Crianza de apego, opiniones pegajosas y amigas desapegadas

Crianza de apego, opiniones pegajosas y amigas desapegadas

Crianza de apego, opiniones pegajosas y amigas desapegadas

Dar el pecho a tu bebé es una opción muy personal, pero ¿qué pasa cuando decides hacerlo y todo el mundo se cree con el derecho a decirte qué tienes que hacer, cómo debes hacerlo, cuánto debes dar y dónde hacerlo? Pues que las ganas de que se vayan allí donde la espalda pierde su fino nombre son enormes...

Imagínate que estás en la cama con tu chico, inmersa en tu modus operandi de los sábados alternos, cuando de repente se abre la puerta de la habitación para dar paso a una comisión formada por tu abuela, tu madre, tres amigas solteras, dos casadas, una vecina y tres representantes del sector servicios. Y una sexóloga, pero esa es la que menos habla. Pasan, se sientan en tu cama, y empiezan:

—“En mis tiempos, la mujer se ponía debajo”.

—“Más preliminares, nena, practica el sexo de apego”.

—“No, de eso nada, pasemos directamente al coito; yo defiendo un enfoque funcional”.

—“Y a ver si lo educas un poco, que en la cena de parejitas lo he visto muy respondón”.

—“¿Tú crees? Yo lo encuentro más bien tímido. El novio de la otra ha contado más chistes”.

—“¿Y lo del sexo oral? Lo estás malcriando, después te lo pedirá siempre”.

Absurdo, ¿verdad? Nunca consentirías tantas opiniones sobre tu vida en pareja, porque es eso, tu vida, o vuestra vida, y tú decides cómo montártela. Pertenece al ámbito privado. Y tú eres una mujer libre, con las cosas claras, y nadie te dice cómo vivir tu vida.

Hasta que tienes un crío.

Desde el mismo momento en que te bajan del potro y te suben a la habitación del hospital, todas y cada una de tus interacciones con entes hablantes van a consistir en instrucciones, consejos, opiniones, mangoneos. Es como si con la placenta expulsaras la autoridad moral y desarrollases el superpoder de doctorar en pediatría y puericultura a todo aquel que entrase en tu campo magnético.

Si no quieres que te den la tabarra mientras das el pecho delega. Ocupados hablan menos.

Decides darle el pecho. Porque ahora está muy de moda y así no tienes que fregar biberones. Y porque te permite quedarte en la cama espatarrada el rato que quieras, dando de comer a tu bebecito. O porque lo recomienda la OMS, lo que prefieras. Pues prepárate, amiga, para el público de la primera fila: se te suben al escenario.

Tu suegra: “¡Me lo vas a ahogar con esas tetazas, pobrecito, mira, mira! ¡Que le tapas la naricita! ¡Dámelo!”.

Tu madre: “Pero ¿ya ha terminado de mamar? ¡Así no se sacia! Un poco más, dale golpecitos en el pie para que no se duerma. ¡Dámelo!”.

Una tía segunda: “Es que te lo colocas mal, tienes que ponerle la cabecita así (manaza en la cabecita) y la tetita así (¡Sí! ¡En serio! ¡Manaza en la tetita!). Pobrecito, ¡dámelo!”.

Jamás el diminutivo amó tanto al imperativo.

Y de fondo, tu amiga la desapegada: “Yo le pienso dar biberón. Así se levanta su padre a darle de comer y yo me puedo ir de marcha, que el niño es de los dos”.

¡Já! Qué ilusas son las vaginas firmes.

Reunión del Alto Comando Familiar de Dar el Pecho.

Bueno, apenas has terminado la instrucción en el noble arte de amamantar, cuando ya empiezan a darte la paliza con el destete. En esto las abuelas son las más divertidas: si te ven dando teta a un bebé que pese más que un pollo, es que se descojonan: “¡Mira, Matilde, aún le da de mamar! ¡Jajaja!”.

También te puedes ir al otro extremo y prepararte para dar el pecho mientras recibes órdenes: "¡Señor, sí, señor!". 

Y a partir del año, empiezan las alusiones a Juego de tronos. Si, al niño Arryn. Qué filón para los escépticos de la crianza de apego. Tranquila, si te ofendes, siempre puedes darles un bofetón con la teta. Si se colocan a menos de un metro veinte, te da para acertarles en la cara.

En las siguientes etapas de tu maternidad, crecen y se multiplican los temas para la Comisión-de-Opinión-sobre-cómo-Crías. De hecho, son tantas las posibles áreas de intromisión, que se las tienen que repartir. Los miembros de más edad y parentesco se ocuparán de asuntos como la disciplina, la alimentación, el sueño, el estilismo del bebé y tu peso. Las más jóvenes (tus amigas) se centrarán preferiblemente en cuánto has cambiado, cómo gestionas tu (inexistente) tiempo de ocio y cuándo piensas volver a trabajar. Y tu peso.

Se trata de dos sectores distintos en su enfoque: el primero basa sus críticas en que ellas lo hicieron de otra forma, y el segundo en que ellas ni muertas lo piensan hacer igual que tú.

Si tienes madres recientes en tu grupo de amigas, se suma un tercer sector: te van a criticar también, pero al menos no a la cara. Porque saben por experiencia cómo jode.

Pero si eres de las primeras de tus amigas en ser madre, pasada la emoción de la novedad, te conviertes en la nota discordante. Discordante y estridente como el llanto de bebé que resuena en tu cabeza cuando llegas al restaurante para cenar con ellas. Te van a hacer dos o tres preguntas de rigor sobre tu bebé, pero debes esquivarlas cual ninja saltarín, porque si monopolizas la conversación, convertirás la cena en un congreso de la Comisión-de-Opinión-sobre-cómo-Crías. Así que respondes brevemente y hasta aprovechas para fardar: “Pero no hablemos de eso, que quiero desconectar”.

Y desconectas. Unas dos horas aproximadamente. Después te empiezas a poner nerviosa. Seguro que está llorando, seguro que se ha cagado y su padre no lo ha olido. Que el niño es de los dos, vale, pero igual no lo ha olido. Puedes ver en tu mente su pequeño ano irritándose por momentos.

Tus amigas proponen ir a tomar una copa, pero tú casi que prefieres irte ya. Además, no puedes llegar borracha y que se te caiga el niño al suelo. Que eres joven y divertida, pero el bebé es frágil y te necesita más bien tirando a sobria.

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Este artículo lo ha escrito...

María Tarrazona

María Tarrazona (Gandia, 1986) es licenciada en filología inglesa por la Universidad de Valencia. Recientemente se trasladó con su marido a Benicarló, donde cuida y disfruta de su hija a tiempo... Saber más...