Diario de una adicta al móvil

Adicción al smarthphone
Por Anita C.

Diario de una adicta al móvil

Cada vez hay más personas que sufren adicción al móvil. Entre los más afectados están los adolescentes de 11-14 años, veinteañeros/as y madres alrededor de los cuarenta. ‘Nomofobia’ (no-mobile-phone-phobia o miedo a estar sin el móvil) es el término que utilizan los expertos para definir esta nueva adicción. También aseguran que será la enfermedad del siglo XXI.

Hola, soy Rigoberta. Estoy casada, tengo 38 años y dos hijos de 5 y 7.

Llevo consumiendo datos cuatro largos años y desde entonces, mi consumo ha ido aumentando hasta destruir cada parcela de mi vida: mi matrimonio, mi trabajo y mis relaciones sociales. Al principio pensé que lo tenía controlado y evitaba sobrepasar mi consumo de 1 Gb al mes. Pero entonces, cayó entre mis manos mierda buenaMierda santa: también conocida como iPhone 5, con tarifa de datos y llamadas ilimitadas.

Ese día, di un paso más hacia mi autodestrucción. Mis seres queridos fueron los primeros en ser conscientes de que tenía un problema. Estábamos en la cena de Nochevieja y, de pronto, comenté indignada que no entendía por qué estúpida razón no daban las campanadas de Fin de Año con el timbre del WhatsApp. Mi marido, mis padres, el buenazo de mi hermano y la bruja de mi cuñada, todos se quedaron en silencio sin dejar de mirarse entre ellos, preocupados. Quizá fui muy vehemente al decir aquello.

Otro episodio, que ahora recuerdo con lágrimas en los ojos, sucedió aquella tarde que saqué a mi perro a pasear y me volví a casa olvidándome por completo de él. Estaba tan sumamente concentrada posteando la foto de Toby defecando en el jardín, que no reparé en su ausencia hasta… seis horas después. Justo cuando la policía se presentó con mi adorable San Bernardo en la puerta de mi casa. En aquel momento eché la culpa al Candy Crush, cuando la verdadera culpable era yo. Pero ni entonces tuve el valor de reconocer que sufría un problema de adicción. Pasaron meses para que superara mi ceguera.

Era nuestro aniversario. Salí de casa apresuradamente, comprobando una y otra vez que en mi bolso llevaba mi móvil, su cargador y dos baterías cargadas. Durante el trayecto al restaurante en taxi, mi Pablito y yo estuvimos intercambiado mensajes preciosos con frases de Coelho. Cuando me acerqué a su mesa, me cegó el brillo de amor con el que me observaban sus cálidos ojos marrón corteza de árbol. Le sonreí. Él me sonrió. Repasó mi cuerpo de la cabeza a los pies y entonces sucedió: me dijo que no quería volver a verme, tiró la servilleta sobre la mesa enfurecido y salió huyendo por la puerta de emergencia del restaurante. Agaché la cabeza apenada sin comprender aquella reacción y la realidad se mostró clara y nítida bajo mis pies: llevaba puestas mis zapatillas de arce de peluche de andar por casa.

Pablito me dejó, y gracias a su drástica decisión ahora llevo limpia 35 días y 7 horas. Si no hubiera sido por él, todavía seguiría viviendo en una realidad paralela enmarcada en una pantalla de 640x960. Te lo debo todo a ti, Pablo. Porque si esa noche hubiera ido a cenar con mi marido, a él le hubiera importando tres pitos que yo acudiera en babuchas. Qué digo… Ni se hubiera enterado.  

Gracias a todos por escucharme.

"Así de grande es el iPhone 6", explicaba Rigoberta 38 a sus compañeros de terapia.

Una de las muchas causas y consecuencias del síndrome de adicción al móvil es la temible sensación de soledad.

Aunque este testimonio NO ES REAL y está cargado de hipérboles, no se aleja demasiado de la realidad. Cada día son más los adultos y menores que estamos enganchados a ese aparatito pequeño que guardamos en el bolsillo trasero y que sutilmente ha ido cambiando nuestros hábitos, actitudes y maneras de relacionarnos. Ha generado en nosotros una absurda necesidad de estar siempre en contacto que se ha ido arraigando en nuestras rutinas de manera totalmente inconsciente. Exactamente igual que lo haría un virus atacando al cuerpo humano.

Aquí Rigoberta 38 cuando descubrió que el muro de FB de su ex estaba abierto. "Fue un día inolvidable", comentó.

Cuando el móvil cambió nuestras vidas

1. Da igual si nos dejamos en casa la cartera, las llaves o a nuestro chico con una rubia despampanante: lo importante es que la batería del móvil esté cargada cuando salimos a la calle.

2. Años atrás, nos preocupaba si el hotel que habíamos reservado tenía buenas vistas al mar o a la montaña. Ahora, sin dudarlo, preferimos que disponga de un balcón frente a la torreta de Movistar, especialmente si viajamos con niños.

3. ¿Para qué vamos a quedar con unas amigas a desayunar? ¿Para qué? Si podemos tomarnos el café en nuestros respectivos hogares wasapeando en pijama y fumándonos un pitillo sin que nadie nos ponga mala cara. Pragmatismo, lo llaman.

4. De repente, las tertulias con amigos se han vuelto tremendamente aburridas (no así, cuando charlamos por WhatsAppp). ¿Será porque ya no discutimos? Piénsalo un poco.

En un tiempo muy lejano, podíamos pasarnos horas tratando de recordar quién dirigió la Lista de Schindler, incluso apostarnos unas cervezas. “Te juego un botijo a que era de Scorsese”. “¡¿Qué dices tío?! La dirigió Benicio del Toro”. ¿Qué sucede ahora? Pues verás, casi nadie hace un esfuerzo por recordar ni debatir. Eso sí, se deja la piel de sus dedos en demostrar que son los más rápidos a la hora de googlear. La era móvil, lo llaman.

El famoso 'piedra, papel o tijera' ha pasado a llamarse 'Facebook, Twitter o Instagram'. 

5. Mentir. ¿Por qué vamos a hacerlo? ¿Qué sentido tiene? Si la última vez que dijiste que no podías quedar porque estabas griposa perdida, alguien te etiquetó en una foto de su FB donde aparecías bailando el Waka Waka curda perdida con tus amigas… ¿Y quién tiene el valor de poner como excusa que se ha perdido cuando llega tarde a cenar a un restaurante? Nadie. Porque todos pensarían que es tonto de capirote por no saber utilizar el Google Maps.

6. También hemos perdido la capacidad de aburrirnos. Necesitamos llenar nuestros tiempos muertos (esperando el autobús, en la sala del médico, en la puerta del cole…) como sea. ¿Y qué tenemos a mano? El móvil, con sus millones de estímulos y toneladas de información. Y aunque no lo creamos, aburrirse es buenísimo para la inteligencia porque activa el ingenio y ayuda a la reflexión.

7. Estamos desentrenando nuestra memoria. Ya no hacemos un esfuerzo por retener números de teléfono, fechas de cumpleaños, aniversarios, el día que nos visita nuestra menstruación ni en qué plaza aparcamos el coche en el centro comercial (para eso tenemos nuestro dispositivo que hace unas fotos chulis).

Amigos, vamos a ser la primera generación de abuelos que no tendrá historias que contar a sus nietos. Solo diremos: “Lo siento, hijito, no lo recuerdo; pero míralo en mi Facebook”.

Enviado desde mi iPhone.

 

 

Enviar por WhatsApp

Este artículo lo ha escrito...

Anita C.

Anita C. (Madrid, 1974). Redactora freelance de moda y belleza y madre de un niño y una niña. No le da vergüenza admitir, que no lleva nada bien lo de cumplir años, ni pasar todas sus tardes... Saber más...