Ser anti-fotos en el siglo XXI
Ser anti-fotos en el siglo XXI
En la era del selfie, todavía hay mucha gente a quien no le gusta salir en las fotos. Bien sea porque no es fotogénica o porque no es capaz de salir con los ojos abiertos ni con pinzas, aún quedan por la calle un puñado de valientes que se salen de las fotos en el último momento.
El verano pasado me compre un palo selfie. Sí, soy de esos. Pero no porque quiera, sino por darme una oportunidad a mí mismo de encontrar la manera de salir bien en las fotos.
Durante largos años he ido apreciando que bajo todas mis aptitudes se escondía en un lugar oscuro un defecto de fábrica casi imposible de arreglar: NO ser fotogénico. Pones lo mejor de ti en cada foto, tu mejor sonrisa, tu lado bueno, te pones recto, bien peinado, pero a la hora de hacer click, los astros se alinean y te conviertes en una mezcla entre Pozi, Zapatero y el vagabundo que canta coplas en la plaza de tu pueblo.
Ser feo no implica ser poco fotogénico, y sino pensad en Tamariz
Un tragedia, que en mi juventud no percibí. No te fijas si sales bien o mal en las fotos cuando eres pequeño. Estás más preocupado de si tus acciones del IBEX 35 han subido, de si Rosario Flores saca el mismo disco con versiones de todos los años, esas cosas de críos... Pero las fotos te la sudan. Ahora bien, cuando ya quieres ligar la cosa cambia. Sabía que en algún momento alguien me iba a señalar con el dedo en una foto, dejando su huella. Y tenía que salir bien. Me compré la primera cámara digital que salió al mercado por debajo de los 100€. Toda una compra a la que le saqué un rendimiento brutal. Como gracias a la tecnología de las tarjetas de memoria el número de fotos que podía sacar era casi infinito, la fundí. Todo un año con la camara en el bolsillo llevándomela de juerga, a la playa, de viaje... Y ahí confirmé mis sospechas: no soy fotogénico. Mientras mis amigos salían perfectos en las fotos, yo siempre tenía cara de idiota. Más aun de la que tengo en condiciones habituales. Adiós a mis espectativas de ser modelo de Calvin Klein.
Entonces, hice una visita a casa de unos amigos, y descubrí algo estremecedor. Algo en lo que nunca me había fijado y que gracias a las fotos familiares de mi amigos pude descubrir: el 90% de las fotos son absurdas. Sí, amigo, no hacemos más que fotos ridículas y que nunca jamás vuelves a ver. En los últimos viajes he tirado una media de dos mil fotos, de las cuales he vuelto a ver a mi llegada un 10%. Pero lo más grave es que al verlas, he borrado la mitad. Al menos en los viajes se salvan las de los paisajes, pero cuando hablamos de fotos familiares no se salva ni una.
Fotos de cumpleaños, de una visita, del día de la matanza en el pueblo, de un día que coincides con alguien en un bar... ¿De verdad hay necesidad de inmortalizar algunos momentos? ¿Somos conscientes de lo ridículas que son algunas fotos? Y si lo somos, ¿por qué nos prestamos a ello? He aquí algunos ejemplos:
Cumpleaños del nieto. Momento álgido de la tarde con el soplamiento de velas. Y el abuelo pasa por allí con un martillo en la mano. ¿Le va a matar a martillazos? No lo sabemos. Lo que si sabemos es que a los humanos, por alguna razón rara, nos gusta hacer fotos (ahora también vídeos) del momento de las velas. Foto que automáticamente queda guardada en el olvido hasta el día que te casa y tus amigos los ingenieros hacen el vídeo más cutre posible con las fotos de tu infancia y la música de El Canto del Loco de fondo.
El día de tu boda también acumularás un alto volumen de fotos a olvidar. Fotos con la sonrisa más forzada que la de Sheldon Cooper y con un traje que no siempre te queda tan bien como crees. Pero el mejor momento es cuando el fotógrafo te dice "vamos a hacer las fotos para el álbum" y te lleva a un parque/jardín/monte/bosque/mazmorra. Ahí podrás notar como pierdes dinero con cada foto. Y sino fijaos en la foto bien. ¿Quién no querría tener una foto del día de su boda con un oso y el pantalón manchado?
Tu pasión es la danza. Te gusta. Es respetable como cualquier otra afición. Pero tampoco hay por qué ir dejando muestras gráficas. Te toca hacerte la foto de rigor en la escuela, y con todo el dolor de tu corazón te la haces. Tú te olvidas de ella. Pero tu madre no. La enmarcará. La colgará en la pared del salón. Y cada vez que venga alguien de visita a tu casa lo primero que hará será señalarla y decir "has visto que guapo está mi chiquillo". Lo mismo pasará con la foto de la orla, de la comunión o del día en que te detuvieron.
Por último tenemos las fotos post o pre embarazo. Esa foto, innecesaria totalmente, que en tu cabeza queda genial pero que cuando la haces el resultado es un bodegón de horror y mal gusto. Tú no lo ves debido al bonito momento de creación que estas viviendo, pero cuando se la enseñas a alguien la reacción suele ser de cara de circunstancia. La cosa se agrava cuando NO eres fotogénico (como es mi caso), porque intentas hacer algo con estilo y te sale justo lo contrario.
Debido a todo esto hace años tomé dos decisiones respecto al mundo de las fotos:
1.- Salir lo menos posible en ellas, siendo yo el que las tira.
2.- Si no me queda más remedio que aparecer en ella, intentar parecer lo más natural posible, que en mi caso se traduce en HACER EL PAYASO. Nadie notará que sales mal. GARANTIZADO.
Este artículo lo ha escrito...
Javi Del Campo (Madrid, 1983). Criado entre Steven Spielberg y Los Héroes del Silencio, de alguna manera estaba destinado a caminar sobre esa pequeña linea que separa al mitómano del friki. Amante... Saber más...