Decálogo de una romántica madurita

Decálogo de una romántica madurita

A partir de los treinta a la mayoría nos gusta pensar que ya estamos de vuelta de todo en cuanto a romanticismo se refiere. Sabemos que los príncipes azules no existen, que son los padres y nos sentimos más realistas respecto al amor. ¿Pero es así realmente? Te propongo un pequeño decálogo y, si te sientes identificada en el 66,66% de las situaciones, afróntalo: el romanticismo no tiene edad.

Has fantaseado con el final de Oficial y Caballero.

Da igual dónde trabajes: en la cadena de montaje de la Ford, en una charcutería o en una funeraria. En algún momento, has dejado vagar tu mente y has imaginado que entraba Richard Gere de punta en blanco y te sacaba en brazos de aquel infierno, mientras tus compañeras aplaudían y lloraban de envidia y tú te probabas su sombrero.  

Sabes que no pasará nunca, claro. Si a tu pareja se le ocurre aparecer de esa guisa en tu trabajo, lo más probable es que te mueras de la vergüenza. Con toda probabilidad no le favorecerá muy bien el uniforme alquilado en la tienda de disfraces y parecerá más un componente de los Village People que un Oficial de las Fuerzas Aéreas Estadounidenses. Eso…, sin contar con que se le desplacen dos vértebras y acabe en el suelo retorciéndose por el dolor cuando te coja en brazos.

Y es que la realidad es muy cruel.

 

Amarás a Colin Firth por encima de todas las cosas.

Por él fuiste capaz de comprar la serie Orgullo y Prejuicio en DVD, sólo por verle salir de un lago con la camisa mojada. Aquello quedó tan grabado en tu retina que tu cerebro después de eso ya no pudo concebir a otro Sr. Darcy cuando volviste a leer el libro. Y es que, ¿quién más puede pronunciar la frase “estuve imperdonable en el buffet de pavo al curry” y hacer que suene como lo más sexy del mundo?

Sólo Colin, amigas, sólo Colin.

 

La navidad no es navidad si no emiten Love Actually en la tele

Podrías pasar de las muñecas de Famosa, de los que vuelven a casa y del anuncio de Freixenet,... ¿pero de Love Actually? ¡Horror! Esa peli ha conseguido que nos dé igual que el sheriff de Walking Dead vaya vestido con una camiseta más sucia que la bayeta de un fontanero y le esté reventando la sesera a un zombie con una pala: para ti siempre será “el chico de los carteles” y le verás ideal de la muerte.

¿Y qué sería de ti sin poder cantar a grito pelado en el coche All I want for christmas is you? (la única canción que conoces de Mariah Carey, por cierto). ¿O de llorar con Emma Thompson a solas en la habitación mientras escucha el CD que le ha regalado el traidor de su marido?

No, yo no concibo una navidad sin esa peli.

 

Te tragarás en bucle la escena de la barca y la lluvia de El diario de Noa.

La has visto mil veces y no te cansas. La tienes hasta en la barra de favoritos del navegador sólo para no perder tiempo buscándola y reproducirla una y otra vez, una y otra vez… hasta que se te queda la cara como cuando no le das de comer al Pou. Si lo piensas bien Ryan Gosling es el culpable de que te encanten las barbas desaliñadas, los hombres despeinados y de que te preguntes cuándo a tu pareja le dará por besarte mientras te empotra contra una pared de una puñetera vez.

Estarías dispuesta a ser prostituta sólo por acabar como en Pretty Woman.

Reconozcámoslo, lo haríamos.

Otra vez Richard Gere pero con canas, mejor todavía. Una bandada de palomas emprendiendo el vuelo, una limusina llegando mientras suena un aria de La Traviata y él superando sus miedos con un ramo de flores en la boca. ¿Quién podría resistirse?

Si para conseguirlo tenemos que patearnos todo el Sunset Boulevard con una minifalda que no nos hace justicia y hacer algún que otro trabajillo, ¿qué más da? Siempre puede aparecer Hugh Grant. Además, sólo por poder mandar a la mierda y dejar sin comisión a un par de dependientas cabronas, ya vale la pena ¿no?

 

Aprendiste qué era el romanticismo con las pelis de John Hughes

Años 80. Adolescencia. Acné. Carpetas forradas con actores imberbes del Súper Pop para ir al instituto. Y una peli de John Hughes un domingo por la tarde.

Dieciséis velas, La chica rosa o el El club de los cinco, daba igual, en todas salía Molly Ringwald vestida de rosa palo con su pelo pelirrojo. Y la veías estilosísima con looks que parecían sacados del armario de tu abuela. Esa Molly tan profunda que sufría por no ser popular y porque el más guapo no le hacía caso… ¡Y es que las animadoras rubias eran unas criaturas del Averno, oye, ríase usted de Hanníbal Lecter! ¡Le destrozaban la vida a cualquiera y encima te tiraban la bandeja del almuerzo! Por eso te sentías identificada con Molly: porque no le hacía putadas a nadie y porque era tu amiga aunque fueras feo…, a pesar de que en tu instituto ni había animadoras (gracias a Dios), ni equipos de rugby, ni clubs de ajedrez y todos éramos igual de pringados.

En fin, que John Hughes hizo que deseáramos quedarnos castigados un sábado en el instituto con el más gamberro y nos descubrió a nuevos talentos como John Cusack, el eterno secundario que poco a poco acabó convirtiéndose en otro de tus grandes amores (siempre después de Colin, por supuesto).

 

Viste crecer a Patrick Dempsey

Románticas jovencitas que creéis que Patrick se hizo famoso con Anatomía de Grey: JÁ.

Las románticas maduritas conocíamos al pequeño Patrick cuando hacía comedias románticas adolescentes (bastante malas, por cierto), llevaba un pelo imposible como a lo afro y siempre hacía de ese vecino pringado que no tocarías ni con un palo. Vamos, como Molly Ringwald pero al revés.

Loverboy, No puedes comprar mi amor, etc. No pasarán a la historia por ser grandes películas, pero las que teníamos buen ojo ya podíamos intuir que ese chaval flacucho podía evolucionar en algo poderoso cual Pokemon. En fin, que hay hombres que envejecen con clase. Sólo hay que ver la foto del anuario de George Clooney.

 

Irás a ver una peli infantil sin ganas y acabarás llorando.

Las que tenemos hijos lo sabemos: no hay nada que te apetezca menos que ir al cine a tragarte una peli infantil. Enfrentarte a unas colas infinitas para comprar unas palomitas más caras que la entrada y que vas a acabar comiéndote tú y aguantar las patadas en el respaldo, los gritos y las interrupciones para ir al váter, no es muy apetecible, os lo aseguro.

Pero, de repente, empieza la peli y notas que los de la Disney se están poniendo al día en lo que a gustos femeninos se refiere. Atrás quedaron los príncipes azules complacientes para dar paso a granujillas atractivos. Y es que los de Disney no son tontos. Saben que a las mujeres nos gustan más malotes y se han tenido que actualizar a la fuerza.

Total, que hacia el final (o a los primeros diez minutos como en el caso de Up), la mamá solidaria que ha ido contigo al cine con sus hijos para acompañarte, se suena los mocos y tú, que llevas aguantando la congoja media hora, la miras de reojo en la oscuridad para descubrir que las dos lleváis encima un disgusto de maría santísima mientras vuestros hijos pasan olímpicamente de la peli.

Y es que no hay nada mejor que reírse a carcajadas mientras estás llorando.

 

Te sabes de memoria el final de Cuando Harry encontró a Sally.

Si en los 80 fue Molly, en los 90 la reina de la comedia romántica fue Meg Ryan. Querías su pelo, sus ojos, su sonrisa, lo querías todo.

Y para una servidora su mejor peli es, sin duda, Cuando Harry encontró a Sally.

Tiene una tara, y es que Billy Cristal no está lo que se dice buenorro. Es más bien feuchete y encima no para de hablar. Está toda la peli “los hombres y las mujeres no pueden ser amigos” y ella “que sí”, y él “que no”… En fin, todo es una discusión.

Pero esa escena final… con él irrumpiendo en la fiesta en nochevieja y diciendo: “cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con alguien deseas que el resto de tu vida empiece lo antes posible”.

¡Buah! ¡Ahí se lo perdonas todo! ¡La verborrea, el físico, lo que haga falta, oye!

 

Has batido el récord Guiness de visualizaciones de Grease.

Sencillamente has perdido la cuenta. Llevas viéndola desde que jugabas con las muñecas y te la tragas como mínimo una vez al año desde entonces. Has llegado incluso a ponértela dos veces en un día. Sientes que no pasará de moda y sigues dándolo todo cuando llevas un par de copas en el cuerpo y ponen algún tema de la banda sonora en el pub.

O todo lo contrario. Cuando estás depre te castigas cantando Hopelessly devoted to you sujetando un micrófono invisible mientras te miras en el espejo del baño.

Curiosamente, yo no quería ser Sandy sino Rizzo, siempre me pareció  mucho más interesante. Igual es que soy rarita.

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Este artículo lo ha escrito...

Paloma Aínsa

Paloma Aínsa (Gandía, 1974) se licenció en Psicología en la Universidad de Valencia y trabajó durante 5 años en prevención de drogodependencias. El equipo al que perteneció fue premiado en varias... Saber más...