Diosas del sexo y príncipes que nunca tienen gatillazos

Diosas del sexo y príncipes que nunca tienen gatillazos

Diosas del sexo y príncipes que nunca tienen gatillazos

Desde los príncipes de Disney a los protagonistas de las novelas eróticas se ha ido creando una especie de fantasía, por eso es ficción, de hombres perfectos y mujeres que se transforman en diosas del sexo. ¿Dónde queda la normalidad?

Disney tuvo la culpa de la frustración de toda una generación. Ahora se dedica más a hacer películas de animación de extraterrestres, muñecos y aventuras varias, que hacen que tu sobrina de seis años te obligue a hipotecar un riñón o vendas parte de tu alma al diablo con tal de tener la última versión de Elsa de Frozen aunque en lo único que difiera de la anterior sea en que tiene una goma de la trenza azul celeste en lugar de marino. Esa que en Navidades desaparece de la faz de la tierra y te obliga a convertirte en un luchador de sumo o en Gollum con el anillo único en los centros comerciales, peleando contra padres desesperados. Pero no seré yo quien se queje del consumismo. Al menos hoy.

Pero vamos a lo que vamos. Durante mi infancia tuvo lugar el auge de los príncipes y las princesas y los pobres sapos, entre los que me incluyo, quedaron relegados a un segundo plano en el que nadie los quería. Daba igual que tuvieran sentimientos y se hubieran enamorado de la protagonista con el contacto de sus labios. Eran feos y nadie los quería.

increíblemente buenorros cuando la película era para niños de diez años, sobretodo Eric de La Sirenita y por si alguien osa llevarme la contraria adjunto documento gráfico, he llegado a la conclusión de que una concesión para que las mamás, obligadas a acudir con los pequeños al cine, tuvieran su recompensa cachondas como monas viendo unos dibujos animados que superaban al hombre más tremendo que habían visto en vivo y en directo. En la televisión y en las revistas con doble dosis de Photoshop, aceite y abdominales pintados, era harina de otro costal.

Tardé mucho más tiempo en asumir que ellos no existían que enfrentarme a la terrible verdad de los diez años en la que un compañero, que se creía gracioso y al que espero que nadie le haya vuelto a reír un chiste en su vida, me confesó que los Reyes Magos eran los padres.

Yo quería un hombre como ellos, de esos que quitan el hipo y desencajan la mandíbula, que, guiado por el destino, me encontrase cantando a los animales en mitad del bosque y se enamorase perdidamente hasta luchar contra un dragón por mi integridad física, en mi caso un jefe, capaz de expulsar cosas peores que fuego por la boca. Tanto lo interioricé que salía a berrear creyéndome Rocío Jurado, pero lo único que obtuve fue algún que otro gruñido de un perro y mi madre planteándose llevarme a terapia.

Y cuando ya lo tenía superado me puse con los libros de caballería… Y cuando pasé esta etapa, llegué a la literatura romántica. Con fantasmas que le impiden amar o porque era más mujeriego que Pipi Estrada, todos cambiaban por la protagonista. Guapos, fuertes, con un abdomen en el que se puede lavar la ropa a mano, exitosos, una sonrisa que quita el sentido y unos ojos que hipnotizan. Y así un libro tras otro. Mientras leías tú te convertías en la luz que les arrancabas de la oscuridad. Sí, tú y no la protagonista, porque los libros está para vivirlos. Y te enamorabas del galán de turno que, por si fuera poco, también era un amante experimentado capaz de proporcionarte placer veinticuatro horas seguidas y no tener la picha escocida. Esos son ellos.

Entonces llegabas a la realidad de tu Manolo ese que mea con la puerta abierta, a veces no sabe qué decir, no tiene un avión para darte un paseo el sábado por la tarde y, para más INRI, empieza a desarrollar una barriguilla que te hace dudar que la píldora anticonceptiva se la debería tomar él y no tú.

La verdadera realidad y uno de los platos es el mío.

Entonces, basándote en esas magníficas historias de ficción que has leído, empiezas a plantearte que has caído en ese pozo en el que no eres especial. Cuando hablas con tus amigas, ves que sus parejas responden a los mismos patrones que la tuya cambiando el nombre y la cara, porque el cuerpo comienza a ser alarmantemente parecido. Y tienes una lucha trascendental contigo misma, de esas que duran horas y son más llevaderas con un par de Gin Tonic y el uniforme de drama queen, en la que te repites una y mil veces que tal vez hay algo mejor ahí fuera esperando para ti, que te has quedado con el sapo cuando en realidad tu pobre príncipe te está buscando a lomos de su corcel blanco. Te rayas más que cuando vas a la playa y te llueve todos los días menos el que te estás marchando y te despides con una mala leche impresionante.

En ese punto no hay quien te saque tu bucle paranoico mental.

Manolo ya no me besa como el primer día. Manolo ya no me repite una y mil veces lo preciosa que estoy. Manolo ya no intentar fornicarme en cualquier espacio cerrado que encuentre. Y dentro de esa vorágine explosiva, de repente te da por analizar el caso a la inversa y es que las princesas Disney tampoco estaban tan mal, las damiselas rescatadas en las novelas de caballería tenían la piel de porcelana y en las eróticas son diosas del sexo.

Y te miras a ti. No tienes las curvas de la Sirenita. Aunque lo intentas con millones de cremas y potingues, que nunca confesarías en voz alta para que no se mofasen de ti, tienes arrugas, marcas, lunares o pecas. Te cuidas pero hay un michelín que ha ayudado a pagar la hipoteca de tu cuerpo y se resiste a marcharse. Por no hablar de lo de diosa del sexo. Es decir, aunque el abanico de novelas eróticas es inmenso, hay dos patrones que se suelen repetir. La dulce e inexperimentada joven que pierde su virginidad con el macho alfa de turno y en el polvo siguiente ya es capaz de hacer posturas con movimientos que le costaría hasta una gimnasta experimentada, o la mujer normal pero que en la cama se transforma en una actriz porno hasta tal punto que te obliga a buscar algunos términos en el diccionario, o Google, porque desconocías que eso lo podía practicar un ser humano. No las intentes imitar, o al menos hazlo el móvil al lado por si tienes que llamar a emergencias.

Pues va a ser que yo tampoco soy así.

En ese momento te das cuenta de la verdad que te salva de ser una insatisfecha por buscar algo que no necesitas y que en el caso de existir tienes delante. Manolo no te besa como el primer día porque ha perfeccionado el arte de hacerlo a través de los años, a lo mejor no te dice todos los días lo preciosa que estás porque para él lo estás siempre y no intenta echarte un polvo rápido en el coche porque prefiere deleitarse contigo en la cama durante horas. O es más básico que una camiseta de tirantes blancas y aún así te gusta.

Y tú no tienes las curvas de la Sirenita, no seleccionarían tu sonrisa para un anuncio de dentífrico y la treinta y seis la pasaste de  largo hace tiempo. Pero a él no le importa. Él no busca princesa porque tú eres perfectamente imperfecta para él, única y especial. Puede que no te salve de las feroces garras de tu jefe, pero no lo hace porque te considera lo suficientemente independiente para enfrentarte a tus problemas, aunque está en la retaguardia con el escudo esperando.

Después de esta reflexión es cuando se llega a la conclusión de que lo que pasa en la literatura, el cine, la televisión, no es la realidad, es una fantasía con la que te evades de un día de mierda o uno maravilloso y en el que es la guinda del pastel. Porque al final ni tú eres la Sirenita ni él es Eric, ni tú eres una diosa de sexo ni el un amante insaciable, sois solo Manolo y Lola, y os queréis por las pequeñas cosas insignificantes de vuestro día a día, cosa que a veces es más complicada que vencer a un dragón con una espada.

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Este artículo lo ha escrito...

Alexandra Manzanares

Alexandra Roma o Alexandra Manzanares Pérez (Madrid, 1987) es un periodista, guionista, directora de cine, escritora y, gracias a Glup Glup, columnista, ¿se comprende por qué necesita una doble... Saber más...