise. Pero de todos es bien sabido que los americanos, además de salvar al mundo en todas las películas, por amor son capaces de cualquier cosa. Y si no que me lo digan a mí que durante mi etapa en Nueva York me cansé de aplaudir pedidas en todos los rincones de la ciudad. Con la primera me emocioné, con la decimoctava me entraron ganas de decirle a la novia en el Empire State, “tranquila, que no te de vergüenza, que esto aquí es tan normal como entrar en España y que te pongan aceitunas o tortilla de tapa”. Así, un chico pidió matrimonio a su chica logrando que, atención al dato, toda la familia y amigos de hicieran un lip dub. Imaginaros a la nieta de dieciséis años enseñando a mover la cintura al más puro estilo Romeo Santos. Si el hombre en cuestión ha logrado que tras los ensayos y la puesta en escena las dos familias se sigan hablando, Amy tiene una joya mayor que un diamante que corte los espejos de par en par.
Piensas que vas a trabajar… y te piden que te cases
Imagina que tu novio te dice que te vas de viaje a Italia… a trabajar. Que sí, que muy bonita, que la comida muy buena y los paisajes espectaculares, pero esa palabra, trabajar, como que le quita encanto a la cosa. Lo imaginas a él haciendo turismo mientras tú estás pasarela para arriba pasarela para abajo y te da un poquito bastante de envidia. Entonces te deja un iPad en el que descubres ya no sólo que el motivo de que estés allí es que te va a pedir matrimonio sino que estás de vacaciones. Chico listo, con la emoción y el subidón de saber que no te esperan madrugones ni jornadas laborales asfixiantes quién le diría que no.
El amor es magia y con magia se pide
El amor es mágico o eso dicen del sentimiento que no se puede explicar en palabras. Seguro que la protagonista de esta historia no podía decir lo contrario porque su novio era mago. Mientras estaba viendo su espectáculo, ése que seguro habría vivido mil veces para apoyarle, la sacó al escenario y de la bolsa no salió el conejo o la paloma habitual sino el anillo de boda. Y, si yo estuviera en su lugar habría fantaseado con que igual que salió la alianza lo hiciera el bebé en un futuro para evitarme ese parto del que solo he oído hablar pero que me da más pánico que intentar quitarle a Celia Villalobos la tablet mientras juega al Candy Crush Saga.
Siempre supe que eras tú, seis años de planificación
También un hombre americano. Al final va a resultar que la producción cinematográfica nacional cala en la vena romántica de los ciudadanos. Aunque, bien pensado, espero que esto no sea cierto porque nuestro ejemplo patrio es Torrente y como un día mi pareja me venga a pedir matrimonio al ritmo de “¿nos hacemos unas pajillas?” creo que me transformaré en la Sole de Siete Vidas y le pagaré una inolvidable colleja.
A lo que íbamos. Durante seis años nada más y nada menos un chico fue haciéndose fotografías sujetando una letra con su pareja para al final mostrarle el resultado que es preguntarle si se quiere casar con él. Aparte de lo romántico que es me surge una duda y es que o yo soy muy cotilla o ella muy poco, porque después de la tercera vez que me hiciera posar con el abecedario yo le preguntaría hasta que me contestase por agotamiento cuál era el motivo por el que en lugar de posar los dos solos con los monumentos para las fotos del salón o del facebook teníamos que hacerlo acompañados de una cartulina. Aun poniéndome en el caso de que me mordiese la lengua para no chafarle la sorpresa, creo que mis conexiones mentales habrían almacenado las letras, total como mucho sería una o un par por año, hasta formular la frase y destrozarle todo el curro de la pedida. Aunque, por supuesto, me habría hecho la sorprendida, ¿será este el caso?
En un palacio y con vestido de princesa
Tal vez esta es la más moñas y la que más me gusta sin lugar a dudas, ¡y la ha hecho un español! ¿Veis? Entre los amantes del fútbol, la cerveza y las tapas, todavía queda algún romántico. Es el caso del youtuber JPelirrojo. Es la única pedida capaz de emocionar por igual a alguien de diez años que a uno de cuarenta.
Cariño, apunta esta que es la que quiero.
El chico en cuestión, consciente de que su novia era fanática a más no poder de Frozen, logró, atentas al dato, que cerraran Disneyland para ellos, vestirla de princesa sin que sospechase nada y, frente al mítico castillo con fuegos artificiales de fondo y banda sonora a toda pastilla, hincó la rodilla. ¿Cómo lograr eso sin que ella sospechase? Fácil, le dijo que iba a cubrir un evento como prensa y luego actuaron los cómplices diciendo que tenían que ensayar una coreografía para la que necesitaban a alguien vestida de princesa y príncipe, se ofrecieron voluntarios y… ¡Tachán! La pedida que toda una generación Disney había soñado. Eso sí, después de las miles de visitas en internet y el efecto imitación de estos casos, no sé si Disney no se estará arrepintiendo por la cantidad de solicitudes recibidas.
Estos son solo unos ejemplos. Por no hablar de las que se ven en las series y las películas o las que se leen en los libros. Yo me solidarizo con ellos. Cualquier idea que se les ocurra, ya se ha hecho. Llegados a este punto, les daría un consejo. Esto es como si fuese el carro de la compra, coger de allí, de aquí, de allá, y hacer lo que os dé la gana. Al final cada mujer es un mundo y, con las palabras adecuadas, se puede hacer la pedida más bonita del mundo en un atasco en la M-30. Además, si haces algo que supere todo lo que hemos visto, situarás inmediatamente a tu novia en el foco de las envidias de todo el colectivo femenino y sus amigas le harán relatar tantas veces con pelos y señales lo que sucedió que puede que hasta le pille manía.
Este artículo lo ha escrito...
Alexandra Roma o Alexandra Manzanares Pérez (Madrid, 1987) es un periodista, guionista, directora de cine, escritora y, gracias a Glup Glup, columnista, ¿se comprende por qué necesita una doble... Saber más...