Gracias, pero mi ropa íntima la compro yo

Por Anita C.

Gracias, pero mi ropa íntima la compro yo

¿Eliges tu lencería pensando en ti o en él? ¿Qué te parecería que tu chico decidiera siempre por ti el conjunto interior que debes llevar? ¿Renunciarías a tu comodidad por lucir sexy y femenina a cualquier hora del día? Te animamos a reflexionar si merecen la pena ciertos sacrificios…  

Hace tiempo, una amiga me contaba la liberación que sintió tras romper con el que había sido su pareja desde hacía más de diez años. Entre las muchas ventajas que había descubierto en su nueva vida de soltera, estaba la posibilidad de poder elegir su ropa interior. Al parecer, su compañero, un tipo dominante y absorbente, la había lavado tanto el cerebro, que la pobre mujer siempre llevaba lencería que se adaptaba más a los gustos de él que a los de ella misma. ¡Horror!

De hecho, su ex se encargaba de regalarle un modelito nuevo en cada cumpleaños y aniversario. Suena romántico ¿verdad? Claro que sí, porque te estás imaginando a un caballero enamorado, capaz de superar su timidez por su princesa y adentrándose en el fiero y terrorífico mundo de Victoria’s Secret. En tu mente, le ves muerto de vergüenza, desorientado y sudando la gota gorda sin saber qué elegir, si satén o rayón. ¡Traumático!

Pero seamos realista: esto no pasa ya ni en las telenovelas. Si alguna vez has visto a un señor comprando ropa íntima femenina, me darás absolutamente la razón.  El caballero pone un pie en la planta de lencería de El Corte Inglés y las dependientas de toda la vida se matan por atenderle. Para colmo le tratan a cuerpo de rey ya sea porque es presa fácil, por la comisión o porque le van a sacar el higadillo convenciéndole para que se lleve conjunto, liguero, medias y pezoneras, si viene al caso. Y el tipo no puede tener queja. Sobre todo cuando la experta comercial le pregunta qué talla utiliza su chica y cómo él no tiene ni idea, con una sonrisilla picaruela le da vía libre para que se recree en todas las delanteras de las clientas: “¿tiene más o menos como yo? O ¿cómo esa señorita o… una copa C como esa otra?” Pobre hombre, eso sí que es pasarlo mal pero ¡qué se le va a hacer!  Así de cruel es la vida para aquellos románticos que regalan lencería a sus chicas.      

Volviendo al caso de mi amiga… Quizá a muchos/as no les parezca tanto sacrificio llevar ropa interior que no se adecua a los gustos de una. A mí, por descontado, sí me lo pareció. Es cierto que en las relaciones de pareja muchas veces tenemos que hacer concesiones por el otro/a, pero ¿hasta el punto de renunciar cada día de tu vida a la comodidad de unas braguitas de algodón por un tanga de encaje que te provoca urticaria? O ¿llevar un sujetador push-up que te corta la respiración para simular que tienes una talla más de pecho y que tú también puedes lucir canalillo?

El que inventó el corsé con ballenas tampoco tuvo en cuenta que las mujeres también respiramos.

Esto último me ha hecho recordar mi primer Wonderbra. Yo tenía unos dieciocho años y el pecho de una niña de trece años (al igual que ahora), cuando descubrí este mágico sostén en un anuncio de televisión (1995). El spot lo protagonizó la top del momento: Eva Herzigova, que no se caracterizaba precisamente por ser una tabla de planchar como yo.

Cuando vi a aquella mujer de medidas perfectas, sexy y femenina con el pecho casi en las amígdalas y ese ‘hello boys’, mensaje que no podía ser más claro, salí zumbando a la primera corsetería y me lo compré. Esa misma noche lo estrené para ir a la discoteca. Me puse un top de lycra, con un escote de infarto y que jamás me había atrevido llevar. Mentiría si dijera que suspiré aliviada al ver el efecto milagroso de aquella prenda. Eso sí, sólo suspiré una vez porque llenar mis pulmones de oxígeno se había convertido en todo un lujo. El chasco me lo llevé horas después. Tras abandonar la pista de baile, me acerqué a la barra a pedir una copa a mi camarero favorito, apoyé con orgullo mi mostrador de la fruta y, para mi regocijo, fui la primera en ser atendida por aquel macizo. Me esperaba cualquier cosa de aquel bombonazo: una vistazo a mi a mi canalillo, que me pidiera mi teléfono o como mínimo un simple “¿qué quieres tomar?”. Pero nada que ver con la película que me había montado. Se acercó con una sonrisa pícara y me soltó de golpe y porrazo: “¿qué pasa, qué te has comprado un Wonderbra?” Me enrojecí hasta las cejas, especialmente cuando el resto de clientes que me rodeaba en la barra quiso comprobar con sus propios ojos si el efecto de aquella prenda íntima era tan milagroso como lo hacía parecer Eva Herzigova.

La modelo checa Eva Herzigova o también conocida como "la chica Wonderbra".

Desde aquel día y supongo que en un intento de rebeldía absurda típica de esa edad, decidí no usar sujetador, JAMÁS. Y así estuvieron mis pechos, viviendo en libertad condicional durante mis cinco años universitarios. Por supuesto, tampoco di la oportunidad a aquel idiota de ojos azules, pelo perfecto y cuerpo de infarto a que descubriera ese dato. (Ya se encargaba mi amiga de ir a la barra y pedir la copa por mí). 

Keira Knightley podría haberse puesto implantes de silicona o al menos, un bikini con relleno; sin embargo, la actriz es fiel a su cuerpo y una gran defensora de que el pecho pequeño también puede ser sexy.

Como bien supones, en cuanto ingresé en el mundo laboral, tuve que reconciliarme también con el mundo sostén (entre otros motivos porque no quería estar en el despacho del jefe de personal, un señor madurito de manos ligeritas, un día sí y otro también). Años después, tras amamantar a mis dos hijos tampoco era una opción no llevar sujetador y desafiar la ley de la gravedad. Así que he vuelto a ser fiel a los aros, los rellenos y a todo lo que sea push-up (incluido los vaqueros). 

Por supuesto, siempre busco que mi prenda interior sea cómoda. 

Por supuesto, de vez en cuando quiero sorprender a mi chico y me compro lencería de alto voltaje, complicada de poner, sencilla de quitar y con encaje, estampados felinos o lazos que me hacen sentir como un regalo de Papá Noel. 

Pero ¡ojo! No la compro por ni para él. La elijo para mí, porque me gusta darme un capricho; porque me apetece sentirme poderosa o disfrazarme o dejarle con la boca abierta con cara de bobo. O simplemente divertirme, pero con la certeza de que al día siguiente volveré a mis braguitas y sujetadores de siempre.

Nos venden que con determinada lencería de lujo podemos convertirnos en un auténtico ángel de Victoria's Secret. Como no tengo tanta imaginación, prefiero pensar que la feminidad y el sex appel lo llevamos en el interior de cada una y no en unas bragas bonitas y un sujetador de lujo.

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Este artículo lo ha escrito...

Anita C.

Anita C. (Madrid, 1974). Redactora freelance de moda y belleza y madre de un niño y una niña. No le da vergüenza admitir, que no lleva nada bien lo de cumplir años, ni pasar todas sus tardes... Saber más...