Especial Halloween: Películas para hacerse caquita

Especial Halloween: Películas para hacerse caquita

El equipo Glupglup se vuelve a poner manos a la obra al completo para ofrecerte el mejor recopilatorio de pelis de miedo de la historia del universo. O quizás solo sean con las que nosotros nos arropamos con la manta hasta las cejas. El caso es que estas pelis de miedo merecen una mención especial para celebrar el día de Halloween como manda la tradición. ¡¡¡Y hoy con GIF's que mola más!!!

LOS OTROS

Por Claudia Velasco

Yo no veo películas de miedo porque me dan mucho miedo. No he visto ninguno de los mitos del cine de terror porque me las creo todas y después no duermo. De pequeña sufría de terrores nocturnos y de mayor he sufrido de una curiosidad enfermiza y de un exceso de información (y experiencias esotéricas varias) que me hacen estar abierta a la posibilidad real, totalmente real, de la existencia de fantasmas, espíritus, entes, duendes, duendecillos y hasta vampiros; para qué lo voy a negar, soy una esponja para estas cosas y por esa razón prefiero no ver cine que alimente mi imaginación calenturienta y peligrosa, dispuesta ella a provocarme pesadillas a la primera de cambio.

Con esta premisa asumida, me cuido mucho de pagar una entrada de cine para ver terror, pero a veces la vida es juguetona y el trabajo obliga y hace unos años, allá por el 2001, tuve que asistir como prensa al estreno mundial de Los otros, la peli de terror de Alejandro Amenábar, protagonizada por Nicole Kidman (en su mayor esplendor) y Fionnula Flanagan, entre otros. Y allí que voy yo y me siento unas filas por detrás del equipo de la peli y me dispongo a verla (muy profesional) con el bolso en la cara y pegada al pasillo por si no aguanto el tipo y tengo que salir corriendo.

Con el paso de los años TODO el mundo sabe de qué va Los otros, en aquella noche de estreno no lo sabíamos y pasé una angustia atroz: aquella madre perdida en las penumbras, intentando proteger a sus niños, en esa casona impresionante de la Isla de Jersey, con la niebla, los silencios, los ruidos de las pisadas por los maravillosos suelos de madera…, los suspiros y la respiración entrecortada de la Kidman, que ponía los vellos de punta, ¡madre del amor hermoso!, fue espectacular. Creo que el ritmo y la atmósfera que consiguió Amenábar en esta película no tiene precio, es perfecto, como perfecto es el desarrollo y el final de una historia que puede hacer las delicias de cualquier amante del género.

Si no la habéis visto, tenéis que verla. Suspense y terror en estado puro y con una factura impecable. Cada vez que pienso en ella, un escalofrío helado baja suavemente por mi columna vertebral, sobre todo cuando recuerdo ese final, con Grace Stewart (Nicole Kidman) sola en la ventana de su casa, los ojos aterrados, fijos en la cámara que retrocede despacio y la abandona a su suerte, la niebla nublándolo todo, todo, menos la angustia y la soledad de esa protagonista atrapada en una realidad imposible. Impresionante.

 

 

EL EXORCISTA

Por Rebeca Rus

Escucho a los Gemeliers y me pongo mística.

La primera vez que vi en el cine El exorcista tendría ya unos veintinueve años y lo hice en compañía de mi chico, del que era mi director creativo en una gran agencia y de su novia de entonces. Como comprenderéis no se trataba de la típica tarde de ir al cine a ver una reposición mientras te partes de risa, sino que se trataba de una cita doble en la que yo tenía que demostrar a los que en aquel momento eran los hombres más importantes de mi vida de qué clase de material estaba hecha.

La conclusión fue que estaba hecha de un material líquido tan difícil de contener como las cataratas del Niágara: “mehicepisencima”.

Pero peor fue unos años después, cuando me atreví a ver la reposición en la tele e intenté ser fría y racional y ver la película con otros ojos.

Fue mil veces peor. Sí, en serio. Porque entonces me di cuenta del significado real de El exorcista, de lo que su director, William Friedkin, quería contarnos con esta obra maestra del cine del terror. Gracias a mi madurez pude interpretar adecuadamente las pistas y los mensajes ocultos que había en la película (y que no, no tienen nada que ver con los sonidos de las abejas que metieron en la B.S.O. para dar más miedo aún). En palabras de su director, El exorcista “es una parábola del cristianismo, de la eterna lucha entre el bien y el mal”. Pero no os lo creáis, es todo una engañifa.

Porque, vale, así a simple vista parece que El exorcista va de un exorcismo (de hecho eso es lo que van diciendo por ahí los tipos de la Wikipedia y los críticos entendidos), pero no hay que ser un lince para darse cuenta de lo que realmente se está contando en esta película. La transformación que experimenta una dulce niña llamada Regan hasta convertirse en una especie de monstruo no tiene nada que ver con una posesión diabólica. Pero nada. Solo tenemos que fijarnos en las pequeñas pistas.

No me subís la paga y me veo obligada a tomar garrafón. Y he aquí las consecuencias.

Al principio no son cosas muy llamativas: se le pone mala cara, se hincha un poquito, parece despistada. Pero según va avanzando la película, la cosa se pone realmente chunga. Primero, Regan comienza a sentirse mal, rara. A continuación, empieza a moverse como una loca, a tirar los muebles. Luego, le cambia la voz. Más tarde comienza a maltratar a su madre, provocarla e insultarla. Se porta fatal en todas las ocasiones y aprovecha cuando hay visitas para hacer cosas realmente asquerosas. Y, por último, se encierra en su cuarto para hacer todo tipo de marranadas.

¿Ya habéis caído?

Exactamente: El exorcista no es la historia de un exorcismo. Es una metáfora de la adolescencia.

Entenderéis el pánico que me entró cuando capté el mensaje real de la película, y más siendo como soy madre de dos niñas que cada día son menos pequeñas. Ahora, cada vez que veo una escena de esa película, un escalofrío me recorre la piel entera y me pongo a sudar solo de pensar en la que se me viene encima en un futuro no muy lejano. Ni niebla, ni el Tubular Bells de Mike Olfield, ni los recuerdos del pobre padre Karras…, la adolescencia de mis hijas es lo que realmente me pone los pelos de punta. Y, en definitiva, esta es la razón por la que El exorcista es la peli de miedo que más miedo me da.

Y hablando de adolescentes, para exorcismo el que tuvimos que hacer en mi instituto cuando, por culpa de unas obras, tuvimos que usar el vestuario de los chicos durante una temporada. Estoy esperando a que venga alguien a comprarme los derechos del guion.

 

 

POLTERGEIST

Por Sara Ballarín.

Es la noche del 31 de octubre. Quieres cumplir con la tradición, ya sea la anglosajona Halloween o la española Noche de Todos los Santos (que tampoco es que Halloween haya inventado la rueda), y decides pegarte un panzón de ver películas de miedo mientras comes chucherías con forma de fantasma y calabaza —que ya que se hace, pues se hace bien—, y crees que te vas a reír de todas las pelis que veas porque eres super stronger y a ti las de miedo no te asustan. Ja. Y entonces te pones Poltergeist y en tu televisor aparece la maxi oxigenada pequeña Carol Anne (Caroline para los que como yo pensábamos que se llamaba así) y lanzas un grito de auténtico terror porque piensas que a la pobre criatura le tuvieron que quemar el pelo sí o sí con semejante decoloración que ni Marisol en sus mejores tiempos.

Pero tú sigues ahí, con tus palomitas, riéndote del mundo, fingiendo que la escena de la tormenta con el árbol iluminándose por los relámpagos no te hace encoger los dedos de los pies; o que el muñeco del payaso que acojonó a toda una generación no te hace agarrar fuerte la manta que llevas encima (de calaveras, claro) porque a ti las pelis de miedo no te asustan. Aunque, eso sí, te das cuenta de que te estás abrazando a un cojín así como quien no quiere la cosa, que en caso de un masivo ataque de payasos rarunos te protegerá de forma infalible.

La peli continúa y de repente la niña protagonista se mete dentro de la televisión y dice con esa vocecita el “ya están aquíiiiiiiii” que, reconócelo, te hace dar el primer bote en el sofá y que algunas palomitas se salgan del bol. Ahí ya empiezas a estar cagadillo, pero la tensión aumenta cuando el equipo de parapsicólogos va a la casa y empiezan a verse fantasmas por las escaleras, trozos de carne llenos de gusanos (admítelo: después de ver Poltergeist estás una semana sin probar un filete por el asquete) y televisores que hablan que te ponen la piel de gallina. Y entonces, cuando creías que había pasado lo peor, que ya estaba todo el pescado vendido y que la película no daba para más, aparece ELLA. La médium chiquitica con cara de “aquí chorradas las justas”, labios rojo chorizo y cabeza bien alta. Llega a la pantalla y, ahí sí, das un señor gritaco, tiras el bol al suelo y te escondes en tu manta de calaveras protectora contra señoras que dan acojone en sí mismas porque sabes que diga lo que diga la médium, te va a hacer marcar el 091, por si acaso.

A mí esta señora me dice la receta de la tortilla de patata, y me cago

Caíste. No lo has podido evitar. Estás muerto miedo, con los dientes rechinando y con un ojo tapado (una táctica muy buena para que lo que vea tu otro ojo no te dé pavor) porque no quieres ver a esa señora bañada en un haz de luz gritando como poseída, con todos los pelos levantados y con cara de auténtica loca, y solo rezas para que vuelva a su aspecto normal (que ya de por sí es, cuando menos, inquietante), para que Carol Anne salga de la tele y los muertos de la piscina desaparezcan para que tú, por fin, apagues el televisor hasta la semana que viene (porque no quieres ver ni una sola imagen más en unos días, por si acaso) y te vayas a dormir tapándote con el edredón hasta las cejas para que si en tu casa hay espíritus no te localicen y se vayan a dar por saco a la del vecino, mejor.

 

 

EL PROYECTO DE LA BRUJA DE BLAIR

Por Ana González Duque (también conocida como la Doctora Jomeini)

Mi santo y yo somos incompatibles 100% en gustos cinematográficos. A mí me gustan las musicales, las romanticonas y las de aventuras. A él, las de terror y las de puñetazos. Menos mal que nuestra primera cita no fue ir al cine, porque no habríamos cuajado ni con Superglue. Pero, a veces, no me queda más remedio y tengo que ceder. Eso me pasó la otra noche con El proyecto de la bruja de Blair, que no sé si sabéis que cumplió 15 añazos este mes. Así que hicimos sesión de cine en casa para alegrarnos de lo viejos que somos. Total, para verla en modo black out total (es decir, con los ojos tapados, solo oyendo).

La peli va de unos estudiantes que deciden meterse, con sus cojones, en un bosque encantado. Y, ¡cómo no!, desaparecen. Lo que nosotros encontramos es su cámara con lo que grabaron. La peli demuestra que con una cámara de video y poco presupuesto se puede acojonar más que con muertos vivientes llenos de maquillaje. El bosque por la noche puede ser de las cosas más aterradoras de este planeta, si no tenemos en cuenta a Carmen de Mairena. En ningún momento vemos al “algo” que los acojona. No solo yo, que no lo veo nunca, sino los que no se tapan los ojos para ver la peli. Pero nos acojona mucho, mucho. Más que Carmen de Mairena, de hecho. Tanto, que a mi santo le va a costar un riñón convencerme para irnos de acampada la siguiente vez.

 

LA SEMILLA DEL DIABLO (Rosemary’s baby)

Por Anna Casanovas

Cuando era pequeña mi familia, mis abuelos maternos y mis tíos vivíamos en el mismo edificio, justo encima de la tienda de ropa a metros de mi abuela. Era bonito, y raro, pero básicamente bonito. Mis abuelos ocupaban un piso largo con muebles de piel verde y una virgen en un pasillo que me aterrorizaba (todavía me aterrorizaría, pero ya no está con nosotros… y fue un accidente).

Con mis primos pasamos ratos muy divertidos y caóticos, de hecho, mi primo Jordi y yo casi incendiamos el despacho de mi abuelo —aunque esa historia es para otro día— y, bueno, también fue Jordi el que insistió en que viéramos juntos nuestra primera película de terror. Eligió él y acabé plantada frente a un telefilme llamado El perro del infierno (no la has visto, créeme, tengo la teoría de que solo la hemos visto Jordi y yo). El telefilme era sangriento, eso te lo garantizo, pero también puedo asegurarte que a pesar de que era pequeña no me dio miedo, como mucho, asco y un poco de risa. Después de esa experiencia, que me curó para siempre del cine basura, no volví a ver ninguna película de miedo hasta que mi abuelo y yo hicimos a medias una colección de VHS (sí, soy de la época en la que coleccionábamos los VHS que comprábamos en el quiosco) llamada Clásicos del cine y una semana nos tocó La semilla del diablo.

Recuerdo que leí el argumento en el reverso de la caja y pensé que no era para tanto, mi abuelo me había asegurado que él se había pasado semanas recordando ciertas escenas y mi madre me había confesado que había sido incapaz de verla entera y que aún le daba asco cocinar hígado. Pusimos la película una tarde de sábado y solo con ver las primeras escenas ya se me puso la piel de gallina: todo es tan normal, tan sumamente normal y correcto, que da escalofríos. La historia es la siguiente: una pareja estupenda, Mia Farrow —guapísima— y John Cassavetes se mudan a un edificio maravilloso de Nueva York, allí conocen a unos vecinos también perfectos y todo parece ser maravilloso hasta que Rosemary (Mia) se da cuenta de que suceden cosas raras y tiene la horrible sensación de que su marido está siendo poseído por el diablo, y sí, uno de los momentos en los que se da cuenta es cuando está con él en la cama… Todo muy normal.

Y este, voy a confesarte, es el motivo por el que esta película da tantísimo miedo, porque Roman Polanski, su director, invierte mucho tiempo en enseñarnos lo normal y bonito que es el mundo de Rosemary, un mundo tentador que no nos importaría visitar, y cuando empieza la locura, cuando el diablo entra en escena, sin aspavientos, sin disfraces, solo con conversaciones, silencios y miradas es TERRORÍFICO. Y cuando Rosemary queda embarazada y empieza a comer hígado crudo..., no te cuento más, basta con decir que mi madre tenía razón y que, por cierto, Mia Farrow se lo comió de verdad. 

En mi caso, si algún día quieres oírme gritar a pleno pulmón, algo que no te recomiendo porque termino hablando con la tele (insultándola) mientras me escondo bajo un cojín, ponme frente a una película de miedo con personas reales e historias de verdad. Si vamos a ver una película de monstruos, terminaré riéndome o hablando contigo y lo más probable es que nos echen del cine.

Rosemary’s baby es además una película rodeada de mitos y misterios: el edificio donde fue rodada, el Dakota Building, es donde murió John Lennon tras un disparo; la esposa del director, Roman Polanki, Sharon Tate, fue asesinada por una secta satánica años más tarde; está basada en una novela y se dijo en esa época que el mismísimo Alfred Hitchcock iba a dirigirla; y, por último, tiene uno de los títulos peor traducidos de la historia del cine porque al leerlo te desvelan ya el final (aunque te mueres de miedo igualmente); es como si al Sexto sentido la hubiesen llamado El psiquiatra está muerto y habla con un niño que ve fantasmas.

No sé si celebrarás Halloween o la Castaña, pero ver una buena película con tu abuelo, tu primo, tu hermano, tu alguien especial, me parece muy buena idea, ¿no crees? Y si es de miedo, grita y te ríes.

 

 

EL RESPLANDOR (o cómo es posible meter tanta moqueta en una sola película)

Por Elísabet Benavent

Tengo algún que otro vicio, no puedo negarlo. Alguno, más que vicio, es más bien placer culpable, como esperar impaciente la segunda temporada de Gandia Shore o quitarme las cutículas de las uñas con ese aparatito infernal. Pero, sin duda, el que más disfruto con diferencia es mi #HamorConHache por el cine de terror.

He visto mucha mierda, os lo aseguro. He trabajado en un videoclub, pero si eso aún os deja dudas, os diré que soy uno de los cinco espectadores que vio La casa de cera, protagonizada por Paris Hilton.

A menudo soy de las que se ríe a carcajadas cuando el malo de turno agita por encima de su cabeza un arma mortífera sacada del más allá. Otras tantas veces soy la que grita como una energúmena ante la más mínima sombra que cruce la pantalla, da igual que sea el reflejo de mi sombra. Eso lo he hecho muchas veces. Valiente no soy, lo confieso. La última vez que fui al cine a ver una de miedo salí tan a la carrera que me caí de morros por unas escaleras. Lo peor: eran de subida.

Cosas lamentables a parte, es probable que una de las primeras películas de terror a las que me enfrentara fuera El resplandor. Bueno, no. Quizá fue IT o Al final de la escalera, pero eso ya se lo preguntaré al psiquiatra que trata mi terror a las bañeras que se vacían y a la gente disfrazada de payaso.

Puede que El resplandor no fuera la primera, pero me parece una película muy sabia. Sí, señor. De las que deberíamos ver con un bol de palomitas, un cuaderno y un bolígrafo. Nos enseña grandes cosas de la vida; cosas como: si vas con tu coche por un puerto de montaña y suena una música inquietante, olvida su nombre, su casa, su cara y pega la vuelta.

Lo que no sé es cómo los protagonistas no lo ven venir. A ver, zagal, tienes un niño de esos que perturba a las visitas, que habla como si fuera Sabina con su dedo índice (con el que sospecho que también se saca mocos y se rasca el culo) y que se contesta. Importante este dato. Mi padre siempre dice que hablar solo es normal, que lo preocupante es contestarse. Aplicaos el cuento y llevad a ese crío a terapia, por el amor de Christian Dior. Eso o a una academia militar en Wichita, que el niño tiene mucha tontería (y no le vendría mal un corte de pelo). A mí me coge mi vástago un pintalabios para pintar en la pared palabras al revés, y lo que le pongo del revés es la cara de un aplauso.

Este es el dedo que os comentaba, me vale pa’ un roto y pa’ un descosido.

Pero, claro, es que tú lo ves desde fuera y ellos están muy cegados con el lujo setentero del hotel Overlook como para escuchar tus advertencias. Venga moquetas, venga alfombras, venga ríos de sangre cayendo en cascada por el ascensor. ¿De verdad no se les ocurre pensar mal de un sitio que tiene moqueta hasta en las paredes? Lo de las niñas fantasmagóricas es lo de menos… ¡¿tú sabes qué cantidad de ácaros?!

Si es que, se masca la tragedia. Wendy, alma de cántaro, ¿qué esperas que va a pasar si te encierras en un hotel enmoquetado durante cinco meses con tu marido, con esa cara de loco que tiene? Si fuera con Andrés Velencoso, ostis, pues lo entiendo. Pero… ¿tú le has mirado bien la cara? Así, de frente y sin peinar… Si es que, hasta cuando se supone que está bien, el hombre da miedo. Aunque sospecho que le da al “whiskito” y por eso habla tan raro.

Pero lo que más me gusta de toda la película es el modelito de las gemelitas. Eso y cómo se giran cuando deciden que ya han dado suficiente “cagancho” y se vuelven al infierno. Se mueven en pieza. Tengo la hipótesis de que son un pack indivisible, como las copas de chocolate Danone.

No me quiero enrollar, pero aprovecho para dejaros una lista de cosas que he aprendido.

Ser guardés de un hotel que se queda aislado en mitad de los montes de Colorado no es buena idea si:

  • Tu hijo es inquietante y brilla en la oscuridad (¿o lo del resplandor no es por eso?).
  • Estás casada con un tío con cara de loco.
  • Estás casada con Jack Nicholson.
  • Tienes cara de rata.
  • Te dobla Verónica Forqué.

 

Si al final decides ignorar estas advertencias, ten en cuenta los siguientes consejos:

  • Si pretendes encerrar a tu marido, el loco del coño, en la alacena, haz el favor de sacarte unas cajas de cereales antes. Eso me inquieta mucho.
  • En lugar de armarte con un cuchillo jamonero, hazte con el hacha. Mucho más útil, dónde va a parar.
  • A los camareros fantasma no hay que dejarles propina. “Tu dinero no vale allí”.
  • Si te sientas en la nieve en medio de un laberinto de setos, se te congelan los mocos y te quedas criogenizado.

 

Y dicho esto, os dejo. La niña que vive en mi cabeza no para de gritar que os mate a todos y dice que… mires detrás de ti.

 

 

TESIS

Por Anabel Frikigirl

Me sorprende estar escribiendo esto, porque ODIO las películas de miedo. De hecho no entiendo cómo alguien puede disfrutar pasándolo mal, es como si dijera que le gusta una clase de crossfit o ir a comer a casa de sus suegros. Es mentira con todas las letras. A pesar de esto me he visto obligada a ver grandes clásicos como Psicosis, o películas como Scream en las que me he pasado el 90% del tiempo con los ojos cerrados e incluso, tapándome los oídos (el sonido es más terrorífico que las imágenes en todas las buenas películas de miedo) . Me asusté con la escena de la madre de Bambi, con eso lo digo todo. En mi plan para Halloween están las chuches, algún disfraz gracioso como éste, y un cubo de helado que libere tal cantidad de endorfinas en mi cuerpo que me haga olvidar hasta el día en el que vivo, pero nunca un DVD con portadas de niños famélicos, señoras blancas como la nieve en camisón o casas/bosques/hospitales abandonados. Paz y amor para todos como si fuera una convención de hippies, ese es mi plan.

Sólo ha habido una película de miedo que me he visto obligada a ver en tres ocasiones, Tesis. Lo sé, es más un thriller que una película de terror, pero Noriega da un miedo que te cagas y te hace pasar de querer meterle en la cama a querer tirarle por el balcón.  La razón por la que la he visto tres veces es puramente amor, y no por el cine, ni por Amenabar, ni por Eduardo, ni por el gore ni por el friki melenudo que sale, sino porque estaba enamorada. Cuando uno está enamorado se vuelve gilipollas y esto es una verdad verdadera, así que cuando tu novio te dice que vais a ver un peliculón, tú sonríes como una tonta y preparas palomitas.  No sospechas nada cuando él añade “tranquila, que no es de miedo”, que en sí es una frase aterradora. La ves pensando al principio que no da miedo,  que tu novio no te engañaría porque sabe lo asustadiza que eres, hasta que te haces caquita encima, no puedes abrir más los ojos y las manos te tiemblan como cuando Michael J. Fox prepara el desayuno en casa. Y ya no hay marcha atrás, porque él está encantado de que te guste y tú sientes tanto miedo que estás paralizada y no puedes decirle que es de hielo si esto no le da acojona. Aguantas, entre sudores y escalofríos, y por fin acaba y sólo de mirar a tu novio te asustas. ¿Y si es un asesino en serie psicópata al que le gusta grabar sus asesinatos y estar contigo sólo es una estratagema para terminar asesinándote a sangre fía y sin remordimientos? Y respiras tranquila al ver que se rasca el culo y piensas, Bosco nunca haría esto. 

 

 

PSICOSIS

Por Blanca López

He vuelto a ver Psicosis y he vuelto a sentir miedo. Eso es lo que hace que esta película sea una obra maestra. Más allá del factor sorpresa, cada vez que ves Psicosis, profundizas y descubres nuevos detalles que te hacen sentir y pensar sobre el miedo. Si nos quedamos en la superficie y sólo vemos la historia de un asesino en serie con trastorno de personalidad múltiple, Norman Bates podría ser perfectamente el “SUDES” de cualquier capítulo de Mentes Criminales.  

Pero no. Hablamos de Sir Alfred Hitchcock y de una historia que nos muestra el miedo como algo “normal” y cotidiano. Uno de los sentimientos más poderosos que atrapa a los seres humanos. Ese que paraliza nuestra mente, nos hace comportarnos de manera incomprensible y nos lleva a cometer errores que podrían evitarse.

¿Qué, si no un miedo aterrador a ser descubierta por su robo, lleva a Marion Crane a parar de noche en un motel en el medio de la nada, a pesar de que un dulce y atractivo Norman Bates le advierte de que no hay ningún huésped más y acepta cenar en una habitación oscura y repleta de cuervos y pajarracos disecados con alguien que le dice que el mejor amigo de un hombre es su madre?

Cada gesto, cada mirada, cada plano, cada frase, cada acontecimiento en Psicosis refleja o es consecuencia del miedo de cada uno de sus personajes. Miedo a no ser querido, a declararse culpable de robo, a no ser el favorito de una madre, a perder a una hermana, a fracasar en una investigación, a lo desconocido...  miedos con los que cada uno de nosotros en algún momento podemos sentirnos identificados de alguna u otra manera.

Y gracias a Hitchcock y a Psicosis sabemos que en cuestión de miedos lo mejor es enfrentarse a ellos. De lo contrario se apoderan de ti y es entonces cuando estás perdido... o muerto. 

 

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El equipo Glupglup os desea un feliz Halloween y si véis alguna de nuestras recomendaciones, no acabéis como vuestro amigo y vecino Tobey Maguire.

 

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