Prohibido niños

Prohibido niños

Hoy vamos a hablar de un nueva masa social, una nueva tribu urbana, un nuevo grupo de ideólogos. Nos estamos refieriendo a los llamados "niñófobos". Personas a las que les estorban los niños en bares, restaurantes o bodas y piden su exterminación (bueno eso no, pero lo decimos para crear expectación). Pero a nosotros los que nos molestan son los "niñofobos".

Últimamente no hago más que leer comentarios en Twitter y por ahí en general en los que se jalea que no se deje entrar a los niños en distintos sitios. Un poco “Habría que prohibir que los niños entren en los restaurantes, que vayan a sitios sólo para ellos”, dicen. “¿Por qué tengo yo que aguantar a los niños de otros?”, se preguntan. El otro día una amiga me contó que la habían invitado a una boda a la que sus hijas no podían ir, no porque fueran a aprovechar para montar una orgía (¿tan raro es el concepto “boda-orgía”? Ahí hay una idea de negocio), sino para que no molestaran. Castigados en casa. Por tener pocos años.

A mí todo esto me parece muy bien porque es un coñazo estar en un bar tomándote tus cañas tranquilamente y que haya un niño dando berridos que no te deje disfrutarlas. Coño, que estás pagando por la experiencia completa, que te dejen disfrutar en condiciones de tu caña y tus patatas rancias y de tus cacahuetes reciclados.

Así que prohibido niños. Es más, la única pega que tengo es que yo no me detendría sólo en los niños. Hay más cosas que me estropean la experiencia de tomarme una caña o comer y que no tengo por qué soportar.

Foto de como deberían ir los niños a los restaurantes según los "niñófobos"

Por ejemplo, también habría que prohibírselo a los que dan voces y cuentan al que tienen al lado la operación de callos de su tía Enriqueta, quitándole por completo la gracia a degustar ese maravilloso plato madrileño.

Prohibiría la entrada a los que usan cámaras con flash y se hacen fotos en el restaurante, y no les gusta la foto y se hacen otra y no les gusta y a ver si así desde este otro sitio y no, y es que no vais a salir bien nunca PORQUE SOIS MUY FEOS.

A los que piden lambrusco. Odio el lambrusco.

A los que chasquean los dedos para llamar a los camareros y a los que le llaman jefe, figura o monstruo.

A los que cuando piden la cuenta dicen: “habrá que pedir la Dolorosa”.

A los que miran un rato la carta en grupo y dicen, como si fuera una idea repentina y novedosa: “¿Pedimos unos entrantes para compartir y luego cada uno un segundo?”. ¡Madre mía! ¿Cómo se te ha podido ocurrir a ti solo algo tan original? ¡Brujería!

A los que huelen a búfalo.

A los que se ríen fuerte.

A los que dicen que en Nueva York comieron algo parecido, pero allí estaba mejor, aquí le falta algo, pero bueno, qué se puede esperar, se puede comer.

A los que chicotean cuando les traen el plato y prueban con ese gesto desdeñoso que se me pone a mí cuando en la mesa de al lado piden el puto lambrusco.

Chicote luciendo una chaqueta de cocinero que provoca ataques epilepticos a niños menores de 3 años

A los que tuitean mientras comen quejándose de los niños que hay cerca.

A los que salen cada cinco minutos a fumar y dejan la puerta abierta y entra todo el aire.

A los que te dicen si lo que estás comiendo es sano o no y si las calorías y el colesterol y los triglicéridos y las hormonas y el sobrepeso.

A los que hacen así con el tenedor en el plato, ñññññññ. Crrrrrricccccccc.

A los que hacen ruido con la boca al masticar o tragar.

A los que cambian muchas veces de opinión sobre lo que quieren, o no se deciden. O te están dando la chapa con que tenían que haber pedido otra cosa.

A los que hacen cantar al camarero los diecisiete postres que tienen para acabar diciendo: un cortado, por favor. Que por cierto, ojalá hubiera un camarero que cantara los postres con música de Mecano. O de Mocedades.

A los que piden para compartir platos con pimiento, qué hijos de perra.

A los que se meten un chute de heroína en la mesa, mientras llega el carrito de los postres.

Pimiento, los hijos de puta. ¿Te lo puedes creer? Sabiendo que si hay algo que yo odio más que el lambrusco y a Dani Alves, es el pimiento.

A los que invitan a Dani Alves a comer pimiento y beber lambrusco.

Dani Álves yendo al Mercadona por una botella de Lambrusco de 0.99€

A los que invocan a Satanás creando un pentagrama místico CON LAS PATATAS FRITAS DE MI PLATO sin pedirme permiso.

A los que destruyen el trabajo de una vida quejándose de un tenedor sucio.

En realidad todo sería mucho más sencillo si yo pudiera decidir quién puede ir a cenar y quién no. Tú sí, tú no, tú sí, tú no. Tu mujer sí. El resumen es que mis amigos sí pueden, con o sin niños, y el resto del mundo no. Y las MILF también podrían. Bar Refaeli podría. Irina Shayk también. Kate Upton sí. Luego os hago una lista completa.

Con esto vengo un poco a deciros, amigos niñófobos, que si a vosotros os molestan los niños, a mí otras cosas. Y no estoy quejándome todo el rato como si fuera Mr. Scrooge. Bueno, ahora sí, pero porque me ha entrado un algo en la sangre. Y que os vais a quedar solos en la vida y acabaréis comiendo en una residencia con una bandeja.

Y ahí no os molestarán niños, porque vuestros nietos nunca irán a visitaros, porque sois gente horrible. :-)

A mí, en cambio, sí me irán a visitar a la residencia mis nietos. Y espero que correteen y griten para joderos vuestra comida, viejos gruñones.

 

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Este artículo lo ha escrito...

Chiqui Palomares

Chiqui Palomares (Madrid, 1974) es creativo publicitario y escritor. Odia hablar de sí mismo en tercera persona. Le gusta el pollo asao, Bar Refaeli y esa chica con la que se cruza por la calle. A... Saber más...