Lo admito: Llego tarde a la operación bikini
Lo admito: Llego tarde a la operación bikini
Tarde no, llego más bien con casi treinta años de retraso, pero oye, yo ahí que sigo, mintiéndome a mí misma —y a los demás— gritando a viva voz que voy a hacer dieta este verano, aunque no se lo crea nadie.
Esta es una teoría que me sobrevuela la cabeza año tras año, la del autoconvencimiento personal de no picar en época estival. Como habréis imaginado, mi teoría cae por tierra igualmente año tras año. Os la comento, a ver si a vosotras os pasara igual, cosa que me agradaría bastante (mal de muchos, consuelo de tontos, suelen decir):
Esta teoría versa, como he indicado al inicio, en la premisa del autoconvencimiento de que los gramitos que no has perdido durante los primeros seis meses del año los vas a perder ahora, con todas las tentaciones que ofrece el verano, gastronómicamente hablando. Pero además es que lo dices creyéndotelo totalmente, como si realmente fueras a intentarlo. ¿Y cuándo te vuelve esta teoría a la cabeza? Os lo cuento también, porque seguro que también os pasa: el teorema en cuestión es cíclico y llega cada año sin excepción a eso de principios del caloret. Exactamente cuando haces el cambio de armario, sacando la ropa de invierno y colocando la de verano, ¿a que sí?
¿Qué día se acaba el plazo para empezar la Operación Bikini? Deberían ampliarlo.
En esos momentos, no piensas en comer o no comer, sino en la felicidad que te embarga cuando tiras jerséis y abrigos en pro de colgar vestiditos y falditas monísimas y muy, muy, muy cortas. Y tan guapa que me voy a ver cuándo me las vuelva a poner, piensas. Mec, mec. Ingenua que eres, alma mía. Todos los años te pasa lo mismo y sigues pensando que éste iba a ser diferente… Pues no, error. ¿Y cuándo te das cuenta de ello? Cuando coges la primera de esas prendas veraniegas y oh, my God, ¿quién cojones ha bajado al trastero y ha cortado tela?
Siguiendo con la ingenuidad, realmente eres capaz de pensar durante unos instantes que tu peor enemigo declarado te ha robado las llaves y ha entrado a traición en tu guardarropa para achicarte la cinturilla de las faldas. Pero oh, mundo cruel, tras ese momento de enajenación mental transitoria tienes que reconocer que no, que la única culpable de que la cremallera de esa primera falda de la temporada que pensabas ponerte y que ahora no sube eres tú. Tú y tú y tú. Y solamente tú. Como la canción del Alborán. Tú y todas las comiditas ricas y tardes de sofá que te han acompañado durante meses, cuando ni siquiera recordabas qué peinetas era eso de la operación bikini. Tú lo llevabas escuchando de refilón desde hacía tiempo, pero contigo no iba la cosa. ¿No? Zas, en todo el michelín.
Un par de días de dieta depurativa y mirad qué bien he quedado, chicas. Y sin Photoshop, ¿eh?
¿Qué haces? ¿Lloras? Pues sí, un poquito de pucheros sí que te apetece hacer, para qué nos vamos a engañar, total, estamos entre amigas, recordad que a todas nos pasa lo mismo. Pues eso, que mientras que estás tumbada en la cama, metiendo tripa e intentando subir la dichosa cremallera piensas sí, ha llegado el momento de que haga dieta. Operación bikini, ven a mí.
Tenías esperando en la nevera un platito de patatas bravas, pero decides que no, que eso no te lo permitiría el nutricionista. Aguantas esa tarde, y de los sudores que te produce el hambre crees que, por lo menos, has perdido tres kilos. Ahí vuelve la ingenuidad. Como una verdadera jabata, aguantas a base de agua y ensaladita tres días más y, con una valentía suprema, te subes a la báscula. Mejor no comentemos el resultado, porque todas ya lo sabemos. Maldito karma.
Lloras, lloras amargamente y llamas a tu amiga, la que pesa cincuenta kilillos y se queja de una lorza inexistente cada vez que habláis. Como amiga que es, su sinceridad puede con tu ingenuidad. Te abre los ojos. Tía, que ya ha llegado el caloret, que el último tren de esa operación de adiós, lorzas lo perdiste hace meses. Ahí es cuando los lloros se convierten en mares de lágrimas, y no solo porque tus primos los michelines siguen ahí, sino porque tu ropa no te vale. Maldito karma, maldito karma.
Según os lo voy contando, os sentís identificadas, ¿verdad? Tranquilas, que ahora llega la mejor parte, la última fase de mi teoría. ¿Cuál, diréis? Fácil: la de traer al pairo la operación bikini, así, como suena y como ya te contamos el año pasado en el artículo Me he vuelto a perder la Operación Bikini. Ahí te quedas, mundo cruel, que yo me quedaré un año más con mis lorzas, y tan ricamente.
Ella también puso a Dios por testigo de que no volvería a pasar hambre.
Dicho esto: sé que el año que viene volveré a llegar tarde a hacer dieta, pero no me voy de aquí sin mi mantra veraniego post trauma de cremalleras que no suben, y es éste: A Dios pongo por testigo que nunca más pasaré hambre y que nadie me quitará mis pequeños grandes placeres veraniegos —véase cañas, tapas, helados y combinados—, porque para eso está el verano, para los excesos. Gracias, Escarlata, por esa frase mítica que ayudará a todas las mujeres de este planeta cuando lleguen tarde a la operación bikini.
Por cierto, os dejo, que tengo que pasarme por el centro comercial a comprarme algunos modelitos, por eso de que mi peor enemigo me ha acortado las prendas y tal…
Este artículo lo ha escrito...
Alba Corpas (Madrid, 1987) es la pequeña de una familia gigante, así que cuando tenía ocho años se encontró en su garaje con todas las bicicletas juntas de sus primos mayores. Y sus patines, sus... Saber más...