Cómo pasar dos meses con los suegros y vivir para contarlo
Cómo pasar dos meses con los suegros y vivir para contarlo
Por circunstancias de la vida, este verano mi condena anual de pasar un mes en el pueblo con los suegros se ha doblado. Dos meses. Así, sin anestesia ni nada. Pasar todo el verano con la familia política es una prueba de fuego para la salud mental y la estabilidad matrimonial de cualquiera, pero como he salido airosa y con pocas secuelas mentales, os cuento mi experiencia por si alguna vez el karma os hace tamaña putada.
El pueblo de cabras está en medio de la nada. No hay ni farmacia. Veinte casas contadas, y más ganado que personas. No es que yo sea una hija de la noche que necesite bares, tiendas y una variada oferta de ocio, no. Pero no sé, tener algún sitio al que poder huir ir de vez en cuando habrá estado bien. Para comprar el pan hay que recorrer 10 km en coche por un mal llamado camino lleno de baches hasta el pueblo de al lado, y lo único que se puede hacer ahí en familia es ir a la playa. Y el Mar Negro es muy bonito, pero con los suegros...
Los suegros son los suegros. La relación con la familia política ya suele ser delicada de por sí, pero si a eso le añadimos hablar idiomas distintos (literal y figuradamente) y pasar dos meses todos juntitos y revueltos, ya hay que andar con pies de plomo.
Pasar todo el verano con la familia política es una prueba de fuego para la salud mental y la estabilidad matrimonial de cualquiera.
Si vives con los suegros no hay intimidad. Día sí, día también, hay situaciones incómodas:
Vas al lavabo y resulta que dentro está la suegra, que no ha cerrado la puerta porque total, está en su casa. ¡Bieeeeen! Sales huyendo, pero esa idílica imagen ya la tienes grabada a fuego en la retina el resto del día.
Vas a sacar tu ropa de la lavadora y las mismas bragas que ayer le viste a tu suegra por los tobillos, hoy están mezcladas con las tuyas en el tambor.
Otras veces es ella quien se acerca enarbolando las tuyas, canturreando alegremente "Miraaaa las he cogido pensando que eran mías!", mientras tú piensas en quemarlas.
Vas a la playa con toda la tribu y resulta que tus suegros tienen hábitos un poco perturbadores. Como que tu suegra se empeñe en usar un bikini tres tallas más pequeño de lo que debería, con lo cual un acto tan inocente como saludar alegremente con la mano a sus nietos hace que ¡PLOP! un pecho fuera. Ella tan pancha, se lo coge como si fuera un pescado muerto y se lo embute dentro de nuevo, pero tú ya te has quedado con la cara desencajada intentando olvidarlo sin poder.
Al fondo el Mar Negro, y a tu lado ESTO. Mejor fija la vista en el horizonte, no sea que te conviertas en una estatua de sal.
Sale la buena señora del agua después del remojón, y como tiene la espuma del relleno empapada de agua, se agarra los pechos con las manos cruzadas y se los estruja como si fueran esponjas de baño. No negaré que la técnica es eficaz, ¡tela marinera el agua que sale de ahí!
Tanto ella como el suegro se quitan el bañador mojado y se ponen la ropa interior ahí mismo en la playa, fingiendo taparse modestamente con una toalla, pero haciendolo tan mal que se lo ves todo. ¡Leches, avisa y miro hacia otro lado! Pero ya es tarde, ya lo has visto, ya estás traumatizada para el resto del verano. Nadie debería saber si su suegra se depila los bajos o no. Nadie. Por cierto, la mía no lo hace. Ni bajos, ni axilas, ni bigote. 100% natural.
Estas suegras tan enrolladas sí que saben.
No digo que para ir a la playa haya que ser un bombón, ni de lejos. Pero saber tu talla o darte cuenta de si se te desparraman las carnes por todas partes es lo mínimo, sobre todo si vas con otras personas con las que no compartes ADN.
Mi suegro no es tan exhibicionista como ella, pero como no se compra un bañador desde los 80, el suyo hace años que transparenta y se le ve todo. Se le pueden contar las pecas de las nalgas. No es que yo me haya entretenido haciendo eso, ¿eh? Pero si por alguna extraña razón quisiera, podría.
Algo así pero cambiando este terso yogurín por un jubilado arrugado.
Más o menos así.
Lo que tiene ver a los suegros en pelotas cada dos por tres es que luego en el desayuno intentas decir, "Ejem, ¿me pasas la mantequilla?", y lo que te sale es un susurro entrecortado. Pero vamos, que sólo llevo 11 años así, seguro que pronto me acostumbro. Segurísimo.
¿Cómo se sobrevive a un verano así? Dos palabras: Wifi y chocolate. El año que viene seguiré el consejo de una amiga y pediré a Milka, Lindt o Valor que me patrocinen, porque la cantidad de chocolate que se necesita para pasar dos meses con los suegros es industrial.
Este artículo lo ha escrito...
Mamá en Bulgaria (Barcelona, 1983). Filóloga y traductora. Ávida lectora, adicta a las series frikis, a Star Wars y a la música de los 80. No se vende por dinero, mejor prueba con chocolate. Se... Saber más...