No quiero ser una chica normal
No quiero ser una chica normal
¿Tú también hablas con el televisor cuando te indignas por el final de una serie? ¿Te siguen gustando las películas de adolescentes a pesar de que podrías ser la madre o la hermana mayor de los protagonistas? ¿En tu bolso es más probable encontrar un libro que un pintalabios? Genial, no eres normal.
Siempre que oigo la frase “es una chica muy normal” me imagino a un periodista de una televisión norteamericana entrevistando a una señora con bata y rulos, y con un cigarrillo colgándole de los labios, y a esa señora contestando: “era una chica muy normal, siempre saludaba, no parecía capaz de coger una recortada y liarse a tiros con el campanario”. Dejando a un lado mi desquiciada imaginación, en mi opinión la normalidad, mi querida amiga, está sobrevalorada.
Quizá te preguntes a qué viene esto, pero si no, me temo que voy a contártelo de todas maneras. El miércoles fui a una librería con mis dos princesas (o petardas, según el día) y mientras intentábamos decidir qué libro nos llevábamos, el dependiente de la tienda se me acercó y me dijo: <<Hola, ¿podrías recomendarle un libro de romántica juvenil a esta chica? Es que yo soy normal y ya no leo libros de adolescentes. Gracias.>> Dejando a un lado que durante unos segundos quería ponerme en plan Lucy Liu en Kill Bill con el dependiente en cuestión (un día hablaremos de dependientes con aires de superioridad), tras recomendarle el libro a esa chica me pregunté si el argumento del imbécil (el dependiente) es más habitual de lo que creo.
¿Se considera “normal” dejar de leer libros de adolescentes cuando llegas a una edad? Yo no lo creo, y aunque sea un comparación absurda diré que afirmar eso es como decir que cuando llegas a los treinta tienes que dejar de comer helados o chuches. Una cosa es que un libro o una película de adolescentes no te guste, pero otra que no puedas disfrutarla porque eres “mayor y normal”. Después de darle vueltas al tema, de observar mis estanterías inundadas de libros y de películas, de reírme con las niñas, de escribir un nuevo capítulo, y de pintarme las uñas, se me ocurrió hacer un Test de Normalidad. Aquí está:
*Hablas con el televisor: ¿te discutes con los guionistas de la tele desde el sofá de tu casa y estás convencida de que te oyen desde sus mesas de Hollywood o de Albacete? Yo también. Te pondré un ejemplo y seguro que me entiendes; el final de Arrow. No voy a spoilear (si alguien sabe cómo se traduce esto en una sola palabra, que nos lo diga) nada, solo diré que cuando lo vi mantuve una larga conversación con mi televisor con la esperanza de que los señores de Los Angeles me escuchasen y decidiesen hacerme caso. Lo hago desde pequeña, para vergüenza de mis hermanos cuando en Candy Candy se murió Anthony, discutí durante meses con el guionista japonés en cuestión.
¿Qué diablos les pasó por la cabeza con ese final?
*Has ido al cine a ver La saga de Harry Potter o Frozen o Los juegos del hambre o Divergente o la última película romántica con protagonistas de menos de treinta años. Al parecer la normalidad se gana con la edad, o eso dicen. A mí me gustan la películas serias, sí, de vez en cuando me apetece ver argumentos trascendentales de esos que te hacen cuestionarte la existencia del bien y del mal. Pero la gran mayoría de las veces me gusta ser feliz, desconectar, reírme, quedarme embobada viendo como el chico conquista a la chica. No creo que las dos cosas sean excluyentes, y la gente “no normal” podemos apreciar todo tipo de películas. Hay días en los que lloraremos como magdalenas viendo una película sobre la esclavitud y mantendremos un debate sobre el tema, y hay días que babearemos viendo como Thor se quita la camiseta.
No vas al cine solo por los tatuajes…
*En tu calendario tienes marcadas las fechas de publicación de ciertos libros y cuando tienes algo de dinero ahorrado te los regalas. Yo soy especialista en justificar los auto-regalos siempre que se trata de libros; he llegado a convencerme de que “necesitaba” cierta novela porque así trabajaría más contenta, más rápido y, por tanto, mejor. Tú y yo nos entendemos pero seguro que conoces a más de una persona que si se entera de la cantidad de libros o e-books que tienes se llevará las manos a la cabeza y te preguntará si estás loca o loco. Acto seguido, lo más probable es que te diga que tu afición es una ruina. Y probablemente tenga razón si lo valoramos en términos económicos, pero no si lo medimos en cantidad de horas de felicidad o en formación. Yo, siempre que alguien me dice que leer es una ruina le contesto que hay muchas opciones más económicas que comprar libros, como por ejemplo ir a la biblioteca. Si esa persona me mira entonces como si le hubiese hablado de la nave nodriza de Alien, le pregunto si fuma o cuántos cafés toma al día. Normalmente la respuesta es que él o ella gasta más en tabaco o en cafés que yo en novelas.
Todas las citas marcadas son imprescindibles
*Si tienes niñas eres incapaz de hacerles las trenzas perfectas, el cupcake perfecto, o de entrenarlas como si fuesen dragones. Y si todavía no tienes, se te ponen los pelos como escarpias cuando ves esos blogs de “súper mamás y súper bebés” con paredes blancas, cunas beiges, y cremas hidratantes que tendrías que vender tu alma al diablo para comprarlas. Mi falta de capacidad para hacer trenzas ha quedado más que demostrada, pero A y O no son niñas de revista, son niñas de verdad, caóticas, divertidas y que me ayudan a no volverme loca del todo, así que me las quedo, y sé que (de momento) creen que tienen a la mejor y más disparatada madre del mundo. Y tus petardas o piratas también, pregúntaselo cuando te supliquen que les leas otro cuento o cuando quieran que les acompañes al cine.
Tácticas para entrenar dragones, con mis niñas prefiero subirme en ellos.
Podría hacer una lista mucho más larga, mi día a día está lleno de momentos en los que alguien insinúa que la normalidad es algo mágico a lo que todos deberíamos aspirar, pero yo prefiero que tú y yo seamos “no normales”. Quizá así algún día podremos ser excepcionales.
Este artículo lo ha escrito...
Anna T. Casanovas (1975, Calella) Es la mayor de una familia de seis hermanos que, junto con su marido y sus dos hijas son su mayor fuente de inspiración.
Estudió Traducción e... Saber más...