Vivir en otro país significa tener que decir todo el rato lo siento

Vivir en otro país significa tener que decir todo el rato lo siento

Vivir en otro país significa tener que decir todo el rato lo siento

Irte a vivir a otro país supone muchos malos entendidos y meteduras de pata garrafales. Te encuentras de repente en un entorno desconocido, en plena selva, sin conocer las reglas del juego ni las costumbres nativas. Y en mi caso, tampoco el idioma. A lo largo de los seis años que llevo viviendo en Bulgaria, mis meteduras de pata han ido disminuyendo en número e intensidad, pero como se acerca la operación bikini y reírse equivale a hacer abdominales, os dejo algunos de mis momentos estelares metiendo la pata a distintas alturas:

1. Metedura de pata hasta el tobillo: la merienda-cena

A la semana de vivir en Sofía, invitamos a merendar a unos amigos de mi marido que tenían dos niños. Me curré una merienda bien contundente, con toda la mesa llena de comida: magdalenas, galletas, pastel, bocadillos de Nutella, varios tipos de zumo, leche, té, café, frutos secos...

Vale, mi mesa de la merienda no era tan cuqui, pero estaba bien repleta.

Les habíamos invitado a las cinco. Normal, ¿no? Pero yo entonces ignoraba que si a un búlgaro le dices "a las cinco", ese búlgaro interpreta "a las cinco y media o seis plantéate empezar a mover el culo del sofá". Y si tenéis descendencia, ya sabéis lo que se tarda en salir de casa con niños. Pues entre pitos y flautas se plantaron en casa cerca de las siete, y cuando yo esperaba que se deshicieran en disculpas por tamaño retraso, me fijé en sus caras desencajadas y sus mandíbulas sueltas. Seguí la dirección de su mirada y vi que lo que les había descolocado era la mesa de la merienda.

Resulta que en Bulgaria se vive según el horario europeo, es decir, que se hace todo más temprano que en España. Esto implica que comen a las 11.30 o 12, y que cenan bien prontito, digamos... ¡hacia las 7! Información que mi marido había olvidado compartir conmigo, porque como todas las madres sabemos, a los hombres este tipo de detalles les importan una mierda.

Así que ahí, en el recibidor de casa, tenía una familia entera de búlgaros que pensaban que venían a cenar (encima en Bulgaria las cenas para invitados son de siete platos) y yo esperándoles con zumitos y magdalenas. Se rehicieron con rapidez y disimularon, pero ya me imagino que la española excéntrica debió de ser la anécdota del mes para ellos.

2. Metedura de pata hasta la espinilla: Lost in translation

Recién llegada a Bulgarolandia, decidí hacer un bizcocho casero. El más sencillo, el de yogur, el que hacen hasta los niños. Me armé de valor para ir al supermercado yo solita por primera vez y, antes de salir, le pregunto a mi marido: "¿cómo se dice levadura en búlgaro?". "Maiá", me dijo.  

Y a este bizcocho sin levadura lo voy a llamar Pastel Chato.

Iba yo avanzando por los pasillos, en estado de alerta máxima por si a alguien se le ocurría intentar comunicarse conmigo. Ya lo tenía todo, solo me faltaba la levadura. Encontré unos sobres como los de levadura Royal de toda la vida donde ponía "maiá". Esto está chupao.

Llegué a casa toda feliz y me puse a hacer el bizcochito. Pero lo que salió del horno una hora después era una masa plana que no había subido nada, dura y muy apretada. Como yo nunca tiro comida, me lo comí enterito en un par de días, resignada. ¡Un mal momento reposteril lo tiene cualquiera! Pero ese mal momento se fue repitiendo una y otra vez, con cada bizcocho que hacía ¡durante tres años! Que, oye, se me da mal la cocina, ¿pero tanto? Algo no cuadraba.

Y como a esas alturas yo ya me apañaba con el alfabeto cirílico, me dio por buscar en el diccionario "levadura". Ponía "maiá", como dijo mi búlgaro en su día. Pero luego me fui a un diccionario de los gordos, solo de búlgaro, y busqué "maiá". Y entonces descubrí por qué llevaba tres años comiendo masas aplastadas con sabor a crudo. Maiá, en búlgaro, es la OTRA levadura, la de verdad, el fermento vivo para pan y para masas que necesitan levado. ¡El hongo que hace fermentar los carbohidratos!

Lo que yo necesitaba para los bizcochos (que en España conocemos como levadura), en realidad es un impulsor químico que en búlgaro se llama bakpulver, o sea, nada que ver.

Tres años con la autoestima culinaria por los suelos. Tres años aguantando las carcajadas despiadadas de mi marido. Tres años viendo las miraditas dubitativas de mis suegros cuando les invitaba a merendar. Tres años comiendo ESO. Corramos un tupido velo.   

3. Metedura de pata hasta la cadera: efusividad ibérica

Cuando eres la nueva, los primeros días, semanas y meses son un festival de presentaciones. Todo el mundo siente curiosidad por conocer a la extranjera, pero claro, ellos solo se tienen que aprender un nombre (encima facilito), y tú doscientos. Y no son nombres normales, nonononono, son nombres rarísimos, unas combinaciones silábicas que nunca creíste posibles. Te presentan a Tsolo y Zornitsa, luego a Dimitar y Miroslava; tú, sudando, respiras aliviada con una Maria y un Daniel, pero no bajes la guardia que llegan Penko y Bistra con Ivaylo.

Para memorizar tanto nombre, una necesitaría ir apuntándolos, pero claro, no puedes sacar un bloc de notas porque quedaría fatal. Y ahí estás, licenciada después de sacarte la carrera memorizando cantidades ingentes de información, completamente incapaz de retener esos nombres y menos de asociarlos con su cara correspondiente. Seguro que hay alguna App para eso, ¿no? Pues debería.

Una de esas veces, después de haberme presentado a tanta gente en una hora que parecía que repartieran algo gratis al final de la cola, me plantaron delante a una pareja más. Parecían majos, con una niña de la edad de la mía. Yo estaba tan cansada a esas alturas que se me fue la pinza, y les planté dos besos al padre y le estreché la mano a la madre. Nos quedamos mirando, un silencio tenso, respiración contenida... Cri cri cri... Y van y se echan a reír, "¡Qué efusivos sois los españoles, jajaja!". Y, claro, entre confesar y salvaguardar mi dignidad, salí del paso con una sonrisita cobarde. En mi defensa, años después, cuando ya había confianza, se lo conté, y ya no creen que las españolas andemos besuqueando maridos ajenos.

Al marido no pareció molestarle demasiado...

Para terminar, confieso que también metí la pata una vez hasta el sobaco, pero de eso no pienso dejar constancia escrita. Mi dignidad no se recuperaría jamás.

¿Cuál ha sido vuestra mayor cagada?

 

Enviar por WhatsApp

Este artículo lo ha escrito...

Mamá en Bulgaria

Mamá en Bulgaria (Barcelona, 1983). Filóloga y traductora. Ávida lectora, adicta a las series frikis, a Star Wars y a la música de los 80. No se vende por dinero, mejor prueba con chocolate. Se... Saber más...