Este regalo... ¿Es una basura o puedo reciclarlo?

Este regalo... ¿Es una basura o puedo reciclarlo?

Seguro que todos los años recibes algún regalo horrible, como una figurita de pastorcillos con alto-relieves en dorado, un centro de mesa rematado con lazos gigantes de color rojo o un desatascador automático, es decir, algo que no tiene nada que ver contigo. Y lo peor, El Regalo del Infierno puede ser de una persona cercana a ti. Tan cercana que te será imposible deshacerte de él en el momento o tener el valor de decirle que quieres devolverlo. ¿Qué hacer entonces?

 

Antes las Navidades eran una época mágica y maravillosa. Supongo que porque los Reyes Magos siempre me traían la Nancy que pedía o el último juego de Quimicefa (como veis, soy una tipa bastante superficial). Pero desde que me hice mayor, parece como si los Reyes Magos hubieran sufrido una grave avería en la brújula regalística y todos los años acabo con un montón de cosas que no sé para qué sirven ni me gustan o, lo peor, ¡me horripilan!

Además, estoy segura de que no soy la única persona adulta que pasa todos los años por este calvario festivo. Seguro que vosotros también lo habéis sufrido muchas veces: estás abriendo los regalos en el salón de -poned aquí el nombre de un familiar cualquiera- y de repente, ahí aparece. El Regalo del Infierno. Un asco-regalo que puede presentarse en vuestras Navidades disfrazado de cualquier cosa que se os pueda pasar por la cabeza: un lima-callos eléctrico, una fondue musical, una colección de todos los DVDs de Jim Carrey, el último best-seller de la Esteban… o, en mi caso más reciente, un cuchillo de plata para untar mantequilla con alto-relieves que dejaban al barroco en ridículo por escaso y aspiraban a sobrepasar la corriente churrigueresca.

Podría ser el cuchillo con el que sacrificaban los Incas a sus víctimas, pero no: es un cuchillo para untar mantequilla ornamental. 

Que no cunda el pánico.

La primera reacción es mirar a vuestra madre/suegra/abuela/pariente con serenidad y aseguraros de que no están poseídos por un extraterrestre invasor o están pasando por algún periodo de desequilibrio mental. Una vez certificado que estamos tratando con esa persona en concreto y no con ningún oscuro usurpador es vital iniciar esta conversación:

—Huy, vaya, un cuchillo de mantequilla con un lazo gigante en plata y un montón de angelitos grabados.

—¿Te gusta, querida?

—Sí, mucho. Lo malo es que en casa ya tenemos uno.

—No importa, un cuchillo de mantequilla así de elegante siempre viene bien.

—Es que estamos a dieta y tomamos poca mantequilla. También estamos a dieta de lazos de plata.

—Pero si tienes invitados ¿no quedarás fenomenal cuando lo saques a la mesa?

—Es que no tenemos muchos invitados. Y no sé si a partir de ahora tendremos menos aún...

—¿Lo ves? Eso es porque no tienes un servicio de mesa en condiciones.

Efectivamente. No hay manera de explicarle a esa madre/suegra/abuela/pariente que ese regalo os parece horrible y que si lo sacáis a la mesa seguro que perdéis el respeto de vuestros invitados o que dejarán de llamarse amigos vuestros. Además, si lo hacéis podéis herir los sentimientos de esa persona que tanto os quiere (aunque en mi caso después del CuchilloGate no estaría tan segura de su afecto por mí).

No hay otro remedio. Tenéis que coger ese Regalo del Infierno ¡y llevarlo a casa!

Hay regalos que podían ser pruebas en el escenario de un crimen. Un atentado contra el buen gusto, vamos.

La primera opción que se nos viene a la cabeza es esconderlo en el fondo del cajón más oscuro de nuestro hogar y no volver a sacarlo a la luz hasta que tengáis una mudanza en la que, misteriosamente, se pierda.

Pero hoy en día hay otras elegantes opciones para deshacerte del Regalo del Infierno:

1) La primera es, lógicamente, re-venderlo en algún site tipo Ebay.es o Segunda Mano.com. Gracias a la crisis han surgido webs especializadas en la compra-venta de bienes de segunda mano. Incluso, en los casos más desesperados, podéis regalarlo en algún portal tipo Nolotiro.org o http://teloregalo.foroactivo.com/forum.

2) Otra opción es cambiarlo por otra cosa. En los últimos años también han surgido portales especializados en intercambio de cosas, como Telocambio.net o Quierocambiarlo.com. El mundo es un lugar lleno de gente y seguro que en algún rincón hay alguien que suspira por un cuchillo de mantequilla espantoso o por un chihuahua de porcelana que agita su cabeza. Curiosamente esa gente es normal y va andando por la calle como vosotros y yo. 

Pero aún te queda otra opción:

3) Reciclar. No os penséis que estoy tan desesperada como para pensar que si le adjudico a alguien mi cuchillo de mantequilla estaré salvando el planeta. Pero reciclar un regalo es una opción bastante buena y muy aceptada socialmente en otros países, como Estados Unidos. Lo único indispensable es hacerlo bien y teniendo en cuenta que no estáis hiriendo los sentimientos de la persona que os hizo el regalo originalmente. En otras palabras: lo mejor es que no se entere o estaréis poniendo en riesgo vuestra amistad. Y es que hace un par de años, cuando una amiga me pidió amablemente que colaborara en un mercadillo del colegio de sus hijos metí la pata hasta el fondo cuando no dudé ni un segundo en colaborar con una botella de licor amargo de almendras:

—Espero que lo vendas, aunque no me imagino quién querría comprar algo así.

—En realidad, está muy bueno —me dijo mi amiga—, por eso te lo compramos.

Glup, glup.

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Este artículo lo ha escrito...

Rebeca Rus

Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...