La aventura de cruzar el control de un aeropuerto extranjero

La aventura de cruzar el control de un aeropuerto extranjero

La aventura de cruzar el control de un aeropuerto extranjero

Vale, ya está. A la cárcel que voy. Me han metido droga en la maleta y al talego que me meten. Adiós, mundo cruel. Llamadme loca, pero creo que no he sido la única que alguna vez ha pensado en ello cuando ha pasado el temido control de un aeropuerto extranjero. Estoy segura de que si hicieran una encuesta a más de uno sobre en qué momentos de la vida se ha sentido más pequeñito, vulnerable y caganet profesional es ése, en un temido y jodido control donde no entiendes ni papa de lo que te dicen. Y donde te miran con cara de te hemos pillado, chavala.

Supongamos que te vas de vacaciones, ¿vale? ¿A dónde? Ni muy lejos, donde haya que facturar equipaje, ni al pueblo de tus padres, que ya lo tienes demasiado visto después de pasar años de infancia, adolescencia y primera adultez. ¿Dónde te vas? ¿Dónde? ¿Dónde? Compremos Londres, que está cerquita, te hace guay por salir de tierras patrias y no hace falta facturar si viajas un par de días. Parece sencillo. De hecho, lo es. Salir de España es fácil. Ahora lo sabes. Ahora que has decidido cruzar Barajas en pro del mundo british te has dado cuenta.

Sigamos con los supuestos y apostemos porque has pasado ese par días londinenses de lo más cool. Has visitado todos los monumentos habidos y por haber —con un petardo en el ojete, claro, que cuarenta y ocho horas tampoco dan para tanto—, has dormido en un hotel bastante céntrico donde se celebraba una convención de jeques del petróleo iraquíes con millones de esposas vestidas de negro, te has hecho millones de selfies con cabinas y autobuses rojos y hasta has intentado tomar el té con la Reina (lástima que no te abriese la puerta de Buckingham Palace. Ella se lo pierde). Pero los dos días terminan y todo lo bueno tiene un final (qué original soy…).

Pasar por el arco de seguridad. Que pite. Sentirte terrorista por 3 segundos. Recordar que llevas puesto el cinturon.

Barajas, ahora renombrado Aeropuerto Adolfo Suárez (¿Alguien lo llama así?), es un espacio aéreo donde lo más probable es que puedas pasar el control con una katana en la maleta de mano. Vale, a lo mejor he exagerado un poco, pero pasar tijeras y cuchillas de afeitar es un hecho, creedme. Pero claro, es que hasta en esto Spain is different. Reino Unido ya os digo que no. Su carácter serio y responsable les delata. Y pasar el control es un ejemplo de ello, pero todo a su tiempo.

Me cago en quien inventase las malditas medidas de una maleta de cabina.

Rehaces tu maleta de mano intentando meter en ella tres veces más equipaje del que traías desde Barajas. Souvenirs varios y decenas de camisetas de I love London llenan tu bolsa. ¿Cabe? Cabe. Dos horas más tarde y aplastando la maleta con el culo y saltando sobre ella, finalmente, cierra.

Supongamos que te apetece echar un par de lagrimitas porque te has quedado con ganas de más y, sobre todo, porque esos dos días no te han dado ni para medio descansar. Al contrario, turismo no es sinónimo de vacaciones. Más bien, al contrario. Es demoledor para el body. Y encima queda la vuelta en avión. Subidón, subidón. Pues eso, que se te junta un poquito todo y te apetece hacer algún que otro puchero, pero aguantas, rumbo al airport, porque sí, en dos días te has vuelto la mar de english y hasta chapurreas la lengua. Repito: chapurreas, porque si llegas a Londres creyéndote un anglohablante, vas de culo. Entender el acento de las series americanas no cuenta.

Siguiendo con los supuestos, llegas al dichoso aeropuerto. Vale, una vez que estás allí, lo único que deseas ya es teletransportarte y llegar a tu casa en un nanosegundo, como con los polvos flu de Harry Potter. Pero no, el mundo es así de cruel y, antes de dejarte subir al avión, te obliga a pasar por ese túnel de la muerte. Sí, lo habéis adivinado: el control de pasajeros. Aquí tienes dos posibilidades. Una, cruzarlo sin problemas y resoplando (Ufff, no me han metido  droga en la maleta. Thanks God). O dos, y más habitual de lo que nos pensamos (o me pensaba yo, ingenua de mi persona): no cruzarlo y tener problemas con la maleta, la aduana, el idioma y su puñetera madre. Me cago en Murphy.

¡No, no te la llaves! ¡Ésa es la mía! ¡Soy inocente, no llevo drogas!

Vas a pasar el control y pipipi, pipipi, pipipi. Vale, haces un repaso mental. No llevo bisutería encima, ni cinturón ni placas de titanio en la cadera. ¿Por qué coño pito? No lo sabes, pero pitas. Al menos, respiras rápido. Te pasan un chisme por todas partes —reitero, por to-das partes— y te perdonan la vida, te dejan cruzar. Uffff, qué susto. Pero, ¿te pensabas que ahí iba a acabar todo? No, amiga. Te queda tu apéndice, tu equipaje. A ti te han pasado un chisme por todas partes, pero tu maleta… Tu maleta lo pasa peor todavía. Y tú también. Comienzas a sudar. Vale, ya está. A la cárcel que voy. Me han metido droga en la maleta y al talego que me meten. Adiós, mundo cruel. La abren, vacían, lo miran y —huelen— todo. ¡Pero que no tengo nada! ¡Soy inocente, no llevo drogas!, gritas. Pero claro, se te olvida de que no estás en Barajas, estás en un british airport, y claro, no te entienden. Pero peor aún es que tú no les entiendes a ellos. Los nervios y tu mini chapurreo (en esos momentos te das cuenta realmente del nivel del inglés que tienes) te impiden escuchar qué cojones te están contando.

Y cuando ya crees que vienen detrás de ti con unos grilletes rumbo a ser vecina de una Pantoja británica, te dicen que ale, que pasas, que qué susto, pero que no llevabas nada en la maleta. Eras inocente, no llevabas drogas. Sonríes a la persona que casi te mata de un infarto, pero es una sonrisa falsa, cargada de odio y mucho mal de ojo. Maldición gitana que te echo.

Llegas a Barajas, respiras, en apenas minuto y medio has pasado el control español (las tijeras y la cuchilla de afeitar te las han sacado en el british airport) y esta vez sí, lloras, porque Spain será muy different, pero, ¡cómo se la echa de menos en un jodido control extranjero! ¿El año que viene? El año que viene lo tienes claro: de cabeza al pueblo de tus padres, sin controles ni controladores de mala baba que quieran meterte en la cárcel, porque ya lo decía tu abuela: Más vale lo bueno conocido…

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Este artículo lo ha escrito...

Alba Corpas

Alba Corpas (Madrid, 1987) es la pequeña de una familia gigante, así que cuando tenía ocho años se encontró en su garaje con todas las bicicletas juntas de sus primos mayores. Y sus patines, sus... Saber más...