El candidato del que me enamoré

El candidato del que me enamoré

El candidato del que me enamoré

La política es una cosa muy seria. Aun sin saber los resultados de las elecciones de este domingo, adivino que todos los candidatos se felicitarán por sus resultados, los medios dirán que hemos vivido la fiesta de la democracia, y nuestras redes sociales se llenarán de amigos enfadadísimos. Porque, repito, la política es una cosa muy seria. Pero yo no lo soy. Así que ahí va mi análisis de los candidatos desde la peor perspectiva posible… la de una ex novia.

Domingo 20 de diciembre. 8.00 am (de reenganche al salir de un after; ¿hay alguna otra vía para estar levantada un domingo a esa hora?). Colegio electoral del barrio. Vistazo alrededor: eres la única del local calzada en trece centímetros de tacón y con el rimmel hecho un pegote. De hecho, eres la única menor de setenta y ocho años. Miras las papeletas con aire dubitativo y echas a volar los recuerdos.

PEDRO SANCHEZ

El flechazo: Pedro Sánchez era el chico callado y estudioso de tu clase. Nunca le prestaste demasiada atención porque, al fin y al cabo, jugaba al baloncesto, y todas sabemos que, en la pubertad, los que nos gustan son los que juegan al fútbol. Pedrito –porque seguro que le llamaban Pedrito– era demasiado alto, demasiado desgarbado y tenía un problema persistente de acné. Pero, un buen día, te tocó en suerte como compañero de laboratorio y… surgió la química. ¿Que por qué? Joder, pues porque era la pubertad, y un chico que te dirigía la palabra durante más de un minuto. El resto del trabajo lo hacían las hormonas.

La relación: Erais todavía preadolescentes, así que nunca os planteasteis nada más allá de un besito de vez en cuando. Probablemente tardó meses en meter la lengua. Aún no había llegado la época del whatsapp y pasaste las primeras vergüenzas de tu vida llamando a su casa con voz de cachorrito. Era un buen chico y te hacía los deberes, pero la mecha nunca acabó de prender.

La banda sonora: Los dos erais demasiado jóvenes como para tener el gusto definido en lo musical, así que, siendo finales de los ochenta y principios de los noventa, lo más probable es que aquellos primeros besos llegaran a ritmo de Like a Prayer, de Madonna, de un tal Alejandro Sanz que venía Pisando Fuerte o de Se fue, de Laura Pausini.

El final: ¡Ay! Cuántos hombres han sido damnificados por ese momento de transición entre la pubertad y la adolescencia en que las chicas de repente se vuelven maduras (o más o menos) y los chicos siguen pensando más en el Mario Bros. que en tus incipientes tetas. Así que el curso se acabó, Pedro quedó para los restos catalogado como ‘el sosainas’ y tú te fuiste de campamento de verano a ver si te desfloraba algún chico un poco más marchoso. 

¿Por qué? ¿Por qué no estaba así de bueno en el colegio?

¿Y ahora qué?: Le perdiste la pista cuando acabasteis en distintos institutos y no volviste a saber demasiado de él. Alguien te contó una vez que iba para jugador profesional de baloncesto, pero aquello nunca cuajó. Y, si alguna vez pensaste en él como un aburrido oficinista, la mandíbula te tocó suelo el día que encendiste la tele y te lo encontraste de candidato a la presidencia del Gobierno. Tus amigas se ríen de que tú lo consideraras un sosaina, y tú visualizas lo monísima que habrías estado de su mano con un vestidazo en la gala de los Goya. O de pseudo primera dama, recibiendo a Michelle Obama en vez de seguir organizando botellones en casa como si no estuvieras cerca de los cuarenta. Pero, ojo, no es que te esté devorando la erótica del poder. No, no. Es que lo grave no es que sea candidato a la Moncloa. Lo jodidamente grave es que se ha convertido en un tío bueno de categoría, de los de caerse de espaldas. Así que, sin poder evitarlo, cada vez que tu madre te pregunta ‘¿ese chico no era tu amigo en el instituto?’, tú te arrepientes de no haberle enseñado una teta.

 

PABLO IGLESIAS

El flechazo: A Pablo lo conociste en un campamento de verano, claro. No era el más guapo del grupo, ni acababas de entender por qué iba todo el rato con aquel niño pequeño (Íñigo, creo que se llamaba). Pero, pasados unos días, te empezaste a fijar en él. ¿Por qué? Pues porque llevaba un pendiente, tocaba la guitarra y, fundamentalmente, porque te pilló en una época muy rojeras de la adolescencia en la que te hablaba de acabar con el patriarcado y se te ponían las bragas tontorronas. Muy tontorronas.

La relación: El primer beso llegó tras lo que te pareció un magnífico cover de Ismael Serrano al calor de un fuego de campamento. Porque, señoras y señores, si Pablo Iglesias nunca cantó Papá, cuéntame otra vez guitarra en mano en los noventa, yo ya no sé en qué creer. Un par de cervezas de litro y algún cigarrito de la risa después, te veías junto a él en las barricadas, derribando el sistema con pasión adolescente y camisetas del Che. 

Fotos de los 90, todos tenemos alguna de la que avergonzarnos

La banda sonora: Un poco de Platero y tú, algo de Rosendo y un muchísimo de Extremoduro, pero, por encima de todo, Ismael Serrano. Con Papá, cuéntame otra vez, te enamoró y, si supo jugar bien sus cartas, lo más probable es que con Vine del Norte le entregaras tu virginidad soñando con recorrer Latinoamérica a golpe de revolución.

El final: La universidad lo complicó todo demasiado. Él dedicaba demasiado tiempo a las asociaciones estudiantiles y la organización de manifestaciones y a ti te empezaba a apetecer un poco más de marcha. Vamos, que maldito el momento en que él consideró que darte caña en la cama podía ir contra la igualdad y la liberación de la mujer. Si a eso añadimos que empezabas a sufrir sarpullidos cada vez que escuchabas la palabra ‘asamblea’, apaga y vámonos. De hecho, vámonos a esa fiesta de una universidad pija, a ver a quién conocemos.

¿Y ahora qué?: Pues, evidentemente, todo finalizó con mucha civilización y mucho respeto, así que ahora sois amigos. Te whatsappeó hace unos años para te apuntaras a una acampada en la Puerta del Sol y creíste que había perdido la cabeza. Luego empezaste a verlo por televisión más horas de las que nunca pasasteis juntos cuando era tu novio. Si gana, le enviarás tus mejores deseos y una recopilación de grandes éxitos de Víctor Jara.

 

ALBERT RIVERA

El flechazo: Un buen día te encontraste a ti misma recuperando el eyeliner del fondo de tu neceser de maquillaje, después de una época de rebelión en la que todo era cara lavada, pantalón holgado (puede incluso que peto vaquero… ¡pavor!) y piercings que hacían estremecer a tu madre. Así que, cuando tus amigas te convencieron para ir a aquella fiesta pija de universidad privada, sacaste del armario toda la artillería. Y, claro, allí te lo encontraste. El pijo de manual, con su camisa de rayas y su jersey al cuello. La antítesis de lo que creías que te gustaba. Pero qué labia, amiga. Y qué pinta de empotrador. Cubata y medio y tres frases típicas después, ya te estabas dejando dar en un aseo público.

                                               

Hay imágenes que una no se saca de la cabeza fácilmente

La relación: Es probable que la única que definió aquello como ‘relación’ fueras tú. Las señales de aviso estaban por todas partes. Tú querías ir al cine, pero él se iba con sus amigos de fiesta. Cuando ibas a buscarlo a la facultad, veías que todas le hacían ojitos. Tú querías presentarle a tus padres, pero a él no le iba eso del compromiso. Tus amigas te advertían, pero ¿quién quiere escuchar las alarmas? Lo importante era que, cuando estabais juntos, él te prometía la luna mientras te desabrochaba con maestría el sujetador.

La banda sonora: Pop español de los 90, con algún revival ochentero, básicamente de los Hombres G. Chiquilla de Seguridad Social, Sin documentos de Los Rodríguez, Groenlandia de los Zombies y, por descontado, El imperio contraataca de Los Nikis. Por mucho que hayan pasado mil años, esa canción te lo traerá siempre a la cabeza en una especie de melancolía sexual.

El final: Los últimos años de carrera se te pasaron en esos tira y afloja entre lo poco que le gustaba a él el compromiso y lo mucho que te gustaba a ti él. Después de la enésima bronca, decidiste darle una sorpresa en su piso franco. (¿Que qué es un piso franco? Por Dios santo, qué falta de cultura popular. Esos pisos alquilados entre tropecientos amigos que sirven básicamente para las dos efes: fiestas y follar). Pues eso… que me juego la cabeza a que Albert, en su juventud, tenía un piso franco. Esas cosas se notan. El caso es que te presentaste con toda la ilusión de que la reconciliación llegara con un poco de sexo descontrolado y… allí te lo encontraste; de lo más retozón, sí. Pero no contigo. Y, aunque la tentación de pasarlo por alto fue grande, decidiste que se había acabado eso de los tíos buenos empotradores y que dejarías que tu madre te presentara a ese buen chico con el que sentar la cabeza.

                     

 

MARIANO RAJOY

El flechazo: Bueno, a ver, centrémonos. Flechazo, lo que se dice flechazo… como que no hubo. Tú venías de una época jodida, no querías saber nada de los guapos de turno, todo el mundo te decía que tenías que sentar la cabeza, y, de repente, llegó él. Tu madre llevaba tiempo insistiendo en que le dieras una oportunidad, esgrimiendo como carta de presentación el hecho de que era registrador de la propiedad desde muy joven, algo de lo más apasionante que aún hoy no tienes muy claro en qué consiste. Así que le diste la famosa oportunidad y te viste metida de cabeza en el lío.

La relación: Desde el primer día tuviste la sensación de que él había visto el cielo abierto cuando te conoció. No parecía muy experimentado, pero, para qué engañarnos, te trataba como a una princesa, te llevaba a restaurantes buenos, te abría la puerta y todas esas cosas que habrían hecho estremecer a alguno de tus ex novios. Y es que hay un momento en la vida de las mujeres en que hay que sacrificar un poco de pasión a cambio de un mucho de tranquilidad. Sí, ¿no? Cuando te quisiste dar cuenta, te habías calzado un vestido blanco y habías dicho sí, quiero con una enorme convicción de que aquello sería para toda la vida.

Guapo, guapo... lo que se dice guapo… como que no

La banda sonora: Mucho revival sesentero. Los Beatles, en el mejor de los casos. Fórmula V, Los Brincos o el Dúo Dinámico en momentos de pánico. Pánico a verle menear las caderas al ritmo de Resistiré.

El final: El aburrimiento hizo acto de presencia casi en el avión de regreso de la luna de miel (¿o fue en el de ida?). Te pasaste una buena temporada luchando contra ti misma, sabiendo que era un buen tío y preguntándote qué fallo patológico tienes en la cabeza para que ningún hombre te parezca el idóneo. La primera vez que le mencionaste la separación viste cómo se les estremecían sus principios ideológicos, pero no pudo hacer demasiado por evitarlo. Por supuesto, tu madre te ha desheredado y prefiere no nombrarte delante de sus amigas. Y aquí estás, soltera de nuevo.

¿Y ahora qué?: Siempre te ha dado bastante penica porque sabes que fuiste un poco cabrona con él, pero respiras aliviada cada vez que piensas de la que te has librado. Y no, no hablo del hombre en sí, que también, sino del panorama político que lo rodea.

 

8.30 am. Sigues plantada como una seta delante de la mesa de papeletas. La gente te mira cada vez más y puede que esta vez no sea porque te has llevado el papel higiénico colgando de la cinturilla de las medias. Oyes lejanamente al presidente de mesa decir ‘Vota’ y te acojonas porque, en una de estas, tu estómago va a entender ‘pota’ y la vas a liar parda. Venga, otro vistazo a las papeletas. ¡Hey, hey! ¡Un momento! ¿Pero quién es este pedazo de maromo y por qué no lo invitan a la tele? ¡Ay, madre, que hiperventilo! Pues no sé si he decidido el voto, pero creo que me voy a dar una vuelta por la sede de Izquierda Unida…

Guapo y pinta de buen chico. Las dos cualidades necesarias para que, como las imbéciles que somos, NO nos fijemos en él 

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Este artículo lo ha escrito...

Abril Camino

Abril Camino (A Coruña, 1980) es licenciada en dos filologías porque una no le parecía suficiente drama. El origen de todos sus problemas está en ser adicta al sol y vivir en Galicia. Optimista... Saber más...