Yo de mayor quiero ser... ¡Joven!

Por Anita C.

Yo de mayor quiero ser... ¡Joven!

¿Te agobia pensar que muy pronto traspasas la barrera de los treinta? De repente ¿todo el mundo te da la chapa, hartos de escuchar tus quejas porque no quieres hacerte vieja? Apúntate al club de las mujeres que quieren regocijarse libremente en su crisis de los cuarenta. Grita, llora y sobre todo… Ríete.  

Empieza la cuenta atrás…

8 días, 13 horas, 25 minutos, 15 segundos para cumplir 40. En un abrir y cerrar de ojos viviré mi cuarta década, mi octavo lustro y en definitiva: los temibles 40 años. 40…. 40… Los 40 principales. Los puñeteros 40 (¡AAAAAHHHHH!).

Si  lo pienso se me hace bola.

Me pregunto cuándo empezó a aterrorizarme la idea de hacerme mayor. Probablemente cuando fui madre. Ya sabes, ves a tus hijos lo rápido que crecen y te das cuenta de que tú también vas para arriba… o para abajo, según se mire. O tal vez no. Quizá la culpa fue de aquel chaval, que me dijo aquello de “señora, ¿me puede decir la hora?”¡Señora! Me llamó, a mis treinta tiernos años, ¡señora! Por supuesto, ni le contesté. Bueno, también hace poco fui víctima de un psicópata emocional. Seguro que ese imberbe fue el detonante de mi crisis. Era un joven de unos 25 años, trajeado todo él, que se acercó a mí mientras yo leía en un banco. Dejó su maletín a mis pies y  con una bonita sonrisa de medio lado, me pidió fuego. Mientras yo estaba rebuscando en el bolso, me lanzó una sonrisilla y comentó: “¡me encantan las botas que llevas! Son como las de mi madre.” Me quedé lívida. ¡El muy canalla me había comparado con la mujer que le había traído al mundo! ¿Qué le hubiera costado decir: “me encantan tus botas porque te hacen unas piernas preciosas”? O mejor: “con esas Hunter, te pareces a Kate Moss” Pues no, al muy zoquete ¡le recordé a la vieja de su madre!

Jennifer Grey, la eterna baby, es la presidenta de nuestro club de mujeres que quieren regocijarse en su crisis de edad. 

Cuando una no escucha a su conciencia ni a su inconsciente

Pero volviendo al presente. Ahora que se acerca la fecha, mi vida se pone peor. A todo el mundo le ha dado por decirme eso de “ya te queda poco para cumplir añitos, ¿eh?”, “muy pronto entras en mi club de los cuarenta” o  “harás algo especial ¡que cambias de década!”. Pues claro que lo voy a hacer: NO-VOY-A-SALIR-DE-LA-CAMA.

Aunque pensándolo bien tampoco es una buena opción, porque desde hace meses tengo el mismo sueño recurrente: estoy sentada en el centro de mi cama, sola y desnuda comiendo galletas de la fortuna. ¿Mi cara? Desde luego no es de estar recién fo… (¡Perdón!)  Recién exfoliada. Ni luzco un tono sonrosado en los pómulos, ni un brillo especial en la mirada. Al contrario, parezco tensa y frunzo las cejas mientras leo atentamente el mensaje que encierra cada galleta: “la mujer a los 40 está en la plenitud de su vida”, “los 40  es el ecuador de la vida”, “los cuarenta son la edad madura de la juventud”, “de los 40 para arriba no te mojes la barriga” y  la mejor de todas: “¿de qué te quejas? ¡Si no los aparentas!” Esa, segura estoy que la escribió mi madre. En fin, voy tirando papelito a papelito al suelo, porque estos tópicos me entran por una oreja y me salen por la otra, hasta que descubro que he hecho una pequeña montaña y como por arte de magia, aparece una cerilla en mi mano y la lanzo contra los dichosos mensajitos. Automáticamente se prenden fuego y en segundos se transforma en una hoguera de dimensiones descomunales. Entonces, es cuando me doy cuenta que he puesto en peligro a toda mi familia: que voy a quemar mi casa con todos ellos. Entre lágrimas y gritos, intento apagarlo con lo primero que pillo: mantas, el cubo del agua de la fregona e incluso mi abrigo de pelo más querido. Pero las llamas siguen y siguen creciendo. Y justo en ese instante, me despierto y, como no podía ser de otra forma por culpa de mis hormonas, estoy empapada en sudor.

Es un sueño terrible. Evidentemente mi inconsciente está luchando para que me dé cuenta de una vez por todas que lo que es importante en mi vida y que deje de torturarme por una batalla que ya la tengo perdida de antemano. Por mucho que me duela admitirlo, contra el paso del tiempo una no puede luchar. Porque podemos fingir o disfrazarnos de que somos jovenzuelos/as, pero la verdad está ahí: en el DNI, en el libro de familia incluso en el Facebook (nota mental: editar mi perfil).

Y como 'subsecretaria' de nuestro club, te presento a Rob Lowe.

Cuando una no se reconoce a sí misma…

… y siente vergüenza. No del hecho de cumplir años porque eso ya lo he asumido (o no). Tampoco de envejecer, porque es el precio que hay que pagar por tener una larga vida y yo, quiero vivir mucho y compartir infinitos momentos con las personas que quiero. Lo que me avergüenza es la sensación de miedo a hacerme mayor. Siempre he sido una tipa segura de mí misma, coqueta pero no tan superficial como para torturarme por una cana más, una cana menos.  Asumí hace mucho tiempo que con mi metro y medio no iba a ser modelo; que si quería lucir escote necesitaba un bonito Wonder-bra, que era la atractiva de la familia y no la guapa; la simpática de la facultad; la que no ligaba nada más pisar una discoteca pero que podía enamorar si el chico en cuestión me daba tiempo. Y ahora, mil años después, cuando se supone que albergo sabiduría, experiencia, inteligencia o mejor dicho, sensatez, de repente, me da por el conteo: cuento todas las semanas el número de canas, de arrugas alrededor de los ojitos, la del entrecejo, las venas varicosas, los hoyitos de mi trasero…  Pero ¿por qué mi autoestima se tambalea?

En una de nuestras reuniones del club, uno de los socios robó un mantel. Ahora ya sabemos quién fue: nuestro adorado Jon Bon Jovi.

Y los que saben dicen…

Según los expertos, la etapa adulta supone una serie de cambios semejantes a los que sufrimos en la adolescencia y es bastante normal volver a experimentar ciertas inseguridades debidas en muchos casos por cambios físicos y hormonales. Más o menos lo que vienen a decir es que igual que con 15 años, nos veíamos siempre horribles por el acné o por las desproporciones de nuestro cuerpo, ahora es normal, agobiarnos con las ojeras, arrugas de expresión, el michelín, etc. Nuestro aspecto está cambiando y eso puede asustarnos, pero poco a poco nos adaptaremos y volveremos a querernos.

También los psicólogos aseguran que el exceso responsabilidades y la rutina puede hacernos desear vivir nuevas experiencias, esa sensación de libertad que por nuestro ritmo de vida pensamos que hemos perdido. De ahí que muchos/as a en los cuarenta añoren salir con sus amigos a pillarse una buena curda, rompan su relación para salir con alguien más joven, se compren un coche MUY POTENTE que no pueden pagar, tengan una aventura o se hagan de la Cienciología como Tom Cruise.

Tom Cruise abandonó nuestro club de 'mujeres que no quieren cumplir años' por la Cienciología, pero ¡por fin! El hijo pródigo ha vuelto. Démosle una cálida bienvenida.  

Conclusión (o auto convencimiento)

Pues vaya, no soy tan especial. Al parecer, casi todo el mundo sufre una pequeña crisis de identidad cuando cruza la barrera de los cuarenta y está dentro de la normalidad. Y si te fijas a tu alrededor seguro que te darás cuenta que ni tú ni yo somos las únicas: acuérdate de esa amiga muy conservadora que de buenas a primeras se puso a dieta y parece que le quita la ropa a su hija adolescente; la que se lamenta porque no ha conseguido sus objetivos profesionales por haberse dedicado de pleno a su familia; también está el vecino al que siempre le veías en el bar de cañas y últimamente, se pasa la vida trotando en sus zapatillas running y con una cinta a lo Jane Fonda; la vecina del tercero, que desde que pasó por quirófano para un aumento de mamas, parece que hacer campaña para que no eliminen del mercado las prendas de corte halter y así, podría enumerar tantos casos como canas tengo.

En fin, a mí me alivia ver que estoy en una etapa de tránsito y que mis fantasmas desaparecerán. Espero que a ti también. Además pienso que si superé mis miedos cuando era adolescente, sé perfectamente que ahora me será mucho más fácil porque allá arriba, debajo de todo ese pelo con canas, voy mejor equipada (o eso pensaba yo hasta que sufrí la crisis).  Eso sí, mientras tanto, sólo pido que el resto de la humanidad me deje vivir mi crisis de los cuarenta en paz, sin sermones ni frases hechas, porque quizá mis cambios de humor, mis gritos cuando descubro otra variz en las piernas o mis improperios contra mis ojeras son las últimas pataletas de esa chica teen, descarada, alocada y divertida que un día fui y que se niega a despedirse de mí con un ¡hasta siempre! 

Este es Jason Priestley de Sensación de Vivir. Si te fijas bien en las imágenes de este artículo, adivinarás qué tienen en común todos estos famosos/as, además de la fobia a hacerse mayor...

¿No lo adivinas? Repito: todos, incluída Tori Spelling, la amante de los liftings, fueron portada de la revista SuperPop. ¿Será la crisis de los cuarenta una especie de efecto secundario a largo plazo por haber leído dicha publicación de adolescentes?  

Enviar por WhatsApp

Este artículo lo ha escrito...

Anita C.

Anita C. (Madrid, 1974). Redactora freelance de moda y belleza y madre de un niño y una niña. No le da vergüenza admitir, que no lleva nada bien lo de cumplir años, ni pasar todas sus tardes... Saber más...