Alitas de pollo y otras cosas de la edad

Alitas de pollo y otras cosas de la edad

Si ya has sobrepasado los cuarenta te habrás dado cuenta de que por mucho que te cuides, por mucha dieta que hagas, mucho ejercicio que practiques y muchas cremas que te des, hay cosas que irreversiblemente ya no tienen vuelta atrás. Reconocerlo es el primer paso para superarlo.

Ya lo hemos dicho aquí muchas veces (y además, se lo hemos copiado a Bridget Jones): ser mujer es una tarea muy parecida a la de cultivar un campo de patatas. Exige un esfuerzo constante y un porrón de sacrificios. ¿Lo malo? Que según te vas haciendo mayor los sacrificios son cada vez más grandes y los resultados cada vez más lamentables. ¿Y lo (más) peor? Que hay algunas zonas donde pasada cierta edad da igual lo que hagas, aquello podría ser considerado como Zona Catastrófica. He aquí las batallas perdidas más comunes a las que tenemos que enfrentarnos las mujeres. Las tambien llamadas Cosas de la Edad.

 

Las alitas de pollo:

Los anglosajones utilizan el término “bingo wings” para designar a esa masa flácida de carne y músculo que nos empieza a colgar a las mujeres de los brazos a partir de cierta edad. Ya puedes pasarte horas levantando sacos de un kilo de arroz o darte cremas a porrillo, pero dará igual porque llegará un momento en que aquello caerá y levantarlo será una labor tan imposible como levantar un souflé con el horno demasiado bajo. Según una encuesta realizada en el Reino Unido hasta un 56% de las entrevistadas tiraría unos Louboutin o unos Jimmy Choo a la basura si a cambio pudieran ofrecerle unos brazos perfectos y hasta un tercio de ellas admitían que en lo primero que se fijaban cuando conocían a otra mujer era en el estado de sus brazos “caidongos”. Y hasta un 87% pagarían hasta cincuenta libras por librarse de las famosas bingo wings, lo que me demuestra que: 1) las británicas están muy obsesionadas con el tema, pero… 2) son unas roñosas.

Las bingo wings te van a acompañar durante el resto de tu vida, mejor que te vayas haciendo a la idea.

Aunque  existen ciertas maduritas que han logrado librarse de las alitas de pollo (no sabemos si a base de pagar mucho más de cincuenta libras, de electroshocks, de tratos con el diablo o de inyectarse veneno de serpiente en la zona), pero esos brazos híper-musculados y llenos de enormes venas nos dan más repelús que las carnes "colganderas" de las viejecitas que nos rodean.

Si a los cincuenta tener los brazos súper musculados implica lucir esas venas, prefiero llevar las carnes "colganderas".

En resumen: ríndete y comienza a invertir en vestuario con medias-mangas o hazte con unas mallas para brazos como estas (no, no lo hagas, en serio).   

 

Las rodillas flácidas.

Si eres muy delgada las rodillas estarán más arrugadas y resecas que la momia de Tutankkamon. Si eres rellenita las rodillas tendrán tantos pliegues que podrás guardar en ellas el cambio de comprar el pan. En resumen: da igual cómo seas y lo que hayas hecho durante toda tu vida, a partir de cierta edad poco puedes hacer para mantener la piel de tus rodillas en su sitio, tersa e impoluta, excepto estas tres soluciones: 1) amputártelas, 2) usar el truco del celo de Carmen Sevilla o 3) decir que te las has roto e ir con ellas enyesadas todo el tiempo.

En vez de gastarte una pasta en tratamientos para mejorar tus rodillas, haz como Sarah Jessica Parker e invierte tu presupuesto en zapatos molones que las disimulen.

De todas formas, la ciencia ha avanzado una barbaridad y ahora disponemos de la posibilidad de vestir medias reductoras, lo que, como me reconoceréis, sienta mucho mejor que esas medias hasta las rodillas que vestían nuestras abuelas y que, más que ocultar la zona catastrófica, la resaltaban de una forma horrorosa.

 

Si la culpa de que se nos caiga todo con el paso de los años no es nuestra sino de la gravedad, ¿en el espacio estaríamos tersas y lozanas?

Los malditos surcos nasogenianos.

Es ley de vida: en algún momento entre los treinta y cinco y los cuarenta esos graciosos mofletes que lucías tan lozana comienzan a deshincharse y terminan convirtiéndose en unos poco graciosos colgajos alrededor de la zona de tu nariz. Los surcos nasogenianos son una de las señales de envejecimiento que más, valga la redundancia, te envejecen. Y librarte de ellos es bastante más difícil (y caro) de lo que parece. A no ser que imites a una ardilla y vayas por la calle con la boca llena de cosas. Sí, existen rellenos que no son nueces sino cosas que te inyecta un médico con una jeringuilla, pero su efecto tiende a desaparecer con el paso de los meses y cada año necesitarás inyectarte más relleno o, en su defecto, algo de argamasa. Yo creo que aquí la única solución es no rendirse del todo y dedicarte a reír mucho, para que así las arrugas de la risa prevalezcan sobre los malditos surcos.

Durante años se empeñan en estirarte los mofletes. Y luego pasa lo que pasa. 

 

El cuello plegable.

Da igual si eres un clon de Audrey Herpburn o cuellicorta como una servidora, la única solución a partir de cierta edad, por muchas cremas que te des y muchos ejercicios que hagas, es invertir en un cursillo para aprender a llevar foulards con mucho estilo.

Gracias a esta prueba visual está científicamente demostrado que llevar foulard hace que te partas la caja todo el tiempo.

Las manos pellejas.

Dos palabras: ponte guantes.

 

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Este artículo lo ha escrito...

Rebeca Rus

Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...