Melena rizada en la primera cita… ¿es un buen plan?

Melena rizada en la primera cita… ¿es un buen plan?
A medida que se acerca el verano aparecen en televisión muchos más anuncios relacionados con el cuidado de la piel, las uñas, los pies y el cuerpo en general. Somos muchas las mujeres que apreciamos este tipo de publicidad porque, siendo sinceras, ¿quién no se abandona un poco durante los crudos meses de invierno? En las últimas semanas me han llamado la atención todos los productos relacionados con mantener una melena perfecta. Ese es uno de mis caballos de batalla personales. Hoy tengo una cita así es que he decidido hacerme un cambio de look.
Como soy una mujer aplicada lo primero que hago en cuanto veo que hay nuevos champús y acondicionadores que prometen dejarte el cabello como recién salido de la peluquería corro kiosko a comprarme todas las revistas de moda y ver qué recomendaciones se hacen en ellas. Libreta en mano voy anotando con cuidado desde qué tipo de champús se suponen que van mejor con mi tipo de pelo, el modo de aplicarlos e incluso cómo debo secarlo. Ya que estoy también me quedo con varias webs en las que te enseñan a hacer diferentes tipos de peinados de estilo informal pero, al mismo tiempo, elegante.
Una vez tengo todas las marcas y productos identificados voy a mi tienda habitual a hacerme con ellos. En esta ocasión decido probar tanto los que recomiendan perfección para el cabello liso y como para el rizado. Tengo uno de esas melenas que da igual lo que hagas con ella porque no hay forma de que se quede bien. Al llegar de nuevo a casa coloco todos los productos, que por cierto me han costado un dineral, en la estantería de la ducha y los miro con devoción. ¿Por cuál empezaré? Como no tengo demasiada maña a la hora de peinarme decido no complicarme demasiado la vida en esta primera ocasión y opto por un producto que afirma dejar el cabello con ondas perfectas. Además en unas pocas horas tengo una cita y quiero estar espectacular.
Tan fácil. Tan complicado.
No me lo pienso dos veces y empiezo con todo el proceso de dejar el pelo con una de esas melenas aleonadas que tanto admiro en otras chicas cuando salgo los fines de semana. Antes de meterme en la ducha leo con atención las instrucciones. Quiero que el resultado sea prefecto. Primero hay que aplicar el champú, después el acondicionador, luego la mascarilla y, una vez tenga el pelo casi seco, unas gotitas de un serum de resultado definitivo. Estoy feliz. Por fin podré poner fin a mis pesadillas con el pelo.
Enorme maraña de pelo antes de meterme en faena.
Salgo de la ducha. Paso el peine por el cabello. Respiro hondo. Sonrío frente al espejo y cojo el secador con decisión. “Esto va a ser coser y cantar” me digo confiada. Durante unos minutos todo parece ir como debe. Así es que, cuando tengo mi estupenda melena casi seca cojo el último de los productos que debo aplicarme. Luego agacho la cabeza y me dispongo a darle ese toque final. Pasados los cinco minutos de rigor apago el secador. Tengo los ojos cerrados porque quiero impresionarme con ese resultado de cine. Espero que las ondas caigan en cascada sobre mi espalda y que el pelo resplandezca. Los abro y observo el resultado. ¿Quién ha puesto esa foto de la oveja Dolly en el espejo? ¿Dónde están mis rizos? ¿Qué ha pasado con el brillo espectacular que se suponía debía tener mi melena? Parpadeo rápido varias veces con la esperanza de que esa imagen espantosa desaparezca. Bien. Ahora mi aspecto se asemeja más al de Cayetana de Alba. ¿Cómo es posible? ¡Pero si he seguido todas las instrucciones!
Me giro hacia un lado. Luego hacia el otro. Tengo el pelo igual que si hubiera metido los dedos en un enchufe. Soy como una enorme bola de electricidad estática. De hecho, ahora mismo podría ser la imagen de cualquier empresa de energía. “Siempre puedo ganarme la vida con esto”, me digo para no echarme a llorar. ¿Ahora qué se supone que debo hacer? Se suele decir que a grandes males, grandes remedios. No me queda otra que mojarme el pelo y esperar a que la amalgama de productos que llevo en el pelo no se me hayan quedado incrustados de por vida. Cuando termino me vuelvo a mirar en el espejo. Genial. Ahora parezco un gremlin antes de la cena. ¡Ay señor! Miro el reloj. Queda apenas una hora para esa cita tan especial. No puedo presentarme con este aspecto. Soy capaz de retener a un hombre con la inteligencia pero, por desgracia, lo primero que va a ver va a ser mi aspecto y no es muy agradable que digamos. Tengo ganas de llorar. Pero soy fuerte. Así es que vuelvo a respirar hondo. Cojo el secador con decisión mientras pienso que cuatro rizos mal colocados no van a poder conmigo. Repito el proceso. Después de diez minutos mi melena se ha convertido en un nido de gorriones. Vuelvo a mirar el reloj. Se me ha echado el tiempo encima. Solo me quedan veinte minutos para vestirme, maquillarme, arreglar la maraña esta de pelos y llegar puntual mi cita.
Vale que no cunda el pánico. Corro al dormitorio. Por suerte tengo claro lo que voy a ponerme y lo dejo sobre la cama. Luego regreso al baño y empiezo a maquillarme a toda velocidad. Por suerte el pulso decide acompañarme y no me hago una desgracia en los ojos con el eyeliner. Trato de repartir el color por toda la cara. Ya tengo suficiente drama con el pelo como para encima llegar a la cita como si fuera uno de los payasos de la tele. Me observo de nuevo y, obviando el nido de gorriones, mi aspecto está bastante bien. Regreso al dormitorio donde me enfundo un vestido negro con un escote generoso (al menos eso desviará la atención de mi pelo). Luego me subo a los tacones mientras pienso a toda velocidad qué hacer con el pelo. No puedo perder un segundo mirando consejos en las webs.
Mi look gremlin.
¡Mierda lo tengo casi seco! Muy enfadada cojo la espuma moldeadora y trato de poner algo de orden en este caos. Perfecto. Ahora los supuestos rizos, que son más bien como pequeños rabos de cerdo, van a su antojo y no hay forma de sujetarlos en ninguna parte. Tengo que irme ya o llegaré tarde a mi cita. Miro de reojo la cajita en la que guardo las pinzas de pelo para ir por casa. No hay tiempo para nada más. Improviso un recogido informal y me esfuerzo por no parecer la Juani de “Médico de familia” con el coletero. Por supuesto mi pelo sigue ingobernable pero, tras ocho intentos fallidos, parece que entra en razón. No quiero ni mirarme en el espejo. Noto que el pelo se me va hinchando a medida que bajo las escaleras pero la pinza que me he colocado con todo el arte del mundo sigue sujetándolo todo. Llego puntual a mi cita. Él me espera y yo cruzo los dedos. Solo una duda me salta. ¿No hubiera estado mejor sin tocarme el pelo?
Este artículo lo ha escrito...
Raquel G. Estruch (Benidorm, 1973). Contadora de historias y madre.
Licenciada en Periodismo por la UAB y en Humanidades por la UOC. Ha trabajado durante más de veinte años tanto en medios... Saber más...