Llega agosto, ¡bienvenidas fiestas de los pueblos!

Llega agosto, ¡bienvenidas fiestas de los pueblos!
Llegó el momento más esperado del año. Sólo hay una cosa más típica que el calvo del anuncio de la lorería, la fallida Operación Biquini que intentamos llevar a cabo año tras año y las cenas de navidad de empresa. Una. Ni más ni menos. El acontecimiento más importante desde los albores de la humanidad: las verbenas. Si tienes pueblo, este es tu mes, ya puedes disfrutar de las fiestas patronales.
Hoy me ha llegado en forma de fotografía el cartel de la programación de las fiestas de mi pueblo de este año. Las mejores de toda la comarca de Cuenca. ¿Cómo lo sé? ¿Me transformo en Pocholo en sus mejores épocas y recorro todos los lugares de la localidad para hacer una valoración científica? No es necesario. Aquellos que tengáis pueblo comprenderéis el porqué. Dicen que los españoles no somos patriotas y solo lucimos la bandera cuando la selección gana algún título. Lo de los colores no lo niego, ¿pero que no somos patriota? ¡Pregúntaselo a alguien que tenga pueblo! Nuestro pueblo es el mejor. Siempre. Da igual las circunstancias o los acontecimientos, superamos a los vecinos. Y que nadie, si tiene aprecio a su integridad física, se atreva a decir lo contrario.
Las fiestas de mi pueblo son las mejores, vosotros sois los mejores lectores del mundo y viva la madre que me parió. Sic, sic.
Llega el esperado mes de agosto y mientras los más valientes se atreven a irse a la playa a pelearse con los turistas extranjeros de turno por un metro cuadrado de arena para tomar el sol apiñados, otros vuelven a sus orígenes, esos pueblos que lucen sus mejores galas en forma de banderines por sus calles para revivir las fiestas patronales. Festividades que, cambiando los grupos de música y que cada año estamos un poco más viejunos, se repiten por toda España. Y, como son calcos idénticos las unas de las otras (aunque las de mi pueblo son las mejores, repito), vamos a analizar los principales detalles que hacen que no sean una fiesta cualquiera si no la FIESTA con mayúsculas, fuegos artificiales y estrellitas.
Bailar pegados no es bailar…
Los horarios
Las fiestas de los pueblos tienen dos horarios: Juvenil/Jubilado y Juvenil/Borracho. Los niños vestidos como en su primera comunión y las abuelas con sus mejores galas y la permanente recién hecha son los primeros en ocupar la plaza. Ya sea para quedarse ensimismados mirando a su alrededor o recordar tiempos pasados se hacen con el control del espacio. Es suyo. Y lo conservan al más puro estilo Juego de tronos, hasta que los jóvenes, hasta entonces escondidos en sus madrigueras llenas de alcohol o la barra, llevan los suficientes cubatas en vena como para salir a la pista de baile sin importarles que su abuela, ésa que el día anterior decía que le dolían las rodillas, está dándolo todo a su lado a ritmo de pasodobles. Hay aquí un periodo intermedio en el que los dos horarios se fusionan en el que podríamos denominar horario de transición. Sí, en el que suena la Macarena, Paquito el Chocolatero, la famosa Conga o No rompas más mi pobre corazón, temazos eternos en los que todas las edades se unen.
La ubicación
La ubicación imprescindible en las fiestas del pueblo, aunque también depende del horario. Lo más importante es estar en primera fila como si fuera el concierto de tu artista favorito. Los matrimonios de jubilados intentan ocupar el espacio entre vuelta y vuelta a primera hora de la noche y los jóvenes entre empujón y empujón de barricada a última. Eso sí, siempre autóctonos del lugar, que no intente situarse ahí un foráneo, y si es del pueblo rival que gana las pachangas de fútbol menos todavía, o tendremos un problema.
¡Lo hemos descubierto! Esto es lo que imagina el cantante para estar motivado.
La banda
El grupo de música es otro factor importante en estas festividades. Es una necesidad básica terminar las fiestas con una resaca criminal y el pecho hinchado como un pavo real porque han sido la hostia. Por este motivo, seleccionamos bandas que tengan una puesta en escena alucinante. Claro que también tiene que ajustarse al apretado presupuesto y no podemos contratar un concierto de El canto del loco. Por este motivo, nos basamos para valorar a la orquesta en tres puntos muy importantes: el escenario, los cantantes y los temas.
Lo primero es esencial. El escenario tiene que ser brutal, con mucha gente encima, instrumentos varios, aunque algunos no los utilicen, lucecitas por todos los lados que nos hipnoticen y unos pedazo altavoces que nos dejen sordos hasta un par de días después.
Los cantantes. Podría hacer un artículo solo con este tema. Tienen que estar motivados y ponernos muchísimas veces el micrófono para que berreemos y, por supuesto, dedicar con una sonrisa todas las canciones que les pedimos, aunque ya hayamos solicitado una para el pueblo, para nuestra mejor amiga, para el que se casa, para el que más pedo va… Da igual. Tienen que acceder a nuestras peticiones y comprender ese idioma propio que inventamos a las cuatro de la mañana y se parece más al swahili que al castellano. Tampoco es de vital importancia que sean guapos. Pueden ser orcos venidos directamente de Mordor que siempre encontraremos algún detallito mono en su anatomía para babear un ratillo. Ell@s lo tienen interiorizado y salen a escena sabiendo que este es su mes, como si Bono a su lado fuese un novato, conscientes de que su coto de caza está abajo, entre borracheras monumentales que incrementan la erótica del escenario.
Finalmente, nos encontramos con los temas. No puedes ser una buena orquesta si no llevas en tu repertorio todas las canciones de este verano y los noventa anteriores. El público lo espera. Nada de esta moda de intentar versionar los hits americanos que lo petan en las radios. En las fiestas populares la gente se entrega más con Rocío Jurado o Coyote Dax que con la interpretación de su vida de Rihana.
Dale a tu cuerpo alegría Macarena…
El arte de bailar
Bailarines experimentados y patos mareados tienen lugar en las fiestas de los pueblos. ¿Por qué se inventaron los bailes de salón? La respuesta es sencilla: Para fardar con la pareja en este tipo de celebraciones. A primera hora la plaza parece un campeonato de pasodobles y rumbas. Ahí no tienen espacio los que, como yo, nacimos sin el ritmo corriendo por nuestras venas. Pero no hay que alarmarse. Tenemos nuestro momento. Un espacio que empieza cuando los cubatas hacen que la gente se tambalee de lado a lado y pasemos desapercibidos. La única fecha del año en la que bailar es tan sencillo como mover la cabeza asintiendo con el cubata en la mano o saltar delante del escenario a última hora de la noche como si nos hubiera poseído el propio Satanás.
Los pedos
¿Qué sería de las fiestas del pueblo sin esas borracheras épicas que tus padres o tus hijos te recuerdan constantemente? Una basura. Emborracharse es fundamental en este tipo de eventos, ya seas papá y veas cómo tus hijos adolescentes se avergüenzan de ti o tengas veinte años y te veas obligado a recurrir a la excusa de tu más tierna infancia de “solo me he tomado un par pero me ha subido mucho, palabrita del niño Jesús”.
La mayoría de jóvenes españoles se iniciaron en el alcohol algún verano en esa festividad. Nadie de los presentes se libra. La única diferencia es que si eres adulto te tomas esos cubatas, que cargan de un modo criminal y te sobra medio refresco en la barra, y si eres menor te escondes en cualquier zona oscura con el botellón en el maletero del coche que hace a la vez de urinario portátil. Sí, que tire la que nunca ha meado entre dos vehículos vestida de princesa.
Esquina superior izquierda. Sí, esa con una sonrisilla que delata que se ha tomado más brugales de la cuenta soy yo.
La nostalgia
Bandas cutres, decoración poco cuidada, comilonas y resacas son, entre otras cosas, las acciones que definen las fiestas de los pueblos. Pero hay muchas más. También son la excusa perfecta para reunirte con familiares y amigos que de otra manera no verías, quedarte afónica de tanto cantar, reírte hasta límites que creías que eran imposibles y almacenar recuerdos con los que enfrentarte con una sonrisa al año laboral que te viene por delante en cuanto se te acaben las vacaciones. Puede que quien no tenga pueblo no aprecie la magia de estos rituales, de estar perdido en mitad de la nada, puede que incluso sin tener Internet, de sentir que no cambiarías esos cuatro pasodobles por estar en Ibiza. Es extraño. Lo sé. Sin embargo, estoy completamente segura de que las fiestas de los pueblos, aunque haya exceso, lo que dan es vida si con esto nos referimos a esos instantes en los que te sientes propietaria de la fórmula secreta de la felicidad. Una nostalgia que se te instala a la altura del pecho conforme termina la verbena y te marchas a tu ciudad que se difumina cuando empieza a nacer el germen de la ilusión de las fiestas del año siguiente.
Este artículo lo ha escrito...
Alexandra Roma o Alexandra Manzanares Pérez (Madrid, 1987) es un periodista, guionista, directora de cine, escritora y, gracias a Glup Glup, columnista, ¿se comprende por qué necesita una doble... Saber más...