Placeres culpables… Spotify secreto

Placeres culpables… Spotify secreto

Es por todos sabido que el ser humano disfruta de hacer ciertas cosas que prefiere mantener en secreto. Son cosas que nos avergüenzan y fascinan a partes iguales… deseos oscuros que ríete tú de lo que le mola a Christian Grey. Sumerjámonos hoy en uno de ellos… sí, eso que escondemos en lo más oscuro de nuestro reproductor de música. De Los Pecos a Camela, pasando por Britney Spears. Tú tampoco te libras.

Miradme a los ojos y juradme que no tenéis una playlist secreta en Spotify. No, no, con la boquita pequeña y mirando al suelo no vale. A los ojos, donde se reflejan todas las flaquezas del alma y los secretos más oscuros: tú tienes placeres musicales culpables Y LO SABES.

 

Mucho Bowie, mucho Bowie, pero te he visto tararear el aserejé con más gracia que las Ketchup.

No te sientas mal. Es normal. Ahora mismo, mientras escribo esto estoy escuchando Abanibí Aboebé en la versión de Eurovisión del año de la polca y… no es solo que la canción se las trae, es que, encima, no es que cantaran muy afinados los muchachos. Pero… ¡¡me encanta!! Y lo digo mientras pongo cara de loca y aprieto los puños.

Ante este tipo de debilidades uno tiene dos opciones. Una es esconderse, parapetarse y hacer hincapié durante las reuniones sociales en lo mucho que nos gusta Johnny Cash, lo que no es incompatible con cantar a grito pelao canciones del Dúo Dinámico en la más profunda soledad, hecho, no obstante, que nadie tiene por qué saber. La otra opción es ir de cara, liarse la manta a la cabeza, ponerse el mundo por montera, pensar ande yo caliente ríase la gente (por Dios, basta de dichos populares) y entonar un: “pues a mí me ponen ‘Wannabe’ de las Spice Girls y me vengo arriba”.

Yo creo que en la vida es mucho mejor ser sincero con uno mismo y con los demás. ¿Qué más da que de vez en cuando encuentre algún tipo de placer depravado en escuchar Mónica Naranjo y cantar como si me estuvieran matando? A decir verdad creo que los vecinos me han creído víctima de horribles torturas ya unas cuantas veces.

El “hilo musical” de los coches de coche de una feria ambulante ha sido siempre una fuente inagotable de “grandes éxitos de los placeres culpables”. Tú estás ahí con cara de mártir, fingiendo que sufres en silencio como con las hemorroides pero, por dentro, estás marcándote un playback de los que hacen historia, haciéndole los coros a Nek y a su “Laura no está” (Laura se fue, Laura se escapa de mi vida).

Esa es otra, a nadie le gustan estas canciones pero todo el mundo se sabe la letra de “Cuando tú vas” de Chenoa. Que no, que no. Que a ti te va la marcha y lo escondes.

 


Iba a poner pie de foto, pero me he quedado sin palabras.

Yo tengo una hipótesis en cuanto a esto (hipótesis así en general tengo muchas y casi todas demenciales, como para hacérmelo mirar). Yo creo que un placer culpable debe ser secreto; el hecho de compartirlo abiertamente con la gente lo convierte en algo menos deseable. A no ser, claro, que lo comentes por el puro placer de escandalizar.

Soy muy fan de esta táctica. La suelo utilizar cuando alguna amiga sin compasión me arranca del sofá, me obliga a ducharme un viernes por la noche y me arrastra a una fiesta de modernos en algún piso moderno de un barrio moderno. El típico sitio donde suena música que aburre a un muerto y los gintonics parecen una ensalada de fruta. Espero el momento adecuado poniendo cara de mierda-llovía, atrincherada tras mi copa mientras sorbo su contenido con una pajita para evitar tragarme las cosas que lleva flotando y morir asfixiada por fruta de la pasión (que es una muerte bastante lamentable). Pero cuando veo que todo el mundo baja la guardia… ay, maldición, qué gustico da decir bien alto que me encanta el reggaetón. Aprovechando que todos se han quedado petrificados y que hay quien se santigua en un rincón rezándole a los Love os Lesbian, saco el móvil, pongo “Noche de sexo” de Wisin y Yandel y la canto de principio a fin, rap incluido. Después de esto pueden pasar dos cosas: que nadie te hable el resto de la noche o que hagas un porrón de amigos que se acercan para confesarte a media voz que les encanta Raphael, Mocedades o David Bustamante.

“Pues la Mercedes dice que le mola Melody”.

En realidad, opino que este tipo de cosas son las que hacen a uno interesante de verdad. La dualidad, el bien y el mal, el yin y el yan (el gym y el ñam… lo siento, me encanta ese chiste); en definitiva… que nos guste la buena mierda es lo que nos hace ser personajes redondos de la novela en la que vivimos. Si no, no seríamos más que un espécimen de los que presume ser un dechado de virtudes, pero más plano que el pensamiento filosófico de mi gato Ulises que todo el mundo sabe que solo piensa en dormir, comer, cagar y hacer el mal.

Así es la vida, pequeños tunantes. Parte del placer de vivir es esconderse en casa y hacer todas esas cosas que nos avergüenzan y nos dan gustirrinín a partes iguales. Y como la vida son dos días y en uno de ellos alguien te obliga a pasar la noche en una discoteca en la que pincha Paquirrín, mejor saberse de cabo a rabo su canción y gritarle a alguien que se quite el top, a poder ser a algún mozalbete de buen ver.

 

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Este artículo lo ha escrito...

Elísabet Benavent

Elisabet B. (Gandía, 1984). Trabaja en una oficina muy azul en la que se habla de comunicación corporativa; cuando sale corre a alimentar a sus dos gatos gigantes. Le encantan los zapatos, las... Saber más...